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Mujeres de paz en tiempos de guerra de Israel en Gaza: “El 7 de octubre todo se derrumbó y hubo que empezar de nuevo”

Activistas palestinas e israelíes que lloran a los muertos de los dos lados explican cómo tratan de superar el muro de la violencia y recuperar la confianza perdida

Mujeres guerra de Israel en Gaza
Idit, la payasa con uniforme policial que acude a manifestaciones y protestas de todo tipo, junto a varios agentes delante de la residencia del primer ministro, Benjamín Netanyahu, en Jerusalén el 3 de septiembre.Luis de Vega
Luis de Vega

Con el humor como arma, una payasa disfrazada de policía que recuerda a Charles Chaplin en El gran dictador, es habitual en las manifestaciones que salpican Israel y la Palestina ocupada. Luce nariz roja, zapatones, peluca, casco con flores de plástico y un uniforme un tanto desgarbado. A veces, desfila marcial mientras saca pecho con gesto impostado junto a los agentes del orden, al tiempo que reparte pegatinas en forma de corazón como símbolo de amor y paz. No se altera cuando hay disturbios o detenciones. Es fácil encontrársela en los alrededores de Gaza apoyando a las familias de los rehenes israelíes, tratando de evitar desahucios de palestinos, en marchas de ultraortodoxos o en las protestas que tienen lugar en Jerusalén delante de la casa del primer ministro, Benjamín Netanyahu, en las que cada vez más gente reclama su salida del poder.

Idit (no ofrece ni apellido ni edad) es solo una de las mujeres que, a su manera, buscan la paz en tiempos de contienda y violencia. Son mujeres de uno y otro lado del conflicto que, en no pocas ocasiones, unen sus fuerzas en un mundo donde las decisiones políticas las toman mayoritariamente hombres. También era la preocupación de Vivian Silver, histórica emprendedora de iniciativas junto a los palestinos y la población árabe israelí, que fue asesinada en su casa del kibutz Beeri, junto a Gaza, el pasado 7 de octubre durante el ataque de Hamás que acabó con la vida de unas 1.200 personas abriendo la espita de la actual guerra.

“Mi objetivo es traer la paz a Oriente Próximo”, suspira esperanzada la payasa-policía durante una entrevista en Hansen House, una antigua leprosería abierta en el siglo XIX en Jerusalén que hoy funciona como centro cultural. Acude despojada del atuendo de su personaje, que se llama Hashoteret Az-Oolay en hebreo. Es ella la que ha de dar el paso y se identifica mientras esboza una sonrisa. El primer gesto es tender un abrazo, como los que ofrece en la calle a todo el que se le acerca. Pese a todo, aclara, la conversación no es con Idit, a la que no le gustan nada las manifestaciones y las protestas, sino con la payasa que representa desde que, en agosto de 2020, nació el personaje tras regresar de tres años de formación en arte dramático en Estados Unidos.

Frente a los que la acusan de superficial y la ven con escepticismo, ella defiende su papel de servidora pública como sanadora de corazones rotos, sin importar de quién sean. “No doy soluciones, no ofrezco terapia. Entiendo que me consideren naif”, acepta mientras insiste en que cree fervientemente en la utilidad de un pequeño gesto como empatizar o adherir un pequeño corazón en la solapa de un policía, un manifestante o alguien que sufre.

Kefaia Aiaite, activista de la organización Women Wage Peace, fotografiada en el salón de su casa en Acre a finales de julio.
Kefaia Aiaite, activista de la organización Women Wage Peace, fotografiada en el salón de su casa en Acre a finales de julio. Luis de Vega

Bajo la actual tormenta bélica, Netanyahu solo es visto rodeado de hombres para tomar las decisiones sobre la guerra. El mandatario formó en diciembre de 2022 un Gabinete en el que incluyó a seis mujeres de 32 miembros, frente a las nueve que formaban parte del Ejecutivo saliente, de 27 integrantes. Mientras, en el Gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que oficialmente lleva las riendas de la Cisjordania ocupada, las mujeres ocupan tres de los 23 cargos. En el Ejecutivo de Hamás en Gaza, la cuota femenina es nula y nadie espera que los fundamentalistas tomen otra senda. No son datos que roben en exceso el sueño de las protagonistas de este reportaje, conscientes de que su activismo se desarrolla a pie de calle más que sobre las alfombras de dependencias oficiales.

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“Identidad compleja”

Sentada en el salón de su apartamento de Acre, ciudad asomada al Mediterráneo en el noroeste de Israel, Kefaia Aiaite, que se considera “una árabe musulmana nacida en Israel y de identidad compleja”, reflexiona sobre el conflicto de una manera que no es la habitual. “Los musulmanes en Gaza son nuestros hermanos. Tenemos conexiones con ellos. En mi entorno tengo mujeres con familiares en Yenín o Ramala [en la Cisjordania ocupada]. No podemos cortar los vínculos con ellos. Lo comento con mis amigos judíos aquí en mi ciudad, mi país, Israel… esa es mi responsabilidad”, argumenta esta integrante de Women Wage Peace (WWP, Mujeres que luchan por la paz), una organización que aboga por una solución acordada en la que participan, según su web, unas 44.000 personas. Desde 2021, cuentan con una asociación hermana en el lado palestino, Women of the Sun (Mujeres del Sol), que ha perdido a varias decenas de sus integrantes entre los más de 40.000 muertos que la guerra en Gaza.

Una de las fundadoras de WWP fue precisamente Vivian Silver, que, tres días antes de ser asesinada, había marchado junto a cientos de compañeras, entre ellas Aiaite, por las calles de Jerusalén, sin distinguir bandos, credos o nacionalidades en sus reivindicaciones por la paz. Aiaite la recuerda mientras ofrece al periodista fruta que, remarca, hace pocos días ha comprado en Yenín, la ciudad cisjordana más golpeada por las tropas de ocupación israelíes durante la presente guerra. De vez en cuando, atraviesa con otras mujeres árabes israelíes en un autobús que fletan entre todas el muro levantado por Israel y accede a Cisjordania, donde, explica, la fruta es mejor y servicios como el dentista, mucho más accesibles.

Aiaite, de 54 años, insiste en que lucha por la paz porque ella, divorciada en 2018 tras varios episodios de violencia, sentía que no tenía paz ni dentro de su propia casa. Prueba de la importancia que otorga al activismo de proximidad, relata varios proyectos que ha desarrollado en su entorno vecinal. En presencia de su hijo Ahmed, un veinteañero fumador compulsivo, recalca que el mundo necesita a más mujeres que piensen distinto, que lo hagan con “la cabeza, el corazón y el útero”, apostilla.

Los árabes de Israel tenemos un papel importante que desempeñar para liderar un cambio en la resolución de los conflictos entre los dos pueblos, las dos culturas, las posiciones, las lenguas y también los pensamientos, para acercarlos al diálogo, para conocernos en profundidad y planificar juntos lo que es bueno para todos, para ofrecer una vida y un futuro a nuestros hijos”, defiende. La enorme losa que supone la violencia desatada por la guerra en Gaza y pérdidas irreparables como la de Silver no les aparta de la pedregosa senda que emprendieron antes del 7 de octubre del año pasado.

Los puentes, aunque lo parezca, no han sido volados del todo y no son pocas las activistas que redoblan sus esfuerzos bajo la actual coyuntura bélica, que ha socavado en muchos casos la confianza mutua, cerrado proyectos y enterrado relaciones de años. La palestina Rana Salman, desde Belén (Cisjordania) y la israelí Eszter Koranyi (desde Jerusalén Este) tratan de mantenerse firmes en su misión al frente de Combatientes por la Paz, una organización para la que es esencial la cooperación mano a mano entre ciudadanos de uno y otro lado del conflicto. Con ellas al frente como codirectoras, coinciden, se ha corregido el perfil de una entidad que nació hace un par de décadas de la mano de excombatientes, casi siempre hombres, tanto israelíes como palestinos.

Ambas, de 40 años, explican durante una videoconferencia cómo tratan de mantener la esperanza y recuperar la dignidad enterrada por los escombros de los ataques. “El movimiento está abierto a todos los que creen en los valores de la no violencia y en nuestra humanidad compartida”, explica Salman. Cada año organizan un gran evento por la paz que, en 2024, ante posibles amenazas y el bloqueo impuesto a los palestinos, ha tenido que celebrarse de manera telemática. Lo han salvado así porque consideran que era más necesario que nunca. En este sentido, destacan con optimismo que han recibido más donaciones que en anteriores ediciones.

“Tenemos la sensación de que el 7 de octubre todo se derrumbó y tenemos que volver a levantar todo de nuevo, cerrando las grietas y restaurando la confianza mutua, algo que requiere mucho esfuerzo y trabajo”, asevera la activista palestina. Pero, al mismo tiempo, siente que: “La comunidad internacional nos sigue y tiene puestas esperanzas en nuestra labor, así que tenemos la responsabilidad de mantenernos firmes y comprometidos con la causa”.

A nivel personal, aporta Koranyi, de origen húngaro, han de gestionar el goteo de muertes de ambos lados. Lo hace en los que considera de los días más complicados de la contienda después de que seis de los rehenes regresaran a Israel amortajados hace un par de semanas. “Pero nosotros también lamentamos los muertos de Gaza, que son muchos más de seis”, enfatiza. “Todo esto es mucho más trágico que conocer las cifras. Hay veces en las que solo alcanzamos a abrazarnos y llorar juntos. Y eso también nos da esperanza”, concluye. Sus palabras coinciden con el relato que hace Idit, la payasa-policía, de cómo vivió el comienzo de la presente guerra.

“No soy política, ni juez. No actúo con la cabeza, sino desde el corazón”, reflexiona Idit. Decidida, en aquellas primeras horas tras la matanza de Hamás se espoleó a sí misma: “No puedes quedarte congelada, eres una servidora, tienes que actuar, tienes que ayudar”. Así es como, tras ofrecer sus servicios en redes sociales, comenzó a visitar casi de inmediato los hoteles que acogían a las familias de los asesinados, a las familias desplazadas de las comunidades arrasadas en los alrededores de Gaza. Repartía corazones y abrazos, hacía pompas de jabón para los niños, intercambiaba lágrimas… “Lloraban ellos y lloraba yo”, concluye.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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