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Los civiles ucranios se resisten a luchar en primera línea

Una polémica ley busca incrementar un reclutamiento que es insuficiente por el miedo y la fatiga de la población tras dos años de guerra

Guerra de Rusia en Ucrania
Jóvenes reclutas en un centro de entrenamiento en Kiev el 9 de abril.Libkos (Getty Images)
Cristian Segura

“Los que querían alistarse ya lo hicieron y el resto está haciendo lo posible para no ir al ejército”. Son palabras de Vitali, de 37 años y agente inmobiliario en Kiev. Como muchos de los entrevistados para este artículo, prefiere no identificarse con su apellido. Vitali atendió a EL PAÍS el 10 de abril, un día antes de que la Rada (Parlamento ucranio) aprobara la nueva ley de movilización de civiles que debe servir para incorporar al ejército a cerca de 400.000 nuevos soldados. Vitali confirmaba que la ley es necesaria para resistir ante la ofensiva rusa pero, como muchos otros, él prefiere no alistarse esgrimiendo que la normativa es poco clara y puede terminar en una posición para la que no está preparado, es decir, en primera línea del frente.

Cerca de medio millón de hombres y mujeres se alistaron voluntarios para defender al país en el primer año de la invasión rusa, en 2022. Era un momento en el que el ejército incluso tenía que rechazar solicitudes porque materialmente no podía asumir tantas incorporaciones. “En mi entorno, el 80% quería combatir cuando estalló la guerra, ahora te diría que es el 20%”, valoraba Vitali durante una pausa de su trabajo, tomando el sol en unos jardines del centro de la capital ucrania. Una encuesta del pasado febrero de la empresa de estudios demoscópicos Info Sapiens estimaba que el 35% de los varones en edad de movilización —de los 25 a los 60 años— está dispuesto a incorporarse a filas.

Hay muchas maneras de evitar las citaciones para presentarse en la oficina de reclutamiento. Una habitual es residir en una vivienda diferente a la que estás empadronado. El Gobierno quiere eliminar esta posibilidad al introducir con la nueva ley un sistema de identificación electrónica, no solo por domicilio físico o identificando a civiles en la calle: las convocatorias ahora podrán ser por correo electrónico o teléfono móvil. Otra medida va dirigida a los hombres con edad de ser movilizados que han salido del país. A los varones que no informen de su domicilio en el extranjero se les negará los servicios consulares y, más en concreto, cualquier tramitación vinculada al pasaporte.

Más hombres huyen al extranjero

La cifra más visible sobre el rechazo a ir a la guerra es precisamente el número de varones que han salido del país desde 2022: si por entonces representaban el 14% de los registrados como refugiados en la UE, ahora son el 34%, según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat). Un 20% son adultos en edad de combatir, es decir, 850.000 hombres, un 48% más que en diciembre de 2022, según Eurostat. Estos datos no incluyen a las personas que no se han acogido a programas de protección ni a los ucranios que han huido a Estados extracomunitarios como el Reino Unido. En este país, 39.000 ucranios en edad de ser alistados residían como refugiados a finales de 2023, según el Gobierno británico, un 50% más que en diciembre de 2022.

La ley marcial impide a los hombres adultos hasta los 65 años salir de Ucrania, aunque hay excepciones, por ejemplo, si la persona está exenta del servicio militar o si es padre de tres hijos. La BBC aseguró el pasado noviembre que por lo menos 20.000 personas habían abandonado ilegalmente Ucrania. EL PAÍS conoce el caso de dos jóvenes que aquel mes cruzaron la frontera con Moldavia por caminos de bosque. Pagaron 5.000 euros al guía.

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Más elevado es el número de hombres que entran en la Unión Europea con documentos legales que les eximen del servicio militar, comprados de forma fraudulenta. Este diario recogió a principios de abril dos testimonios de ello: un joven de 32 años pagó a un médico de las oficinas de reclutamiento para que le diagnosticara que sufre de un asma severa. Su objetivo es viajar a Polonia. Otro caso es el de un varón de 60 años que pagó para que se le diagnosticara una invalidez que le libra de ser incorporado a filas. Lo siguiente fue registrarlo como persona dependiente de su hijo, no de su esposa. Los tutores de personas dependientes también quedan al margen de la movilización. Ambos salieron de Ucrania en marzo.

El nivel de corrupción es tan elevado que el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, relevó en agosto de 2023 a todos los jefes provinciales de las oficinas de reclutamiento. El presidente también firmó la semana pasada una norma para repetir pruebas médicas en determinados casos que, por problemas físicos, dispensan a alguien de tomar las armas.

Maxim tiene 26 años y toma un café en una cafetería de moda en el centro de Kiev. Lee un manual de lengua checa, dice que quiere aprender el idioma para un viaje de turismo que tiene pensado hacer cuando termine la guerra. La edad para ser movilizado fue cambiada la semana pasada de los 27 a los 25 años, y sabe que tarde o temprano le llamarán: “Egoístamente, no quiero salir de mi zona de confort, pero soy consciente de que mi país está librando una guerra por su existencia”. Maxim cree que la ley de movilización se ha retrasado demasiado por su impopularidad, y opina que la regulación es poco clara y genera desconfianza: “Los civiles tienen miedo porque quizá es verdad que te envían a posiciones equivocadas y que recibes órdenes de mierda para combatir sin estar preparado”. Maxim trabaja en medios de comunicación y confiaba en que la prensa fuera considerada por el parlamento como un sector estratégico, eximido del reclutamiento, pero no ha sido así.

“La reacción social ante la ley de movilización es muy compleja porque mucha gente la considera injusta y cree que hay personas que se benefician más que otros”, dice Andrii Bychenko, director de estudios sociológicos del Centro Razumkov. “Hay gente que por miedo no quiere ir a combatir y otros que sí estarían dispuestos, pero no tienen claro que les destinen a las funciones idóneas”.

Hay otra cuestión que afecta, y es el creciente pesimismo de la sociedad ucrania respecto al desenlace de la guerra. Una encuesta del centro Razumkov presentada el miércoles indicaba que un 59% de los ciudadanos creen que puede derrotarse a Rusia. En agosto de 2022, el porcentaje era del 76,9%. Mikola Bielieskov, analista del Instituto Nacional de Estudios Estratégicos (organismo dependiente de la presidencia ucrania), se preguntaba en una conferencia del 22 de marzo en Kiev “por qué cuesta tanto convencer a los civiles para ser movilizados”. Bielieskov admitía que la situación es preocupante porque es un pez que se muerde la cola: cuanto menos apoyo armamentístico reciba Ucrania a escala internacional, como está sucediendo, menos capacidad tendrá el ejército ucranio de combatir en condiciones y, por lo tanto, menos gente estará interesada en alistarse. Y cuanta menos predisposición haya en la sociedad ucrania de defender a su país en el frente, precisaba Bielieskov, más dudas tendrán los aliados de sostener a Ucrania.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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