El alto el fuego en Gaza, un hilo de esperanza tras 15 meses de guerra, 46.700 muertes y un incendio regional
La llegada de Trump a la Casa Blanca, la crisis de los rehenes, el goteo de militares muertos y el hastío en la calle impulsan un acuerdo que Netanyahu había bloqueado en numerosas ocasiones
El principio de acuerdo para un alto el fuego en Gaza anunciado este miércoles representa el paso más esperanzador hacia el posible fin de una guerra que se ha cobrado en medio de ataques israelíes más de 46.700 vidas en el enclave palestino, que se encuentra en ruinas y sacudido por la crisis humanitaria más grave de su historia. Nunca antes en más de 15 meses de contienda, ambas partes, impulsadas por los negociadores de Qatar, Egipto y Estados Unidos, habían estado más cerca de un cese de los combates salvo la última semana de noviembre de 2023, un breve paréntesis en medio de una contienda nunca antes vista y con consecuencias en todo Oriente Próximo.
Hasta ahora, los planes bélicos del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y los intentos de tregua habían sido agua y aceite. El principal escollo para abrir la puerta a un posible proceso de paz y reconstrucción de la Franja palestina había sido en muchas ocasiones el mandatario israelí. Netanyahu había antepuesto su supervivencia institucional y judicial a la consecución de un acuerdo que podrá liberar a los casi 100 rehenes —muchos ya muertos— que permanecen cautivos y el fin del asedio a 2,3 millones de gazatíes. De poco habían servido hasta ahora las presiones tanto externas como internas para desencallar las negociaciones.
A última hora del miércoles quedaban flecos y afloraban todavía algunos desacuerdos, pero es cierto que nunca se había avanzado tanto. Por la insistencia de Netanyahu, señala un comunicado de su oficina, “Hamás cedió en su demanda de último minuto de cambiar el despliegue de las fuerzas del ejército de Israel en el Corredor de Filadelfia [que separa Gaza de Egipto]. Sin embargo, aún no se han cerrado varios puntos del acuerdo”.
Según trascendió de las diferentes partes implicadas, estas habían estado a punto de llegar a buen puerto en varias ocasiones en los últimos meses, plagados de órdagos y amenazas. El último obstáculo señalado había sido casi siempre el mismo, Netanyahu, incluso cuando había trascendido el máximo optimismo por parte de las más altas instancias israelíes. Lo acordado ahora por las dos partes enfrentadas llevaba ya en la mesa, al menos, desde el pasado verano. El vuelco que ha llevado, en principio, a silenciar las armas y aceptar las liberaciones de rehenes se ha producido, no por casualidad, a las puertas de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. El acto tendrá lugar este lunes 20 de enero.
Netanyahu celebró el pasado noviembre la contundente victoria de Trump. El primer ministro, de la mano de los miembros más extremistas de su Ejecutivo, entendieron que se trataba de un salvoconducto para seguir con sus planes bélicos. Pero con la toma de posesión del próximo lunes, se han acelerado los contactos —en los que han participado incluso el entorno del republicano— para alcanzar la tregua. Esto no significa, sin embargo, que la nueva Administración republicana no vaya a impulsar la política de ocupación israelí de Palestina, con el ejército y los colonos a la cabeza. Pero Trump ya ha dado claras señales de que, aunque sea a su manera, quiere acabar con esta guerra y con la de Ucrania.
Con el paso del tiempo y el aumento de los rehenes y soldados israelíes muertos, las protestas en la calle y las gravísimas consecuencias del conflicto, la presión se ha ido incrementando sobre el primer ministro de Israel, que finalmente ha tenido que claudicar y aceptar un alto el fuego sin que haya conseguido su objetivo de liquidar del todo a Hamás, algo que desde el principio fue considerado utópico incluso entre algunos de sus allegados. Pero ese era el pilar esencial de la que denominaba “victoria total” que ahora ha tenido que guardar en el cajón.
El principal movimiento radical palestino sigue, al menos de momento, gobernando la Franja y hace frente sobre el terreno a la ocupación enemiga casi 500 días después de intensos combates, mientras ha jugado en la mesa negociadora con los cautivos como su principal baza para intentar asegurarse el fin de la contienda. Esta, la del regreso escalonado de secuestrados, es vista como una de las claves que marcarán el destino de lo pactado en las próximas semanas.
Aferrado al bloqueo, el mandatario israelí se ha mantenido firme todo este tiempo ante integrantes de su propio gabinete, altos mandos del ejército y parte de la sociedad israelí, con las familias y el entorno de los cautivos a la cabeza. Por otro lado, ha ignorado también las presiones de la comunidad internacional, incluido su principal aliado, Estados Unidos, o la Unión Europea. De forma paralela, han ido acrecentándose las acusaciones desde instituciones como el Tribunal Penal Internacional (TPI), Naciones Unidas y numerosas organizaciones humanitarias testigos del horror sobre el terreno.
Desde que a finales de noviembre de 2023 se lograra detener las hostilidades durante una semana y tuviera lugar un primer intercambio de secuestrados por presos palestinos de penales israelíes, las negociaciones no han abandonado la senda del fracaso. En la cuneta han quedado dos líderes de Hamás muertos a manos israelíes, Ismael Haniya y Yahia Sinwar; varios ministros israelíes, entre ellos el de Defensa, Yoav Gallant, apartado por Netanyahu; cerca de medio millar de militares fallecidos, los cinco últimos en el norte de la Franja el lunes; decenas de rehenes, y más de 46.700 gazatíes, la mayoría mujeres y menores.
Lo que comenzó siendo una operación militar frente a la matanza liderada por Hamás de unas 1.200 personas en el ataque del 7 de octubre de 2023 ha tornado en una campaña bélica fuera de control. Bajo la justificación del derecho a la autodefensa y de acabar militar y políticamente con el movimiento islamista que ideó y efectuó el ataque más grave de la historia de Israel, las autoridades del Estado judío han lanzado la mayor ofensiva en la historia de la región, provocando acusaciones de violar las normas del derecho internacional. Los reproches llegan de distintas instancias bajo la acusación de genocidio, limpieza étnica y crímenes de guerra y lesa humanidad. Ante esas denuncias, el TPI ha ordenado la detención tanto de Netanyahu como de su exministro de Defensa. Más allá del alto el fuego, el futuro de ambos permanece amenazado.
Además, permanecen las dudas sobre la utilidad de haber llevado hasta el extremo la campaña militar en Gaza, donde a lo largo de la guerra Hamás ha logrado reorganizarse en zonas donde Israel dio al movimiento por barrido. Esas dudas fueron el motivo que acabó con Gallant como ministro y que, unido al abandono de los rehenes, llevó también a un centenar de militares a hacer públicas sus quejas y a dejar de vestir el uniforme. Otro de los pilares sobre los que se sigue apoyando Netanyahu es la decisión de acabar con la mayor agencia de la ONU en la zona, la UNRWA, principal sustento de millones de refugiados palestinos en Gaza, cuya prohibición ha sido aprobada en el Parlamento. El futuro de esta institución de Naciones Unidas, con 13.000 de sus 33.000 empleados desplegados en la Franja, marcará también el proceso de paz y la reconstrucción del enclave.
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