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Los espías ‘ilegales’, la herramienta secreta del Kremlin en su guerra contra Occidente

El caso del matrimonio que se hizo pasar por argentino y cuyos hijos desconocían que eran rusos antes de ser canjeados muestra la importancia que Putin da a la figura de los agentes con cobertura profunda. Varios logran sus identidades en América Latina

El presidente ruso, Vladímir Putin, se reúne con ciudadanos rusos liberados después del intercambio de prisioneros, en el aeropuerto internacional en Moscú, el 1 de agosto de 2024.
El presidente ruso, Vladímir Putin, se reúne con ciudadanos rusos liberados después del intercambio de prisioneros, en el aeropuerto internacional en Moscú, el 1 de agosto de 2024.KIRILL ZYKOV/SPUTNIK/KREMLIN POO (EFE)
María R. Sahuquillo

Cuando Anna Dultseva y Artem Dultsev hablaron frente a las cámaras de una de las mayores cadenas de televisión de Moscú para loar a la Rusia que les rescató de una prisión eslovena, lo hicieron en un ruso muy oxidado. El matrimonio de espías al servicio del Kremlin, dos de los protagonistas del mayor intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente desde la Guerra Fría, ha pasado tanto tiempo aferrado a su identidad falsa, la una pareja de emprendedores argentinos afincados en Eslovenia, que su lengua materna se ha resentido. Sus hijos, una niña de 11 años y un chico de 8, que se han criado en casa en español, ni siquiera lo hablan. Para algunos espías con una cobertura tan profunda como la suya, hablar en ruso, pensar en ruso e incluso soñar en ruso está terminantemente prohibido. Y se entrenan durante años para ello.

EL PAÍS ha hablado con media docena de fuentes de inteligencia y de personas que estuvieron vinculadas a servicios occidentales para reconstruir parte de la travesía de los Dultsev. También, la forma de operar de quienes, como ellos, son espías ilegales del Kremlin, agentes que operan bajo una identidad falsa —la mayoría de las veces bajo una ciudadanía extranjera y sin lazos con Rusia— y sin la cobertura diplomática que sí tienen los espías legales, personas vinculadas a las embajadas y otras organizaciones gubernamentales, y que gozan de inmunidad sin son descubiertas.

Herramienta fundamental del espionaje en la Unión Soviética, los espías ilegales nunca han dejado de ser parte del manual de jugadas fundamental de Moscú y de su guerra contra Occidente. Los kremlinólogos creen que el presidente ruso, Vladímir Putin, que fue espía con el KGB soviético y después jefe de su agencia heredera, el FSB, revitalizó el programa y siempre ha tenido un especial respeto por ese tipo de espías. El entrenamiento y la formación de un buen ilegal, contó el maestro de espías soviético Yuri Drozdov, puede llevar hasta una década.

Elena Vavilova, el 11 de junio de 2021 en Moscú.
Elena Vavilova, el 11 de junio de 2021 en Moscú.María Sahuquillo

Uno de los más famosos fue Rudolf Abel, arrestado en Nueva York en 1957 e intercambiado con la URSS por el piloto estadounidense Gary Powers en un puente de Berlín, en 1962. Es un episodio histórico que inspiraría la película El puente de los espías. En 2010, un buen puñado de ilegales fue intercambiado en otro de esos canjes históricos. Entre ellos estaba otra pareja, la de Elena Vavilova y Andrei Bezrukov, que durante años se había trazado la identidad de Tracey Ann Foley y Donald Heathfield, un aburrido matrimonio de Boston, en el que se basaría la exitosa serie The Americans.

Los ilegales han vuelto a cobrar gran importancia después de que, tras la invasión a gran escala de Ucrania, en febrero de 2022, Occidente expulsó a cientos de diplomáticos rusos y dinamitó gran parte de la red de espionaje legal del Kremlin.

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Desde entonces, Rusia se ha dedicado a tratar de reconstruir ese entramado con nuevos agentes y a activar a los ilegales que había ido colocando sobre el terreno en las últimas dos décadas, a veces células durmientes o captadoras de información, a la espera de una misión más concreta. A la par, los servicios de inteligencia occidentales, que tenían a algunos de ellos ya bajo el radar, se han dedicado a capturarlos.

Los agentes ilegales rusos han utilizado, en muchas ocasiones, países de América Latina —como Argentina, Perú o Brasil— para crear su nueva identidad, haciendo desaparecer de los registros a bebés fallecidos para robar sus nombres, sobornando a funcionarios de registros civiles de provincias remotas para conseguir certificados, y aprovechando la mezcla cultural de un continente variado y multicultural.

Artem, alias Ludwig Gisch, y Anna, alias María Rosa Mayer Muñoz, crearon durante más de una década los capítulos de lo que en la jerga de los servicios de inteligencia se conoce como leyenda, la historia-fachada de los espías ilegales. La pareja de agentes del Servicio de Espionaje Exterior (SVR) —Dultseva es una oficial de mayor rango— se casó antes de desplegarse, como es habitual entre los ilegales, que se mimetizan mejor si trabajan de dos en dos.

Llegaron a Argentina en 2012, cada uno por su lado. Él, con sus correspondientes certificados, afirmó ser hijo de una argentina y un austriaco nacido en Namibia. Ella dijo ser mexicana nacida en Grecia. Ambos lograron la ciudadanía argentina en 2014. En 2017, se mudaron a Europa, a Eslovenia, que tomaron como base para moverse por todo el continente. Anna abrió una galería de arte de venta por Internet y Artem fundó una pequeña consultoría informática. Ambas de bajo nivel y de ingresos muy modestos.

Cuando las autoridades eslovenas les arrestaron, un amanecer de diciembre de 2022, hallaron cientos de miles de euros en billetes nuevos escondidos en un compartimento secreto de su refrigerador y un complejísimo programa de encriptado de mensajes en sus ordenadores con el que se comunicaban con su contacto en Moscú, según los servicios de inteligencia del pequeño país europeo.

Las fuentes de inteligencia sospechan que no solo recopilaban información, sino que también hacían de intermediarios para contactar, pagar y asistir a agentes rusos de campo y destinados a misiones “delicadas”, e incluso a mercenarios. Es una fórmula cada vez más usada por el Kremlin ante la dificultad de que los agentes de su inteligencia militar (GRU), que realizan desde ciberataques hasta envenenamientos o asesinatos, se desplieguen por Europa debido a los crecientes controles. En la era de internet y de las redes sociales, “colocar” a un ilegal y darle una nueva identidad es extremadamente difícil, pero al Kremlin aún le sigue rentando tener a alguien sobre el terreno, no solo para informar y hacer pequeñas gestiones —como de intermediarios de espías legales, que tienen mayor dificultad de movimientos—, también para valorar cuál es el ambiente y la percepción subjetiva de la vida cotidiana.

La historia de los Dultsev, capturados por el chivatazo a Eslovenia de otro servicio de inteligencia occidental, es similar a la del brasileño de ascendencia austriaca Gerhard Campos Wittich y su esposa griega, María Tsalla, otra pareja de agentes rusos que trabajaba cada uno por su lado, en distintos continentes. Campos —que en realidad se apellida Chmirev— en Brasil, donde tenía una empresa y otra pareja, que lanzó una gran búsqueda a través de las redes sociales cuando desapareció a principios del año pasado, tras recibir el soplo de que su cobertura peligraba. Justo a la vez se esfumó Tsalla, o Irina Romanova, una mujer que había reclamado la ciudadanía griega usando la identidad de un bebé que figuraba como fallecido en una pequeña isla griega en 1991 y que dejó atrás una exitosa tienda en el centro de Atenas y un novio griego.

O de la historia de María Adela Kuhfeldt Rivera, una peruana que se hizo un nombre en el sur de Italia como diseñadora de joyas y socialité, que frecuentaba los círculos de poder de Nápoles y que incluso logró trabar amistad con el personal del comando conjunto de fuerzas aliadas de la OTAN de esa ciudad, pero que era en realidad una ilegal del GRU que había operado antes en París. Kuhfeldt Rivera se esfumó a finales 2018, poco después de una investigación del medio especializado Bellingcat que destapó a algunos de sus controladores.

Entre los diez intercambiados —incluyendo los dos hijos de los Dultsev— que llegaron a Moscú el pasado 1 de agosto, donde fueron recibidos con honores por Putin, estaban también el espía-sicario Vadim Krasikov, condenado a cadena perpetua en Alemania; el hispano ruso acusado de espionaje en Polonia Pablo González (o Pavel Rubtsov), y Mijail Mikushin, o por su alias brasileño, José Assis Giammaría, procesado en Noruega por colaborar con la inteligencia rusa.

Las fuentes de inteligencia describen a Mikushin-Giammaría como otro ilegal que había pasado años estudiando en universidades de Canadá y que en los últimos tiempos había estado trabajando como académico en Noruega, donde se ocupaba del Ártico, un tema sustancial para Moscú. El supuesto espía fue detenido en octubre de 2022. Como sus compañeros, la inteligencia occidental —que en ocasiones dilata los arrestos para captar más información, tratar de que el agente colabore o destapar a más espías— le seguía la pista.

Sus controladores en Moscú, donde se les considera unos patriotas, independientemente de si su misión ha sido fallida, tratan de estimar qué han revelado los canjeados. La mayoría no volverá a tener ninguna otra misión. Ni siquiera dentro de Rusia. Algunos, como ocurrió con Vavilova y su esposo Bezrukov, serán altos cargos de grandes empresas rusas, o diputados, o presentadores de televisión. “Cuando Putin nos recibió al llegar a Moscú, trató de animarnos, nos remarcó que aunque la misión hubiera acabado, aún teníamos años por delante y podíamos hacer algo interesante y útil en el país”, contó Vavilova a EL PAÍS en 2021. El trabajo no ha terminado, pero esta vez, para los célebres retornados, la misión será distinta.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.
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