Starmer recompone su Gobierno para intentar remontar la popularidad
El líder británico refuerza Downing Street y recupera a una figura de la era de Tony Blair para dirigir la comunicación del Ejecutivo


Aunque los ministros de las principales áreas de Gobierno permanecen en sus sitios, los cambios que Keir Starmer ha anunciado este lunes, en el comienzo de un nuevo curso político, muy centrados en reforzar la cúpula del poder, revelan serias debilidades y carencias poco más de un año después de que el Partido Laborista se hiciera con el poder en el Reino Unido.
El primer ministro británico ha incorporado al organigrama de Downing Street, donde se concentra todo el aparato que rodea la figura y el cargo del jefe de Gobierno, a Darren Jones, con el nuevo puesto de secretario jefe. Esa figura solo existía normalmente en el Ministerio de Economía, y correspondía al número dos del ministerio más poderoso del Ejecutivo.
Starmer arrebata de este modo a la ministra Rachel Reeves a su hombre de confianza, para encargarle la dirección y coordinación del mensaje de un Gobierno en horas bajas, muy acorralado por el populismo de derechas de Nigel Farage y su partido Reform UK.
Jones es un laborista convencido, capaz de enfrentar a la xenofobia y el nacionalismo que destila hoy la ultraderecha británica un mensaje de solidaridad y compasión, pero ha demostrado además en el primer año de Gobierno una mano dura en la defensa de la política económica ortodoxa —austera, para muchos críticos— desplegada por Reeves.
Mejora en la comunicación
Starmer cambia por tercera vez al máximo responsable de las tareas de Comunicación en Downing Street. El veterano James Lyons, experiodista de dos cabeceras históricas como son el Daily Mirror y el Sunday Times, que ha dirigido también las relaciones con la prensa de dos gigantes como el NHS (el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido) y la red social Tik Tok, ha abandonado el Gobierno, incapaz de contrarrestar o siquiera frenar el dominio de los titulares nacionales en los últimos meses por parte de Farage, sobre todo a cuenta de la inmigración y de la crisis de los hoteles que dan cobijo a los solicitantes de asilo.
Le sustituirá una figura importante durante los años del llamado Nuevo Laborismo de Tony Blair. Se trata de Tim Allan, que trabajó mano a mano durante aquella década con el legendario Alastair Campbell. Ambos demostraron su enorme capacidad como spin doctors para controlar la agenda mediática.
Allan fundó poco después la agencia de comunicación Portland, que se convirtió en un actor principal del sector, y tuvo como clientes a los gobiernos de Kazajstán, Rusia o Qatar. Abandonó la empresa en 2019.
Arrastra la fama de estar en el ala más derecha del laborismo, pero su discurso puede resultar eficaz para plantar la cara al resurgir nacionalista y contrario a la inmigración de Farage.
“Es la economía, estúpido”
A la cabeza de Starmer habrá retornado estos meses, una y otra vez, la famosa frase que enunció en su día Jim Carville, el asesor del expresidente estadounidense Bill Clinton en la campaña con la que alcanzaron la Casa Blanca: “Es la economía, estúpido”.
El primer ministro británico llegó a Downing Street hace hoy más de un año con la promesa de recuperar el crecimiento económico en un país aletargado y casi en coma, después de los años de austeridad y de las luchas del Brexit que implantaron los gobiernos conservadores. Sin embargo, la ortodoxia, la subida impositiva y los recortes sociales implantados por la ministra Reeves han disgustado tanto a empresarios como a los votantes de izquierda, y la popularidad de Starmer y de su Gabinete está hoy por los suelos.
El primer ministro ha incorporado como su principal asesora económica, en calidad de secretaria del Gabinete, a Minouche Safik, ex vicegobernadora del Banco de Inglaterra y especializada en finanzas internacionales y en geopolítica. Esta británico-estadounidense nacida en Egipto ha estado en el corazón de las grandes decisiones de organismos internacionales como el FMI en las últimas décadas, y aporta el peso y la solvencia económica que Starmer echaba de menos.
Como era de prever, la oposición conservadora ha interpretado el nombramiento de Safik como una desautorización de la ministra Reeves, que ha servido durante toda la primera parte del mandato laborista como pararrayos de Starmer frente a la ira de empresarios de los propios diputados del grupo parlamentario, hasta el punto de romper a llorar ante las cámaras en un conato de rebelión interna de los diputados por sus últimas propuestas de recortes sociales.
Los cambios apuntados en el núcleo duro del Gobierno son la clara demostración de que Starmer necesita desesperadamente remontar su popularidad. El Partido Laborista no sube del 20% en intención de voto, según reflejan las encuestas, casi 10 puntos por detrás del partido de Farage.
“Durante el primer año en el poder, el objetivo era fijar las bases del cambio y emprender el camino más duro”, ha intentado justificar el primer ministro en una entrevista a Radio 5 de la BBC. “Ahora, en la segunda fase, el objetivo es comenzar a mostrar resultados y cumplir ante los ciudadanos”, ha dicho.
Starmer ha demostrado una vez más la frialdad y dureza con que es capaz de deshacerse de los colaboradores más cercanos, como hizo en su día con la poderosa secretaria de Gabinete, Sue Grant, a cambio de evitar el hundimiento de la nave del Gobierno.
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