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El cierre del paso de Rafah y el fiasco del muelle de EE UU complican la entrada de ayuda en Gaza

Unos 1.000 camiones permanecen aparcados en una terminal fronteriza. El ejército israelí culpa a la ONU y genera nuevos desplazados al avanzar en Rafah

Un camión con ayuda humanitaria entra en la franja de Gaza por el paso de Kerem Shalom, este lunes.
Un camión con ayuda humanitaria entra en la franja de Gaza por el paso de Kerem Shalom, este lunes.Amir Levy (Getty Images)
Antonio Pita

Rafah, la terminal fronteriza con Egipto por la que ingresaba hace meses la mayoría de ayuda humanitaria a Gaza, cerrada desde principios de mayo y con edificios quemados por la invasión israelí. El muelle temporal para que entre por mar ―el proyecto estrella en el que EE UU se gastó 214 millones de euros dadas las dificultades de que llegase a su destino por tierra, y el peligro e ineficiencia de lanzarla desde el aire―, remolcado a Israel para que las olas no se lo lleven otra vez por delante. Unos 1.000 camiones, que Israel exhibe para atacar a la ONU, aparcados en el paso fronterizo de Kerem Shalom. Así luce estos días el ingreso de alimentos y medicamentos a la Franja tras más de ocho meses de guerra, cuando el avance del ejército israelí en nuevos barrios de Rafah genera este martes nuevos desplazados y la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, en sus siglas en inglés) cifra en más de 50.000 los niños que requieren tratamiento por desnutrición aguda.

Hoy, por la presión internacional, entran más camiones a Gaza que al principio de la guerra. Fue entonces ―pocos días después del ataque masivo de Hamás― cuando el ministro de Defensa, Yoav Gallant, anunció un bloqueo completo de agua, comida y electricidad porque Israel se enfrentaba a “animales humanos”, así que actuaría como tal.

Ingresan sobre todo más bienes comerciales, que se venden en las calles. “Pese a las informaciones sobre un aumento en la entrega de alimentos, no hay ahora mismo evidencias de que quienes más los necesitan estén recibiendo suficiente cantidad y calidad de alimentos”, señalaba la semana pasada el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus. Esto agranda la brecha entre las familias sin medios y aquellas que aún conservan dinero, pese a los meses sin ingresos y, en miles de casos, haber gastado decenas de miles de dólares en que sus familiares salvasen la vida. Es lo que cobran opacos intermediarios egipcios, que se lucran con la desesperación de los gazatíes.

Ghebreyesus lamentó las “condiciones catastróficas de hambre y similares a una hambruna” que afronta una “proporción significativa de la población” y que se han traducido en 32 muertes por desnutrición, 28 de ellas de menores de cinco años. Más de 8.000 niños en ese rango de edad han sido diagnosticados y tratados de desnutrición aguda. Grave, en el caso de 1.600, agregó. Solo, sin embargo, siguen operativos dos centros de estabilización para estos casos, a causa de los bombardeos y de los problemas de acceso. Un informe de Unicef de este mes cifraba en un 88% la pobreza alimentaria grave infantil. En 2020, era del 13%.

Las agencias de Naciones Unidas y las ONG señalan la dificultad de distribuir la ayuda entre bombardeos y asaltos a los convoyes, por el vacío de autoridad, así como las múltiples trabas y revisiones de Israel. El portavoz de Unicef, James Elder, denunciaba la semana pasada, por ejemplo, haber pasado ocho horas en un puesto de control sin que los soldados permitiesen cruzar al camión.

El COGAT, el organismo militar israelí que controla la entrada de bienes a Gaza, insiste en que no la limita, salvo aquellos camiones que impide acceder o cruzar del sur al norte, por considerar que las milicias palestinas pueden usar su contenido (como las bombonas de oxígeno, para los hospitales) para lanzar ataques. También acusa a Naciones Unidas de ineficiencia y de engañar con las cifras. En los últimos días, a través de una foto aérea de una masa de camiones aparcados en el cruce con Israel de Kerem Shalom, principal vía de entrada de ayuda humanitaria a Gaza ahora mismo. Los cifra en torno a 1.000 y los presenta como la prueba de que el problema es la ONU.

Ruta peligrosa

El pasado domingo, el ejército anunció además una pausa humanitaria diaria durante 11 horas en la ruta desde Kerem Shalom al hospital europeo, en Rafah. Ningún camión con ayuda humanitaria la ha empleado desde entonces, admitía este martes el viceportavoz del secretariado general de la ONU, Farhan Haq. “Es una ruta muy peligrosa para los trabajadores humanitarios. Los combates no son el único motivo que impide llevar la ayuda. La ausencia de toda policía o Estado de derecho en la zona hace que sea muy peligroso transportar mercancías allí […]. Uno de los problemas que hemos visto es que, cuando la ayuda llega a un sitio, la gente tiene hambre y teme que sea la última comida que vea. Hay que asegurarse de que haya un flujo regular de bienes, para que no haya pánico cuando vamos a la zona”, señalaba Haq en su comparecencia ante la prensa.

La UNRWA calcula que apenas quedan unas 65.000 personas en la zona de Rafah, en el sur, de los 1,4 millones que había entonces. El resto ha huido, por miedo o por órdenes de las Fuerzas Armadas. En su mayoría, a Al Mawasi, la “zona humanitaria ampliada” designada por Israel en la costa mediterránea.

Los datos muestran una ligera mejoría en el norte de Gaza, la zona más desnutrida y devastada por los bombardeos, y en la que se calcula que quedan unos 300.000 de los 2,3 millones de gazatíes. Las imágenes de niños esqueléticos generaron alarma internacional e Israel, presionado, acabó abriendo dos pasos para llevar allí ayuda humanitaria: Erez Oeste y Puerta 96, directamente al norte y al centro. La situación era tan dramática que el hecho de que las panaderías volviesen a hornear panes de pita mejoró los niveles nutricionales.

El Comité de Revisión de la Hambruna señaló hace dos semanas que carece de pruebas suficientes para declarar una hambruna en el norte, como sí había hecho el organismo de análisis de la agencia de cooperación de EE UU, aunque quiso insistir en que esto “no cambia el extremo sufrimiento humano” de los gazatíes, ni el “imperativo humanitario inmediato” de permitir que la ayuda entre sin cortapisas ni riesgos. Cada vez que Israel anuncia una tirita, las agencias de Naciones Unidas y ONG en el terreno suelen subrayar una idea: poder entregar de forma segura y eficaz las cantidades de ayuda que necesita la población gazatí pasa por un alto el fuego.

Al cuello de botella en Kerem Shalom y la destrucción de Rafah, se suma estos días la inactividad del muelle estadounidense. Ha sido reubicado temporalmente en Ashdod, el puerto israelí más cercano. El portavoz del Pentágono, Pat Ryder, manifestó este lunes su esperanza de que vuelva a operar esta misma semana y quiso disipar las cada vez mayores dudas sobre su papel. Ha servido para que ingrese una “cantidad sustancial de ayuda”: más de 3.500 toneladas métricas. Equivale a siete camiones diarios. El objetivo era que llegasen incluso a 150, y que la mar permitiera mantenerlo hasta septiembre. Los primeros camiones entraron el 17 de mayo, con el paso de Rafah ya cerrado. La fuerza del mar se lo llevó luego por delante, acabó en Ashdod y había vuelto a funcionar el pasado día 8.

El proyecto ha quedado además tocado simbólicamente por la operación de rescate de cuatro rehenes israelíes en el campamento de Nuseirat la semana pasada, en medio de bombardeos masivos que mataron a más de 270 personas, según el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás en Gaza. Washington ha negado su uso para la operación, pero sí ha admitido que proporcionó información de inteligencia a Israel y que, como se ve en imágenes grabadas con teléfonos móviles, los rescatados fueron introducidos en un helicóptero que esperaba justo al lado.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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