El cese del suministro del gas ruso a través de Ucrania pone a prueba la estabilidad de Moldavia
El corte por parte de Kiev de la conexión que transita por su territorio amenaza con torcer el rumbo prooccidental de la política moldava
Dos templos, uno católico y otro ortodoxo, y una sinagoga marcan la silueta de Rashkov, un pequeño pueblo situado en un bello y despoblado paisaje en la orilla izquierda del Dniéster. Durante siglos, el Dniéster fue un río-frontera, escenario del enfrentamiento y la convivencia entre los pueblos que cruzaban estas tierras en direcciones diversas. Rashkov está en Transnistria, un territorio de Moldavia que mantiene una orientación política secesionista y prorrusa desde la desintegración de la Unión Soviética a principios de los noventa.
Disputado antaño por polacos, lituanos, otomanos, cosacos de la estepa, ucranios, rusos y rumanos, el Dniéster vuelve a ser hoy un “río-frontera” entre el mundo occidental y el mundo ruso, que compiten aquí por determinar el rumbo de Moldavia. El pasado octubre, por escaso margen (0,60 décimas) este país, que negocia ya su ingreso en la UE, aprobó modificar su Constitución para registrar su vocación proeuropea. El futuro, sin embargo, es incierto.
El próximo 1 de enero, el gas ruso, fuente de energía en las dos orillas del Dniéster, dejará de llegarles a través de Ucrania, que se ha negado a prorrogar un contrato de tránsito con Gazprom (el consorcio estatal del gas ruso) en vigor hasta fines de este año. El corte del suministro afecta sobre todo a Transnistria, que utiliza el gas ruso para producir electricidad, que es vendida a Moldavia a precio barato. La industria de Transnistria, que paga impuestos y exporta de acuerdo con la legislación moldava, depende totalmente del gas ruso; la dependencia es menor en el resto de Moldavia, que ha diversificado su abastecimiento y compra energía en el mercado europeo.
El cese del suministro había sido anunciado con mucha anterioridad, pero los dirigentes moldavos han tardado mucho en ponerse a buscar alternativas. Gazprom está dispuesto a suministrar gas a Moldavia por otras rutas ajenas a Ucrania, pero para ello exige a la compañía de gas moldava el pago de una cuantiosa deuda atrasada y no reconocida por Chisinau. A menos de dos días del cierre de la llave de paso, no está claro aún cómo se abastecerá Transnistria. “El gas vendrá por otras rutas, por el gasoducto turco y por la red transbalcánica, pero habrá que subir varias veces las tarifas”, explica en Chisinau una fuente vinculada a la distribución energética en Moldavia que pide anonimato.
En este país pobre, con pensiones de 150 euros y sueldos de 350 euros al mes, las subidas de tarifas podrían ser muy desestabilizadoras y para Transnistria en concreto suponen la ruina de su economía. El impacto social se sentirá en las elecciones legislativas que se celebrarán a mediados de 2025. El sistema político de Moldavia es parlamentario.
En Tiráspol, la capital de Transnistria, y en Comrat, la capital de la autonomía de Gagaúzia, esta periodista advirtió malestar por la política de Maia Sandu y escuchó reproches dirigidos a la presidenta por no haber encontrado alternativas al suministro ruso. La situación no es fácil; en noviembre Rusia bombardeó y destruyó varias líneas eléctricas ucranias que hubieran podido utilizarse para exportar electricidad a Transnistria, dice la fuente del sector energético moldavo, en opinión de la cual “Moscú parece más interesada en perjudicar a Moldavia que en ayudar a Transnistria”.
Este mes de diciembre, Chisinau y Tiráspol, cada una por su cuenta, han declarado situaciones de emergencia. Las autoridades moldavas difundieron normas de ahorro en el alumbrado público y en Transnistria se agotaron los calefactores eléctricos que de poco servirán si la central eléctrica local deja de producir por falta de gas. En las afueras de Tiráspol, Alexandr, un diligente jubilado, sierra troncos y se alegra de haber conservado un antiguo horno de leña, pese a las burlas de sus vecinos.
El mayor beneficiado de la crisis en el abastecimiento del gas parece ser Ilán Shor, un personaje que hoy por hoy es considerado como el mayor peligro para la fuerza liberal proeuropea que apoya a Maia Sandu, el Partido de Acción y Solidaridad (PAS). Shor es un empresario local dado a la fuga y condenado a 15 años de cárcel por estafas y lavado de dinero. Moldavia ha intentado en vano extraditarlo, primero desde Israel y luego desde Moscú, donde reside y desde donde ha puesto en funcionamiento un esquema para inmiscuirse en los procesos electorales en Moldavia, a base de la compra de lealtades y votos. En las elecciones presidenciales y el referéndum sobre la política proeuropea del pasado octubre, Shor experimentó en el territorio de Gagaúzia, cuya máxima dirigente, Yevguenia Gutul, había sido elegida en 2023 gracias a él. El resultado fue un escaso 5% de votos proeuropeos.
En Rusia, Shor ha creado estructuras que pagan sumas mensuales a los jubilados y funcionarios de Gagaúzia que lo soliciten. “La gente que recibe 100 euros al mes de Shor, no entiende por qué no debe tomarlos y por qué yo lo critico”, dice en Comrat el diputado Alexandr Tarnavski, que afirma haber perdido su puesto de vicepresidente de la asamblea popular (parlamento de Gagaúzia) por su crítica actitud. “Hay que cortar los flujos financieros procedentes de las estructuras de Shor. De lo contrario, todas las elecciones aquí serán compradas”, agrega el diputado.
Shor fue legislador en el parlamento de Moldavia y alcalde en la ciudad de Orhei, y ya usaba métodos truculentos de captación de votos a pequeña escala cuando ejercía como político local, señala el historiador y antropólogo Mark Tkachuk, que fue consejero del presidente Vladímir Voronin, un comunista defensor de la integración de Moldavia en Europa. Así pues, el aprendizaje de Shor ha encontrado un terreno abonado en uno de los lobbies del Kremlin, el que apuesta por la desestabilización de Moldavia y no por su reintegración.
El poder de Shor se nutre de la pobreza de los moldavos y también de la mala gestión, los errores y la poca habilidad diplomática de sus dirigentes. Sandu se niega a firmar el decreto para adjudicar un puesto en el Gobierno de Moldavia a la jefa de Gagaúzia y, aunque está obligada a ello por ley, no lo hace por considerar que la protegida de Shor no tiene legitimidad. Los tribunales no le han dado la razón, pero Sandu se obstina en no reconocer a la bashkan (jefa) de Gagaúzia y con ello ahonda el conflicto con la autonomía donde reside una comunidad túrquica de religión ortodoxa muy vinculada a Rusia.
En Transnistria, por su parte, se quejan del aparente desinterés de Sandu por este territorio, pese a que la presidenta, que ni les visita ni negocia con ellos, ha prometido comprar gas también para la región secesionista. A diferencia de Guzul, que subraya sus relaciones especiales con Rusia, las autoridades de Transnistria se muestran poco elocuentes en relación con la política bélica del Kremlin y evitan ser involucrados en la contienda. De hecho, la guerra les ha integrado más en Moldavia, después de que Kiev cerrara su frontera en el tramo correspondiente a Transnistria. En este territorio poblado por eslavos (rusos y ucranios) y moldavos, cada vez son más los que solicitan el pasaporte moldavo, un documento que les da derecho a votar y a viajar por Occidente y que antes menospreciaban a favor del pasaporte ruso o ucranio.
“Las autoridades de Moldavia son arrogantes y en muchos campos incompetentes. Se han atascado en la reforma del sistema judicial y en la lucha contra la corrupción. Hablan de eurointegración como si el ingreso en la Unión Europea fuera a solucionarlo todo”, opina Vladímir Solovev, un respetado analista de la política moldava. Los dirigentes proeuropeos de Moldavia actúan a través de prohibiciones, lo que incluye el cierre de medios de comunicación críticos”, añade. Por de pronto, Shor intenta seducir a los moldavos con la promesa de encontrar gas barato para ellos y acusa a Sandu de no haberse dirigido a tiempo a Moscú en búsqueda de ayuda.
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