Irán, contra las cuerdas
El primer ataque declarado de Israel sobre la República Islámica pone fin al ‘statu quo’ y da alas a los partidarios de hacerse con la bomba atómica
La primera reacción de Irán al bombardeo israelí de la madrugada de este sábado ha seguido el mismo guion del pasado abril: minimizar su alcance y asegurar que ha sido repelido por las defensas antiaéreas. Solo que entonces Israel no se atribuyó la operación. Ahora, su anuncio de que la respuesta será “proporcional” también puede interpretarse como un signo de que no hay deseo de escalada. Resulta engañoso. Incluso si no se produce una represalia inmediata, el primer ataque declarado de Israel sobre la República Islámica ha roto el tabú del enfrentamiento directo y pone a los dirigentes iraníes contra las cuerdas.
El verdadero poder detrás del llamado régimen de los ayatolás, el mando del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (los Pasdarán), necesita proyectar fuerza tanto para disuadir a Israel de ir más lejos, como para tranquilizar a sus adeptos dentro y fuera de Irán. Los generales deben de estar evaluando cuánto hay de operación psicológica y cuánto de cálculo estratégico en las propuestas de algunos sectores en Tel Aviv y Washington para aprovechar el momento de debilidad iraní y acabar con su programa nuclear.
Analistas y observadores especulan sobre las opciones de la República Islámica. Hay hechos, como la geografía, que limitan la respuesta. A un millar de kilómetros de la “entidad sionista”, como la propaganda iraní se empecina en referirse a Israel, sus fuerzas convencionales tienen escasa efectividad y su arsenal de misiles balísticos es limitado. De ahí que los Pasdarán hubieran creado en Oriente Próximo una red de grupos armados aliados, el Eje de Resistencia, como elemento de disuasión. Sin embargo, el principal de ellos, la milicia libanesa de Hezbolá, ha quedado diezmado en los últimos meses. El resto de esos proxies tienen menor capacidad de dañar directamente a Israel, y la posibilidad de que actúen contra los intereses de Estados Unidos en la región, las instalaciones petroleras de las monarquías de la península Arábiga o las vías de transporte de crudo (incluido el estrecho de Ormuz) elevaría la apuesta de una intervención directa de Washington.
Las imágenes de mujeres bajo el chador y hombres de luto coreando “Muerte a América, Muerte a Israel” de las manifestaciones iraníes encajan bien en el estereotipo de un Oriente emocional y movido por las pasiones. Pero a pesar de su retórica arengando a las multitudes, los dirigentes de la República Islámica han dado pruebas de pragmatismo y racionalidad. Así, es de esperar que cuando los generales de los Pasdarán se reúnan con el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, lo que le planteen sea qué resulta menos dañino para la supervivencia del régimen: Si no responder (o hacerlo solo de forma simbólica), aun a riesgo de perder la cara ante sus aliados, o arriesgarse a la entrada de EE UU en el conflicto.
El cauteloso comportamiento de Teherán desde el atentado de Hamás contra Israel del año pasado inclina la balanza hacia la primera opción. Eso no significa que el bombardeo de este sábado no vaya a tener consecuencias. Para empezar, ya no hay vuelta atrás al statu quo anterior. Más allá de que Irán recurra de nuevo a operaciones encubiertas (terroristas) incluso fuera de la región, lo ocurrido da alas a los sectores partidarios de dotarse de armas atómicas (una decisión política rechazada hasta ahora) y va a repercutir sin duda en la represión interna (tal como apunta el que un diputado haya atribuido a “agentes internos del enemigo” los supuestos drones utilizados en el ataque de la capital). La República Islámica no quiere entrar en guerra, pero la presión israelí está poniendo a sus dirigentes contra las cuerdas.
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