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Las dificultades de Barnier para formar gobierno alargan la crisis francesa

El nuevo primer ministro ha encendido los ánimos de los partidos que deben apoyarle al insinuar que deberá subir los impuestos tras encontrar una grave situación en las finanzas

Michel Barnier
El primer ministro francés, Michel Barnier, el pasado domingo en la clausura de los Juegos Paralímpicos en París.Sarah Meyssonnier (REUTERS)
Daniel Verdú

El chiste político estos días en Francia ironiza sobre si llegará primero el Gobierno del nuevo primer ministro, Michel Barnier, o más bien la destitución o dimisión del presidente de la República, Emmanuel Macron. La realidad es que ambos atraviesan grandes dificultades y la suerte del jefe del Estado, que afronta un proceso constitucional para tumbarle y convocar elecciones presidenciales, impulsado por la izquierda radical de La Francia Insumisa (LFI), irá ligada al éxito de Barnier para conformar un Ejecutivo. Al menos en esta primera fase, donde el nuevo primer ministro está encontrando resistencias inesperadas. La negociación del Brexit que llevó a cabo Barnier durante más de dos años va camino de convertirse en un juego de niños comparado con la papeleta de formar un Gobierno en Francia.

Los problemas se amontonan en la mesa del nuevo primer ministro, como ya le advirtió su predecesor, Gabriel Attal, el día que se produjo el relevo. A la negativa ya descontada de la izquierda a formar parte de su Ejecutivo, se ha encontrado ahora las reticencias de Ensemble pour la République, el partido del propio Macron, tras escuchar sus planes económicos. Attal, presidente de dicha formación, canceló el miércoles por la mañana a última hora el encuentro que debía celebrar en Matignon con Barnier. “Subir los impuestos sería terrible para los franceses”, advirtió el mismo día. Nadie quiere formar parte de una medida que ampliará el malestar de la ciudadanía.

La relación entre Attal (35 años) y el conservador Barnier (73) no comenzó de la mejor manera. El mismo día de su nombramiento saltaron chispas, cuando el nuevo primer ministro, en un tono condescendiente, ironizó sobre la capacidad de Attal para aleccionarle sobre su trabajo cuando solo había estado ocho meses en el cargo. El jefe del Gobierno saliente, que ha comenzado ya a postularse sutilmente para las elecciones presidenciales de 2027, aguantaba con una media sonrisa los comentarios punzantes del nuevo inquilino de Matignon, quizá hasta encontrar una oportunidad para responder y hacer valer sus 97 diputados, cuyo apoyo Barnier daba por descontado. El problema del nuevo primer ministro ahora es que su partido, Los Republicanos (LR), el único que podría apoyarle sin condiciones ni líneas rojas, no tiene apenas fuerza (47 diputados). Pero también este grupo canceló la reunión que tenía con Barnier. En vista de la situación, el primer ministro iba a ser recibido anoche en el Elíseo por Macron.

La refriega principal se basa ahora en la cuestión impositiva. Barnier, en declaraciones a la agencia France-Presse este miércoles, mostró su preocupación por las cuentas de Francia. Una manera también de ir allanando el camino por las medidas de austeridad que deberá aplicar de manera urgente en el próximo presupuesto, que debería discutirse a comienzos de octubre. “La situación presupuestaria del país que estoy descubriendo es muy grave. He solicitado todos los elementos para apreciar su realidad exacta. Esta situación merece algo más que pequeñas frases. Exige responsabilidad”, señaló. “Mi objetivo es retomar el camino del crecimiento y mejorar el nivel de vida de los franceses, siendo ya el país con la mayor carga impositiva de la UE”, añade el primer ministro, quien dice estar “muy concentrado en la próxima formación de un gobierno de equilibrio” para “afrontar con método y seriedad los desafíos” del país y “responder así a las expectativas de los franceses”.

Los matices al posible aumento de impuestos no tranquilizan a nadie. Y las amenazas siguen llegando desde todos los extremos del arco parlamentario. El Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen ya le ha hecho saber a través de su presidente, Jordan Bardella, que no le apoyará si sube los impuestos. Otra línea roja que se suma a la de la inmigración y que dejará poco margen a Barnier para esquivar una moción de censura en los próximos meses. De hecho, la propia Le Pen aseguró hace una semana: “Todo el mundo sabe que en junio volveremos a votar”, poniendo fecha de caducidad al nuevo Ejecutivo y en referencia al plazo legal de un año que se debe respetar para volver a disolver la Asamblea.

El lunes, una encuesta del periódico conservador Le Figaro señalaba que el 44% de los franceses querría una disolución de la Asamblea el próximo junio y volver a votar. Un dato inquietante, vista la inédita inestabilidad de Francia en los últimos meses y los problemas que acarrea para el país. Macron observa desde el Elíseo que su apuesta para sacar al país del atolladero ―primero la disolución de la Asamblea en junio y ahora el nombramiento de Barnier― no termina de despegar. En el Elíseo, explican en el entorno del presidente, no preocupa en absoluto el proceso de destitución al que ha dado luz verde la Asamblea en las últimas horas. Creen que no se consumará por falta de apoyos, pero el efecto estético es más grave que el real.

La imagen del presidente de la República, sin embargo, ha quedado muy tocada en los últimos meses. Los comicios de junio, fruto de una polémica e incomprendida disolución de la Asamblea Nacional, arrojaron un panorama político fragmentado en tres bloques. El Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición formada por los partidos de izquierda para hacer frente al auge de la ultraderecha, se convirtió en la primera fuerza en la Asamblea Nacional con 193 de 577 diputados, aunque quedó muy lejos de la mayoría absoluta de 289. El bloque presidencial, formado por tres partidos de centro y centroderecha, obtuvo 166; y el ultraderechista Reagrupamiento Nacional (RN), 126. Las dificultades de Barnier ahora para formar Gobierno alargan la crisis francesa y aumentan la sensación de final de ciclo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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