“Somos soldados de la Torá”: la capital ultraortodoxa de Israel ignora la orden de servir en el ejército
La ciudad de Bnei Brak, junto a Tel Aviv, acoge la mayor concentración de jaredíes del país, pero en sus calles, a diferencia de otros lugares, no se ve a un solo soldado
Los habitantes de Bnei Brak, ciudad considerada la capital de los ultraortodoxos de Israel, tienen claro que no piensan lucir el uniforme militar pese al terremoto bélico que sacude a su país. Van a seguir con sus pantalones negros, su camisa blanca de manga larga, los flecos blancos (tzitzit) colgando de la cintura, la kipá en la coronilla y, pese al calor como el que impera estos días, el abrigo largo y el sombrero, también negros. “Somos soldados de la Torá”, describe Daniel, de 63 años, mientras atiende a un joven en su comercio de prendas tradicionales judías y objetos religiosos. La orden del Tribunal Supremo anunciada el martes que pone fin a la exención de los ultraortodoxos (13% de los 10 millones de israelíes) del ejército no inquieta lo más mínimo a la población de Bnei Brak, de unos 185.000 habitantes, la inmensa mayoría de ellos jaredíes (ultraortodoxos).
Por delante del escaparate del establecimiento de Daniel (que prefiere no dar su apellido), en la céntrica calle Rabino Akiva, circulan peatones cuya forma de vestir no deja dudas. El comerciante los señala: “Camine por cualquier lado y verá. Creo que me quedo corto si le digo que el 85% aquí somos ultraortodoxos. Los que no son religiosos son de fuera la mayoría”.
No lejos de ese lugar, a media mañana de este miércoles, cientos de hombres de muy diversas edades se balancean de forma repetitiva hacia adelante y hacia atrás mientras leen textos religiosos en una de las aulas de la yeshiva Slabodka, una de las escuelas para el estudio de la Torá que salpican las calles de Bnei Brak. “No siento ninguna obligación especial”, afirma Yehiel Nadel, un alumno de 20 años que desconfía de que se pueda compatibilizar el ser militar y el ser jaredí. Este joven no se siente interpelado por las autoridades de Defensa, que tratan de atraer a los jóvenes religiosos a unidades especiales en las que no conviven con mujeres, disfrutan de una alimentación especial y disponen de más tiempo para rezar. “Es necesario que entiendan nuestra cultura y su origen”, asegura.
“Batalla espiritual”
“Claro que tenemos que tener un ejército, pero también tenemos que abordar la raíz espiritual de las cosas. Y mi rol está en el nivel espiritual, eso que ha protegido al pueblo judío durante miles de años, cuando no teníamos ejército”, justifica Nadel. “Sentimos que nuestro papel se halla aquí en la batalla espiritual”, añade en medio de un corrillo de estudiantes que se ha formado en torno al reportero. Todos lucen vistosos tirabuzones y van vestidos exactamente igual: pantalón negro, y camisa blanca. Detrás, los percheros donde descansan los abrigos y los sombreros durante las clases.
“No nos sentimos representados por ese tribunal, que ha ahondado la grieta en la sociedad israelí”, comenta Phineas Cohen, de 28 años, otro estudiante de la yeshiva Slabodka. “¿Qué pasaría si el Tribunal Supremo en España obligara a los católicos a ser protestantes? Sería visto como un atropello a los sentimientos religiosos”, señala.
Hasta ahora, se están incorporando a filas de forma voluntaria unos 1.800 ultraortodoxos al año, pero la guerra en Gaza, cuyo fin no se atisba pronto, supone una pesada losa para el ejército, que ha llamado a más de 300.000 reservistas desde octubre. Tras el anuncio del Supremo, Israel espera que a ese cupo de 1.800 religiosos puedan sumarse unos 3.000 el año que viene bajo el peso de la ley, aunque nadie ve a las autoridades arrastrando a jaredíes a combatir.
“Habrá muchas manifestaciones, huelgas y traslados a la cárcel si el ejército intenta reclutar a los ultraortodoxos por la fuerza”, entiende Shilo Freid, periodista del diario Yediot Aharonot, que, a su vez, no ve complicado lograr el objetivo de 3.000 en los próximos meses. Tampoco ve a los partidos ultraortodoxos que apoyan al primer ministro Benjamín Netanyahu dejar caer la coalición de Gobierno. Ese número de militares religiosos no es una cifra que pueda considerarse determinante, pero es interpretada como una forma de romper un privilegio del que disfrutan los que se dedican a las sagradas escrituras desde que Israel nació como Estado hace 76 años.
Avi Kosman, rabino llegado hace cuatro décadas desde Estados Unidos, no quiere hablar de política, pero sí describe dos mundos que chocan abiertamente, el del estudio de la Torá y la Biblia y el secular. No le gusta profetizar, pero tiene claro que “los estudiantes de la yeshiva no van a ir al ejército”, opina durante una conversación rodeado de estudiantes en una de las clases. Al ser preguntado por lo impopular que supone para muchos militares y sus familias que los jaredíes no vayan al ejército, Kosman reconoce que “ese es un buen enfoque” y que “tienen razón al 100%”. En todo caso, afirma que no va a cambiar de opinión y cree, además, que “no es realista” el plan para integrar a los ultraortodoxos a las Fuerzas Armadas.
Bnei Brak, en el cinturón metropolitano de Tel Aviv, presenta la mayor densidad de población de Israel, con más de 26.000 habitantes por kilómetro cuadrado (frente a la media nacional de 387). Al mismo tiempo, sufre un alto índice de pobreza y la mayor tasa de desempleo (6,2% frente al 4,1% de media nacional). La espiritualidad y el hecho de que en sus escuelas se hayan formado una parte importante de los rabinos más influyentes supone un polo de atracción, explica Daniel, el dependiente de prendas religiosas que luce sus tirabuzones recogidos sobre las orejas junto a las patillas de las gafas. “Hay quienes necesitan un frente de batalla físico; otros necesitamos el frente de batalla espiritual”, explica para rechazar el imperativo legal para acudir al ejército que recae desde ahora en los jaredíes.
Llegado de adolescente a Bnei Brak desde Casablanca (Marruecos), Moshe Marciano, de 48 años, defiende que son las escrituras sagradas lo que atrae a tanta gente a Israel. “Mira”, comenta este alumno de la yeshiva Slobodka mientras señala con el dedo, “este, de Alemania; este, de Yemen; este, de Estados Unidos; yo, de Marruecos…”. Junto a él, Nahum Meir, de 65 años, sabe que no va a ser llamado a filas por edad, pero describe apenado cómo interpreta él la realidad: “El tribunal ha cortado la rama de la que nació Israel, la Torá”. Toda conversación lleva a ese libro.
Hay, además, otro detalle que ayuda a comprender el ambiente en el que vive Bnei Brak pese a la guerra que sacude al país desde el pasado 7 de octubre. A lo largo de varias horas, EL PAÍS no se cruza con un solo militar, algo casi imposible en cualquier otra ciudad de Israel. En Bnei Brak imponen su ley los “soldados de la Torá”.
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