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Escaparon de la Franja para quedar varados en Egipto sin papeles: “Cuando saben que eres de Gaza, quieren dólares”

Miles de personas que huyeron de la Franja hacia el país vecino viven con el visado caducado, sin apenas dinero y con acceso limitado a la educación o sanidad. Ni El Cairo ni las organizaciones internaciones han centralizado algún tipo de asistencia

Palestinos viajan a pie con sus pertenencias mientras huyen de Rafah debido a una operación militar israelí, el pasado 13 de junio.
Palestinos viajan a pie con sus pertenencias mientras huyen de Rafah debido a una operación militar israelí, el pasado 13 de junio.Hatem Khaled (REUTERS)
Marc Español

Para Suzan Beseiso, una mujer palestino-estadounidense de 31 años de la ciudad de Gaza, el 8 de octubre de 2023 tenía que ser el día en el que empezaba unas vacaciones de varias semanas en algún lugar con playa de Egipto. La víspera de su salida, sin embargo, tuvo lugar el ataque del brazo armado de Hamás contra las comunidades israelíes de alrededor de la Franja. Y con él empezó a esparcirse el temor dentro del enclave ante lo que ya muchos presagiaban entonces que sería una devastadora respuesta militar del ejército de Israel. En un primer momento, Beseiso recuerda que se mostró reticente a abandonar su querido barrio de Rimal. Pero la magnitud de los ataques israelíes, inicialmente aéreos, hizo que la situación se tornara insostenible muy deprisa. A los pocos días, se marchó casi solo con lo puesto hacia el centro de Gaza, a la ciudad de Deir El Balah, donde se refugió con su familia unas tres semanas marcadas por la escasez de agua, comida y medicinas.

Pese a lo sobrevivido en aquel período y a que la vivienda de su familia acabó reducida a escombros por bombardeos israelíes, Beseiso se contó entre las más afortunadas de Gaza y pudo salir el 2 de noviembre cuando abrió el cruce fronterizo de Rafah, que conecta con Egipto, para evacuar a extranjeros y titulares de doble nacionalidad. Ella, sus padres, su hermana, un sobrino y la abuela se encontraban entre el grupo de las primeras 350 personas en abandonar Gaza. Ya en Egipto, casi toda su familia decidió volver a Estados Unidos. Pero Beseiso prefirió quedarse en El Cairo, incapaz de instalarse en un país tan involucrado en la destrucción de Gaza. También para sentirse más conectada a la Franja e intentar ayudar a otros menos afortunados. “La culpa de dejar a tu gente atrás me está matando, no es un proceso fácil”, desliza en una sofocante tarde de junio en una cafetería en el este de la capital egipcia.

Actualmente, miles de gazatíes que han podido huir de la Franja durante los últimos meses permanecen suspendidos en Egipto, sobre todo en El Cairo, donde muchos se encuentran en situación de creciente vulnerabilidad legal, económica y social a medida que la guerra se prolonga y aquella reubicación que tenía que ser temporal se va dilatando en el tiempo. En abril, el embajador palestino en Egipto, Diab Al-Louh, declaró a la agencia AFP que desde octubre han entrado al país hasta 100.000 gazatíes. Y El Cairo ha afirmado que más de 65.000 extranjeros y doble nacionales han cruzado en el mismo período, además de unos 10.000 heridos, enfermos y acompañantes. El solapamiento de recuentos no es claro, y muchos de los que han llegado se han ido a terceros países. Pero miles se han quedado.

La culpa de dejar a tu gente atrás me está matando, no es un proceso fácil
Suzan Beseiso, gazatí

Hay dos motivos, uno económico y otro legal, que colocan a los gazatíes en una posición muy vulnerable con solo pisar Egipto. Por un lado, quienes no tenían doble nacionalidad solo pudieron abandonar la Franja hasta principios de mayo, cuando Israel ocupó el paso de Rafah, recurriendo a una opaca red de intermediarios a la que pagaban miles de dólares por persona. El proceso se conoce como “coordinación”, y el negocio estaba dominado por una agencia de viajes de un empresario egipcio próximo a las altas esferas del Estado.

Por otro lado, salir de Gaza implicaba pagar sumas que oscilaron entre los 5.000 y 11.000 dólares (entre 4.600 y 10.280 euros), pero quienes entraban en Egipto lo hacían con un visado ordinario cuya duración ha variado entre 30 y 45 días, sin la posibilidad automática de renovarlo. Esto significa que casi todos tienen hoy el visado caducado, lo que acarrea importantes implicaciones en un amplio abanico de actividades: desde contratar una línea móvil y recibir dinero del extranjero a disponer de seguro médico, firmar un alquiler, escolarizar a los hijos y viajar.

Si bien para algunos aprovecharse de la desesperación ajena ha representado un lucrativo negocio, para El Cairo la llegada de un gran número de palestinos es un asunto delicado, ya que las autoridades han rechazado categóricamente un desplazamiento de población masivo hacia Egipto alegando que no serán partícipes de una limpieza étnica de la Franja.

Alta vulnerabilidad

A excepción de las familias más adineradas, la mayoría de gazatíes han llegado a Egipto sin apenas posesiones y después de haber gastado todos o casi todos sus ahorros en el opaco trámite para salir de Gaza. Además, como no pueden obtener una residencia, sobre el papel no pueden trabajar y asegurarse ciertos ingresos, lo que en la práctica significa que quienes lo hacen acaban aceptando oficios muy precarios y asumiendo el riego de ser detenidos.

Muchos de los problemas diarios a los que se enfrentan son los mismos que los de otros grupos de refugiados vulnerables. Encontrar una vivienda con un alquiler asequible suele ser una de las primeras barreras, y en muchos casos los propietarios explotan la situación de los gazatíes, y la creencia de que quienes llegan tienen dinero, para pedir precios abusivos. Beseiso, por ejemplo, ha tenido que cambiarse de piso solo medio año después de llegar a Egipto por este motivo. “Cuando saben que eres de Gaza, quieren dólares”, lamenta.

“Los problemas financieros son la raíz de todo”, coincide Amal Awni, una gazatí de 28 años de Bureij, en el centro de Gaza, que se encontraba en Egipto cuando estalló la guerra y no ha podido regresar debido al cierre de las fronteras. “En Egipto, la vida se ha vuelto muy cara. Sé que la vida [también] lo es para los egipcios, pero desde la guerra los precios de los apartamentos han empezado a subir” señala.

Abdallah, un taxista gazatí de 35 años de Nuseirat, en el centro de Gaza, está casado y tiene tres hijos. Todos entraron en Egipto en enero, y se instalaron en Al Arish, capital provincial del Sinaí del Norte, fronteriza con Gaza. Una de sus prioridades cuando llegó era escolarizar a sus hijos, pero hasta ahora no lo ha conseguido. “[Me dijeron] que los palestinos no pueden ir a escuelas públicas, sino que tienen que ser privadas”, explica por teléfono, “pero cuando intenté matricular a los niños [en una escuela privada] me pidieron 30.000 libras egipcias [587 euros] por semestre, o 10.000 [unos 200 euros] por mes”, se queja.

“[Me dijeron] que los palestinos no pueden ir a escuelas públicas, sino que tienen que ser privadas”
Abdallah, un taxista gazatí

Algunos jóvenes gazatíes han podido regularizar temporalmente su situación a través de la educación superior. Es el caso de Allaaeldin Abuasaker, nacido en 1993 en Emiratos Árabes Unidos pero criado luego en Yibna, un campo de refugiados en la ciudad de Rafah. Llegó a El Cairo, donde ya había vivido, el 19 de febrero, y ha sido recientemente aceptado para realizar un doctorado en una universidad egipcia. “La educación es el camino para mejorar en la vida”, confía mientras da sorbos a su café un atardecer de junio en un local junto al Nilo. “Como palestino, nunca me rindo”, afirma.

Niños palestinos esperan para recibir comida en Rafah, el pasado 19 de mayo.
Niños palestinos esperan para recibir comida en Rafah, el pasado 19 de mayo.Anadolu (Getty Images)

El acceso a la sanidad también representa un reto para algunos. Uno de los hijos de Abdallah, de cuatro años, tiene problemas de corazón y en Al Arish no han encontrado ningún cardiólogo especializado. Donde sí que podría encontrarlo es en El Cairo, pero la capital se encuentra a más de 300 kilómetros y Abdallah afirma que, si fuera, las autoridades no le dejarían regresar luego a Al Arish, cuyos accesos están muy controlados. Además, el gazatí nota que no tiene recursos para costear el proceso. “Tendría que ir a un hospital privado, y no tengo dinero”, asegura.

La devastación de su tierra, el exilio y un destino inestable también supone una pesada carga para la salud mental, como puede atestiguar Lama Bouchema, una psicoterapeuta del Reino Unido que impulsó en diciembre una iniciativa que hoy cuenta con una decena de profesionales para ofrecer tratamiento gratuito en línea a gazatíes en la Franja y Egipto. “Nos encontramos con muchos síntomas de trastorno de estrés postraumático, aunque para ellos no es realmente postraumático porque sigue en curso”, nota Bouchema por teléfono. “No tienen estabilidad, ya sea porque se preocupan por sus familiares o por la gente que quieren en Gaza, o porque están en una situación en Egipto en la que no pueden trabajar, no tienen dinero para vivir, dependen de donaciones de la gente”, agrega.

“Mucha gente experimenta depresión, depresión crónica, se aíslan, son incapaces de tener motivación por algo. Y hay mucha pérdida: de cosas físicas, sus casas, sus identidades, de familiares”, señala. También hay “mucho miedo, no necesariamente a morir o a la guerra, sino miedo por dónde están, qué van a hacer con su vida”. Entre los niños, añade, es además frecuente “la micción involuntaria y síntomas físicos como el estrés y dolores”.

Ayuda mutua

La vulnerabilidad de los gazatíes en Egipto se ha visto a su vez incrementada por el hecho de que no ha habido esfuerzos, del Estado o de agencias y organizaciones humanitarias, para centralizar algún tipo de ayuda. En teoría, los palestinos deberían poder acudir a la protección de la agencia de la ONU para los refugiados, la Acnur, ya que el mandato de la agencia específica para los refugiados palestinos, la UNRWA, se limita a Jordania, el Líbano, Siria y los territorios ocupados. En la práctica, están en un limbo.

El flujo de gazatíes a Egipto ha sido relativamente limitado, pero se ha producido cuando el país ya ha recibido en torno a medio millón de refugiados sudaneses en el último año. Y todo ello ha coincidido con una profunda crisis económica que está haciendo mella en amplios sectores de la sociedad. En gran medida ésta es el resultado de la política económica perseguida por el Gobierno a lo largo de la última década, así como de choques externos como la guerra en Ucrania. Pero la situación ha sido explotada por algunos sectores ultranacionalistas para atizar un sentimiento racista y contrario a los refugiados.

En este contexto, la mayoría de gazatíes que necesitan ayuda dependen de sus redes personales, así como de iniciativas de apoyo mutuo, impulsadas sobre todo por palestinos y por grupos benéficos egipcios, en ocasiones creados ad hoc y centrados en distribuir comida y ropa y ayudar con alquileres, tratamientos médicos y otros gastos personales.

“Muchos vinieron aquí para estar a salvo. Pero continúan sufriendo porque gastaron su dinero para huir y la vida es realmente cara”, asegura Abusaker, que dirige Palestine Charity Team, una organización benéfica registrada en Estados Unidos que ha organizado actividades para los gazatíes en Egipto y ha enviado tres camiones cargados de ayuda humanitaria a Gaza en colaboración con la ONG británica Refugee Biriyani & Bananas. Awni, de Bureij, impulsó a finales de octubre una iniciativa llamada Sanad que depende de donaciones y que trabaja visitando hospitales, ofreciendo acompañamiento, repartiendo cajas de comida y organizando encuentros sobre todo para los más pequeños en fechas señaladas, como durante el Ramadán o en las principales festividades del año.

Pese a estos esfuerzos comunitarios, Abdallah tiene asumido que permanecer en Egipto en las condiciones actuales no es sostenible en el tiempo. “Si encuentro un país al que emigrar, me iría; si no, acabaré volviendo a Gaza. No hay solución. Porque aquí en Egipto no tengo ingresos, ni casa, ni residencia, ni escuela”, desliza.

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