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Con el ejército ucranio en Kursk: “Por fin llevamos la guerra a Rusia”

EL PAÍS accede a los territorios rusos ocupados por Ucrania, donde los soldados de Kiev se muestran optimistas por primera vez tras un año de inferioridad frente al invasor

Vista de la ciudad de Sudzha, en la región rusa de Kursk, el 16 de agosto, después de la entrada del ejército ucranio.
Vista de la ciudad de Sudzha, en la región rusa de Kursk, el 16 de agosto, después de la entrada del ejército ucranio.Libkos (Getty Images)
Cristian Segura

Los soldados ucranios del escuadrón que comanda Mijailo habían olvidado lo que era sentirse optimistas. La última vez fue en los primeros compases de la contraofensiva de verano de 2023, para la que el ejército de Ucrania destinó recursos ingentes procedentes de sus aliados internacionales. Aquella ofensiva, centrada en hacer retroceder a los rusos en el frente de Zaporiyia, naufragó en pocos meses y desde entonces los hombres de Mijailo, en las filas de la 80ª Brigada Aerotransportada, se habían dedicado a resistir en trincheras ante el empuje enemigo. Su ánimo cambió el pasado 6 de agosto, cuando dio inicio la campaña sorpresa en la que miles de tropas ucranias han asaltado la provincia rusa de Kursk. Desde entonces vuelven a creer que el viento sopla a su favor.

“Cuando nos dieron la orden de entrar en Kursk solo pensé una cosa, que por fin íbamos a llevar la guerra a Rusia”, dice Mijailo con una amplia sonrisa y levantando los brazos en señal de victoria. Es una frase que se hace eco de unas ya célebres declaraciones del 12 de agosto de su presidente, Volodímir Zelenski: “Rusia ha llevado la guerra a otros, ahora la guerra vuelve a su casa”. Su Gobierno ha subrayado que la ocupación en Kursk finalizará cuando Vladímir Putin acepte negociar una “paz justa”.

Mijailo, sargento de 22 años, y su grupo han estacionado el blindado en el que se desplazan frente a una casa a cinco kilómetros de la frontera rusa, en la provincia ucrania de Sumi. Recogen avituallamiento para regresar a territorio enemigo. Aseguran, con un punto de euforia, que cada día pueden llegar a tomar el control de una o dos aldeas. El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Ucranias, Oleksandr Sirski, reportó el viernes que el avance es de hasta tres kilómetros diarios y que los principales combates de las últimas horas se están produciendo en Mala Loknia, pueblo a 15 kilómetros al norte de la frontera ucrania.

Las autoridades de Kiev afirman que su infantería está combatiendo más de 30 kilómetros dentro de territorio ruso. Zelenski afirmó el jueves que sus tropas ya dominaban más de 80 localidades rusas. Las autoridades del Gobierno regional de Kursk rebajaron este número a una treintena.

El contraste con el desánimo de las tropas ucranias en el frente de Donetsk, donde prevalece la superioridad rusa, es enorme. En Kursk es diferente: los ucranios no se habían sentido victoriosos desde 2022, cuando a lo largo del año hicieron retroceder al invasor en Kiev y en otras provincias del norte, en Járkov y en la mitad occidental de Jersón. Se expresaba de la misma manera que Mijailo otro soldado, Roman, de la 43ª Brigada de Artillería ucrania: “Yo también me alegré de que por fin fuéramos a entrar en Rusia, porque es mejor que la guerra sea en su país que en nuestras ciudades”. Ninguno de los militares entrevistados ha querido facilitar su nombre completo. Como en ofensivas ucranias anteriores, el Estado Mayor ucranio mantiene el secretismo sobre el operativo y con severas restricciones para los medios de comunicación.

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El encuentro de Roman con EL PAÍS se produjo el viernes en Sudzha, el mayor municipio ruso ocupado por las fuerzas ucranias hasta la fecha, a ocho kilómetros de la frontera. La población previa a la guerra en Sudzha era de 5.000 habitantes y actualmente no permanecen en el lugar más de un centenar, según el medio ucranio TSN. Las autoridades rusas aseguran que 200.000 personas han sido evacuadas en las regiones fronterizas. Las calles están desiertas y sobre todo quedan personas ancianas que se han negado a ser evacuadas, según informa un oficial de la 43ª Brigada. “Los civiles que nos cruzamos se mantienen neutrales”, asegura Mijailo. Soldados de tres brigadas advirtieron a los periodistas que no se adentraran más en la provincia de Kursk por el riesgo de ser interceptados por fuerzas rusas infiltradas en la retaguardia ucrania.

La situación es extrañamente calmada en Sudzha si se tiene en cuenta que no fue hasta el jueves que Zelenski anunció que el municipio estaba completamente bajo poder ucranio. Domina un silencio que solo se rompe con las explosiones de la artillería, a unos 10 kilómetros, y en la carretera que conecta Sumi con Kursk, la capital de la provincia, donde el trasiego de todoterrenos y blindados ucranios es constante. El pueblo está prácticamente intacto, salvo por algunas construcciones con marcas de disparos y ventanas rotas. Ocho kilómetros más al sur, en la frontera, los edificios de la aduana rusa son ahora un amasijo de escombros, cráteres y manchas de sangre.

En los arcenes se amontonan minas antitanque retiradas por las tropas ucranias y restos de vehículos ucranios calcinados, prueba de que la actividad de los drones bomba rusos es intensa. La gran mayoría de todoterrenos y blindados van equipados con sistemas radioelectrónicos que pueden cortar las comunicaciones de los drones.

En un punto de la carretera se detiene un blindado de infantería estadounidense MaxxPro y de él salen seis soldados. Se alinean frente a los despojos de lo que parece que era un gran vehículo y rezan una plegaria en comunión: allí fallecieron compañeros suyos.

Unidad de asalto ucrania en Kursk. Un 'stryker' pasa junto a un cartel de carretera de Sudzha.
Unidad de asalto ucrania en Kursk. Un 'stryker' pasa junto a un cartel de carretera de Sudzha. Cristian Segura

Otra amenaza de peso, sea para la retaguardia ucrania en la frontera o en sus posiciones avanzadas en Kursk, son las bombas aéreas guiadas de la aviación rusa. En los tres días que el equipo de EL PAÍS trabajó en la zona para este reportaje, presenció el impacto de dos de estas bombas en las inmediaciones de la principal vía de transporte de suministros ucrania. Medios internacionales y ucranios han publicado en las dos últimas semanas que la aviación ucrania es especialmente activa en Sumi. Pese a ello, los únicos aparatos aéreos de combate ucranios identificados por el enviado de este diario han sido helicópteros soviéticos Mi-24.

Las unidades ucranias reciben cada poco tiempo avisos de radio sobre posibles llegadas de los proyectiles aéreos cuando se identifica el despegue de los bombarderos rusos. Lo mismo sucede cuando en el radar se detectan drones de reconocimiento rusos. Tanto en Sudzha como en territorio ucranio, los militares consultados daban por hecho que aparatos de observación rusos como los Orlan y los Supercam podían estar sobrevolando en aquel momento la zona a kilómetros de altura, imposibles de observar a simple vista.

La ciudad de Sumi, a 35 kilómetros de Rusia, sufre periódicamente el ataque de los drones bomba y los misiles rusos. Entre el 14 y el 17 de agosto, los días que el enviado especial de este diario estuvo en la capital de la provincia, el centro urbano y su red de transporte recibieron impactos de cohetes cada día. El principal objetivo ruso es interrumpir la cadena logística militar ucrania —lo mismo persiguen los misiles ucranios en Kursk—, aunque siguen siendo habituales los ataques contra la población civil: en la mañana de este sábado, un cohete ruso impactó en un aparcamiento del centro de Sumi, rodeado por edificios de viviendas, en el que solo había estacionados coches de civiles. Al mediodía, otra explosión, provocada por un misil Iskander, sacudió el núcleo urbano.

Soldados sin experiencia

Una diferencia de calado respecto a otros frentes de esta guerra es la escasa experiencia de las tropas rusas, según coinciden las fuentes consultadas. En su gran mayoría se trata de reclutas recientemente incorporados al ejército. Incluso los refuerzos que están llegando en la defensa de Kursk son incorporaciones nuevas, no veteranos, según han informado los servicios de inteligencia estadounidenses. “Son soldados que no tienen nada que ver con los que nos enfrentamos en Donbás, cada día hacemos prisioneros”, añade Mijailo. Kiev afirma que son cientos los presos de guerra rusos apresados en Kursk. Zelenski subrayó este sábado que la incursión en Kursk ha permitido a Ucrania reponer “el fondo de intercambio” con el que recuperar a sus militares hechos prisioneros por los militares rusos.

En las inmediaciones de la frontera hay un hospital de campaña comandado por Ígor, alto rango del Mando de Fuerzas Médicas ucranias. Este oficial revela que hace unos tres meses recibieron el encargo de encontrar una ubicación bajo tierra donde establecer un centro de atención de emergencia para soldados heridos. “Todo se llevó en alto secreto, solo un civil, el administrador del lugar, sabía lo que iba a suceder”, explica Ígor.

Prisioneros de guerra rusos capturados por una unidad especial ucrania durante su incursión en la región rusa de Kursk, el miércoles 14 de agosto, en una fotografía distribuida por la Oficina de Prensa del Servicio de Seguridad de Ucrania.
Prisioneros de guerra rusos capturados por una unidad especial ucrania durante su incursión en la región rusa de Kursk, el miércoles 14 de agosto, en una fotografía distribuida por la Oficina de Prensa del Servicio de Seguridad de Ucrania. Associated Press/LaPresse (APN)

La mayor diferencia respecto a otros frentes, valora Ígor, es que por su hospital pasan a diario rusos heridos. El Centro de Estudios Estratégicos, instituto de análisis de defensa ucranio, estableció en más de 4.000 los prisioneros de guerra rusos hechos en Kursk. Maxim, un médico de la 82ª Brigada de Asalto, comentaba el jueves en la frontera que él tenía constancia de por lo menos 1.000 rusos en cautiverio desde el 6 de agosto. Maxim corroboró que él prácticamente trasladaba a diario heridos rusos a territorio ucranio. Preguntado por qué sensaciones ha tenido al ocupar territorio ruso, este joven doctor de 23 años respondió que “primero fue miedo y luego honor de participar en esta misión”.

Pese a las valoraciones que apuntan a la pobre formación de los soldados rusos en Kursk, las bajas ucranias están siendo elevadas. Un encuentro de este diario acordado con una unidad de morteros de la 117ª Brigada Mecanizada fue cancelado por un servicio fúnebre para 14 de sus componentes caídos en combate. La actividad tampoco cesa en el centro de estabilización médica de la frontera de Sudzha. De repente irrumpe en el lugar un Humvee que avisa de su llegada con bocinazos. Se abren las puertas traseras y del interior salen gritos de dolor. Cuatro soldados de una unidad de asalto han sufrido graves lesiones en una emboscada. Uno de sus compañeros muestra su fusil, una bala ha impactado en el arma: dice que esto le salvó la vida.

Como en Járkov 2022

La concentración de tropas ucranias en la ofensiva de Kursk es excepcional, es la de las grandes ocasiones, como lo fue la contraofensiva de Jersón en 2022, la de verano de 2023 o la defensa numantina de Bajmut —finalmente tomada por el invasor— a principios de aquel año. El desfile permanente de decenas de vehículos de infantería suministrados por los aliados de la OTAN es impactante, con especial presencia de los canadienses Roshel Senator y Stryker, y los estadounidenses MaxxPro y Humvees. Más de 12 brigadas estarían tomado parte en el operativo, según cálculos de EL PAÍS. El Estado Mayor ucranio no aporta datos concretos. Michael Kofman, investigador de la guerra del Fondo Carnegie, estimó el 10 de agosto que los soldados ucranios destinados a Kursk serían hasta 15.000, aunque el número puede ser muy superior.

Kofman y la experta del Fondo Carnegie Dara Massicot veían paralelismos, por la rapidez de avance, tipo de armamento y el factor sorpresa, entre la invasión de Kursk y la contraofensiva que expulsó a los rusos de la provincia de Járkov en 2022. Mijailo, el sargento de la 80ª Brigada, detalló que están siguiendo la misma lógica táctica de Járkov, con ataques rápidos con pequeñas unidades de no más de una docena de soldados, que abren brechas en las líneas de defensa rusas, apoyadas por la artillería y drones.

Que esto sea posible es por la pobre estructura defensiva que el ejército ruso había levantado en este sector fronterizo. Son precisamente las reforzadas construcciones de defensa rusas en los territorios ocupados de Ucrania, además del dominio aéreo del invasor, lo que han imposibilitado en buena parte que las Fuerzas Armadas de Ucrania no hayan recuperado terreno desde finales de 2022.

Un interrogante que analistas y medios ucranios empiezan a plantear es si la operación en Kursk permitirá frenar el empuje ruso en la provincia de Donetsk, uno de los efectos positivos indirectos que se esperan de la campaña en Rusia. El Kremlin ha puesto toda la carne en el asador en conquistar la ciudad de Pokrovsk, una de las bases clave de la defensa ucrania en Donetsk y por el momento no ha transferido a Kursk regimientos experimentados combatiendo en esta región de Donbás. Maxim y sus compañeros de la 43ª Brigada piden tiempo porque están convencidos de que el asedio ruso a Pokrovsk terminará por aminorar porque, en su opinión, los relevos rusos que podían ir a Donetsk ahora tienen que desviarse a Kursk.

Los próximos meses dirán si la apuesta de Zelenski por ocupar territorio ruso ha sido acertada. Lo que sí ha conseguido de momento es insuflar optimismo en el Ejército de Tierra, en los miles de soldados que avanzan en Kursk. “Si Rusia no quiere retirarse de nuestro país y retroceder a las fronteras establecidas para Ucrania en 1991, quizá decidiremos que queremos recuperar las de 1919″, afirma orgulloso Mijailo. Parte de lo que es hoy la provincia de Kursk formaba parte por entonces de Ucrania.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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