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La pesadilla interminable de los desplazamientos forzosos en Gaza

La ruptura del alto el fuego y las órdenes de evacuación del ejército israelí obligan de nuevo a miles de palestinos a huir con sus escasas pertenencias a cuestas y sin perspectiva de encontrar un lugar seguro

Palestinos desplazados secan al aire su ropa fuera de las tiendas de un campamento instalado en un vertedero de la zona de Yarmuk, en Ciudad de Gaza, el 22 de marzo.Foto: DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press) | Vídeo: EPV

En una palangana de metal, con un chorrito de agua y una pizca de jabón, Rowan Radwan, una madre palestina de 22 años, lava la ropa de sus hijas con la esperanza de eliminar el olor a orina y la suciedad tras días de traslados por Gaza de un refugio a otro. Sus hijas, Wateen, de dos años, y Tulin, de cinco meses, aún no han tenido un hogar en su vida, y el último lugar al que se han visto desplazadas ―una habitación abarrotada dentro de la abandonada prisión central de Jan Yunis, en el suroeste de la Franja― no será el último.

Mientras viajaban desde una escuela convertida en refugio en la ciudad de Abasan, en el este de Gaza, las niñas se retorcían incómodas en su ropa sucia. Pero Radwan no podía detenerse a atender sus necesidades, ya que su seguridad ―o la búsqueda de protección― era prioritaria. Una vez que llegaron a la prisión, Radwan se dedicó a lavar su deshilachada ropa y luego la colgó para que se secara en el alféizar de la ventana de la celda, desde la que se veía un cielo encapotado, sin sol, y la perspectiva de una sombría realidad sin esperanza de acabar con su miseria.

Aquí, en lo que fue una celda para delincuentes convictos, Radwan intenta crear una apariencia de hogar. Pero la vida en los refugios para desplazados de Gaza es cualquier cosa menos normal.

El débil alto el fuego entre Israel y Hamás empezó a venirse abajo el 1 de marzo, cuando las partes no consiguieron hacer avanzar las conversaciones sobre una segunda fase de la tregua. Israel insiste en que Hamás entregue a los 59 rehenes israelíes que aún retiene (la mitad se presume que están muertos), mientras que la milicia que gobierna el enclave asolado se niega a hacerlo sin garantías de que acabe la guerra.

La ayuda humanitaria no llega a la asediada población gazatí desde el 1 de marzo y, el pasado lunes, Israel reanudó el bombardeo de Gaza, matando a más de 600 personas en pocos días. El jueves, el ministro israelí de Defensa, Israel Katz, amenazó con una anexión permanente de partes de Gaza, un desplazamiento perpetuo de la población al sur del enclave y la aplicación del plan de la Casa Blanca de “traslado voluntario” de los residentes de Gaza fuera de la Franja.

Pero el interminable viaje como desplazada interna de Rowan Radwan empezó mucho antes. Un ataque aéreo israelí en octubre de 2023 redujo su hogar a escombros durante los primeros días de la guerra (tras el ataque de Hamás a Israel del 7 de octubre) que, desde entonces, ha desplazado en múltiples ocasiones a la gran mayoría de los 2,3 millones de habitantes de Gaza por orden del ejército israelí. Durante el alto el fuego de enero, la familia volvió a Abasan, pero se encontraron con que su barrio era inhabitable. La escuela convertida en refugio les ofreció seguridad durante un tiempo, hasta que las fuerzas israelíes emitieron órdenes urgentes de evacuación, obligando a la mujer a reunir lo poco que le quedaba y huir de nuevo. Su marido, jornalero, había muerto en un ataque aéreo israelí en julio de 2024 mientras pasaba por Jan Yunis, dejando a Radwan sola para criar a sus hijas. Incapaz de montar y desmontar tiendas de campaña por sí sola con las pequeñas a su cargo, buscó refugio en la celda de la prisión.

“No sé cuántas veces hemos huido”, dice la mujer, con la voz ronca de cansancio. “Más de 20 veces, quizá 30. A veces hemos corrido de un ataque aéreo a otro, dos veces en el mismo día. Pasamos de escuelas a casas de familiares, a tiendas de campaña, a las calles... y ahora estamos aquí, viviendo en una celda”.

Cada lugar trae sus propias pesadillas. Un día, tras montar una tienda cerca de las ruinas de Rafah, en el sur, empezaron a caer bombas israelíes en las inmediaciones, y la familia tuvo que huir al cabo de solo tres horas. En Jan Yunis, han buscado protección en mezquitas, callejones y refugios provisionales, cada vez obligadas a hacer las maletas y trasladarse mientras la violencia las perseguía de un lugar a otro.

La prisión abandonada en la que vive ahora Radwan apenas ofrece consuelo. Ha pedido prestada ropa de abrigo para sus niñas a otras familias desplazadas, y mientras su hija menor llora de hambre y frío, mezcla leche en polvo para alimentarla, meciéndola suavemente hasta que se calma. “Es como vivir en el infierno”, dice con lágrimas en los ojos. “Al menos en la escuela teníamos paredes y ventanas. Aquí hace mucho frío y seguimos bajo fuego”.

El éxodo sin fin

El ciclo de desplazamientos se agrava a medida que las fuerzas israelíes siguen ordenando evacuaciones en zonas de toda Gaza, avisando de próximas operaciones militares. Barrios enteros han sido designados “zonas letales”, obligando a las familias a huir sin un destino claro. El jueves se emitieron nuevas instrucciones de desplazamiento en las redes sociales una hora antes de la puesta de sol, cuando la mayoría de musulmanes rompen el ayuno de Ramadán. En lugar de buscar comida, las familias, presas del pánico, comenzaron a prepararse para huir y buscar refugios.

La última ofensiva ha dividido Gaza por la mitad, con las tropas israelíes cercando las zonas centrales y avanzando sobre ciudades del norte como Beit Lahiya al tiempo que continúan los bombardeos sobre ciudades del sur como Rafah.

En algunos casos, las evacuaciones se producen de forma tan repentina que las familias se marchan sin comida ni agua, y no todos tienen la suerte de encontrar paredes que les protejan del frío o un tejado sobre sus cabezas.

Farah Saqr, de 17 años, que huyó con sus hermanos el jueves después de que un ataque asolara su barrio cerca de Jan Yunis, describe cómo pasó la noche del viernes durmiendo en el suelo, acurrucada bajo una fina lona que pidieron prestada para pasar la noche y protegerse de la lluvia. “No teníamos nada, ni mantas ni comida”, dice. Sentada ante la tienda de campaña de su tía, vigila a sus hermanos pequeños, Bakr, de 11 años, Louay, de 9, y Amira, un año menor. “Hace días que no comemos bien”.

Su madre, Samar, y su hermano mayor, Omar, de 21 años, han salido en busca de una tienda de campaña, ya sea para comprarla o entregada como ayuda humanitaria, aunque ya escasean. Según Hamás, Israel sólo ha permitido la entrada de 130.000 tiendas de las 200.000 que dijo que permitiría entregar durante la primera fase del alto el fuego.

“Hemos sido desplazados tantas veces -10 hasta ahora- que ya ni siquiera sabemos dónde está nuestro hogar”, dice Samar.

La última oleada de desplazamientos se produce mientras Gaza se enfrenta a un asedio paralizante, con todos los cruces sellados y los suministros básicos agotados. Incluso antes de la reanudación de los combates, muchas familias dependían de los alimentos almacenados y de sus escasos ahorros para sobrevivir. Ahora, con las reservas de alimentos y combustible casi agotadas, la supervivencia es cada día más precaria.

En la carretera entre Jan Yunis y el enclave costero de Al Mawasi, carretas tiradas por burros y bicicletas cargadas de colchones, ollas y niños se mueven por las calles sembradas de escombros. Mohammed Al-Daghmeh, de 40 años, está entre ellos, haciendo equilibrios con una pequeña pila de mantas sobre su bicicleta. Ha sido desplazado dentro de Gaza 11 veces desde que comenzó la guerra, y cada traslado ha despojado a su familia de más pertenencias.

“Cada vez que huimos, perdemos algo”, dice. “Un colchón, una estufa, un trozo de nuestras vidas”. Esta vez, consiguió reunir 200 dólares para alquilar un camión y transportar a su familia a Al Mawasi, con la esperanza de que puedan librarse de nuevas órdenes de evacuación. “Pero nada es seguro”, afirma. “Esto es Gaza: hasta el lugar más seguro puede convertirse en objetivo de la noche a la mañana”.

A medida que se agrava la crisis de los desplazados de Gaza, las organizaciones de ayuda humanitaria advierten de que la situación puede acabar en catástrofe si no se interviene con urgencia. Muchas familias, como la de Rowan Radwan, sobreviven con poco más que alimentos enlatados y pan. El agua escasea, el acceso a sanitarios se deteriora y, con el suministro de combustible cortado, muchos afrontan el frío solo con finas mantas.

“Esto no es vida”, dice Radwan, meciendo a su bebé para que se duerma. “Es la muerte a cámara lenta. Pero no tenemos elección: estamos vivos y tenemos que seguir adelante”.

A medida que continúan los ataques aéreos y las evacuaciones se desplazan a los enclaves que quedan en Gaza, el temor de esta mujer es compartido por muchos: que esta guerra no tenga fin y que, para las familias desplazadas, la pesadilla de una huida interminable se convierta en una realidad permanente.

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