Biden culpa a Hamás y Hezbolá de la violencia en Oriente Próximo en su tibio discurso de despedida de la ONU
El presidente de EE UU asegura que aún hay margen para la diplomacia, aunque admite su temor a una “guerra a gran escala que no beneficia a nadie”
“El mundo no debe acobardarse ante los horrores del 7 de octubre”, ha dicho este martes el presidente de EE UU, Joe Biden, en su intervención ante la 79ª Asamblea General de la ONU. Ha sido la única frase supuesta o pretendidamente rotunda en un discurso, el último como presidente ante este órgano, en el que además de su condición de mandatario saliente, Biden ha puesto especial cuidado en evitar nuevos problemas a Kamala Harris, si esta vence las elecciones de noviembre, y a fe que el escenario del Líbano al borde de una guerra total era lo último que los demócratas esperaban en la recta final de la campaña. Tal vez eso explique la tibieza de sus palabras sobre Oriente Próximo.
Biden ha puesto toda la carga de la prueba en Hamás y Hezbolá, a los que ha acusado de empezar la guerra en curso y atizar el conflicto en la región en una escalada que, ha subrayado, EE UU ha intentado evitar desde el primer día. Como viene haciendo desde el 7 de octubre, el presidente estadounidense ha reiterado el derecho de Israel a defenderse y denunciado la muerte y el sufrimiento de “miles de civiles inocentes” en la Franja. Sobre la coyuntura actual, y su temor a una “guerra a gran escala que no beneficia a nadie”, Biden ha recurrido al mismo optimismo que ha articulado su alocución: “Aunque la situación se haya agravado, sigue siendo posible una solución negociada”. La misma, o parecida, en la que EE UU viene trabajando con Qatar y Egipto mientras recibe desaires, casi hasta la exasperación, por parte del Gobierno de Benjamín Netanyahu. El creciente descontento de Washington con el Gabinete más ultraderechista de la historia de Israel no ha tenido, sin embargo, ningún eco en el discurso.
Gaza y, por extensión, Líbano ocuparon solo el tercer lugar en el listado de asuntos perentorios que a juicio de Biden deben preocupar a la comunidad internacional, por detrás de Ucrania —en la sala se hallaba el presidente Volodímir Zelenski— y la competencia comercial, a la vez que la creciente cooperación, por ejemplo en el ámbito de la lucha contra las drogas sintéticas, con China. En su cuarto discurso ante la Asamblea General de la ONU —el primero, recordó, estuvo marcado por la retirada de Afganistán—, se mostró convencido de que “es el momento de que las partes se pongan de acuerdo. Hay que acabar con esta guerra” mediante una negociación que conduzca a la solución de los dos Estados. En un foro en el que su embajadora ha torpedeado repetidamente resoluciones de alto al fuego —aunque el mandatario defendiera este martes de nuevo la reforma del Consejo de Seguridad, que ha permitido esos vetos—, el discurso del mandatario ha sonado descafeinado, incluso para lo que podía esperarse de alguien a quien le quedan pocos meses de mandato. Fue recibido con tibios aplausos, más escasos que los cosechados por su alusión a la guerra de Ucrania, un conflicto ante el que instó al mundo a “no apartar la mirada ni bajar la guardia” a la hora de apoyar a Kiev.
Calificando la “guerra de Putin” de “fracasada”, Biden advirtió contra la tentación del cansancio bélico, y lo hizo bajo la presión de muchos de sus aliados occidentales para que permita a Ucrania utilizar armas de mayor alcance suministradas por países de la OTAN para atacar en el interior de Rusia. Pero la fecha de caducidad de su mandato, así como su temor a que una mayor penetración ucrania en territorio ruso pueda desencadenar un conflicto directo entre Moscú y la OTAN, han morigerado su discurso, en el que únicamente se mostró dispuesto a apoyar a Ucrania “hasta que consiga una paz justa y duradera”, sin dar más detalles. Tendrá oportunidad de ser más concreto en su reunión con Zelenski en Washington el próximo jueves.
Su blanco discurso sobre Gaza abundó en las ideas fuerza que su Administración ha desgranado en el último año: la necesidad de llegar a un acuerdo de alto el fuego en Gaza y la liberación de los rehenes israelíes a cambio de prisioneros palestinos, además de facilitar la entrada de ayuda humanitaria en el enclave. “Ahora es el momento para que las partes finalicen los términos, devuelvan a los rehenes y garanticen la seguridad de Israel y Gaza, alivien el sufrimiento en Gaza y pongan fin a esta guerra”, manifestó ante la Asamblea General. Su tibieza contrastó sobremanera con la interpelación directa a Israel del secretario general de la ONU, António Guterres, que en su discurso inaugural atribuyó a ese país la responsabilidad del fracaso de cualquier intento de solución negociada. “La comunidad internacional debe movilizarse para lograr un alto el fuego inmediato, la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes y el inicio de un proceso irreversible hacia una solución de dos Estados. A quienes siguen socavando ese objetivo con más asentamientos [en Cisjordania], más apropiaciones de tierras, más incitación [a la violencia por parte de los colonos judíos]… les pregunto: ¿Cuál es la alternativa? ¿Cómo podría el mundo aceptar un futuro de un solo Estado que incluya a un número tan grande de palestinos sin ningún tipo de libertad, derechos o dignidad?”, preguntó Guterres a Israel.
En un año en el que la mitad de la población mundial acudirá a las urnas, “algo que afectará a toda la humanidad”, recalcó Guterres, Biden pareció escudarse en la comodidad de la cita de noviembre para formular un discurso que de inmediato fue tildado de irrelevante por algunos líderes presentes en la sala. El optimismo que recorrió toda su alocución provocó muecas de estupor en los rostros de los representantes palestinos, que por primera vez participaban en la solemne sesión plenaria como Estado observador, y de algunos otros diplomáticos árabes, especialmente la delegación libanesa. Mientras el país de los cedros es objeto de la violencia más descarnada desde la guerra civil (1975-1990), su llamamiento a evitar “una guerra a gran escala” que “no beneficia a nadie” sonó hueco; también su brindis a la diplomacia.
El demócrata tuvo también palabras para la crisis abierta en Venezuela tras las últimas elecciones, al reconocer la lucha “por la libertad” de “votantes que emitieron su voto por un cambio” que “no puede ser negado”. Biden comparó a los votantes venezolanos con los “valientes hombres y mujeres” detrás de hazañas tales como el fin al apartheid o la caída del Muro de Berlín. “Lo he visto en todo el mundo: los valientes hombres y mujeres que pusieron fin al apartheid, derribaron el Muro de Berlín y luchan hoy por la libertad, la justicia y la dignidad. Vimos ese recorrido universal hacia los derechos y la libertad en Venezuela, donde los votantes emitieron su voto por un cambio que no puede ser negado”, afirmó. Un cierto regusto histórico —empezó su alocución hablando de la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, y de los progresos hechos desde entonces— y ese alarde de optimismo inoxidable definieron un discurso que no será recordado en los anales, al menos los de la oratoria.
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