La crisis económica y la corrupción explican el varapalo a Erdogan en las elecciones municipales de Turquía
Los electores turcos castigan al partido islamista del presidente apenas un año después de haber revalidado su mandato
“Terremoto en las urnas”, “El mapa cambia de color”, “Revolución en las urnas”, “El pueblo sacude el orden establecido”. Estos fueron algunos de los titulares con los que la prensa de oposición turca saludó la “histórica victoria” del Partido Republicano del Pueblo (CHP) en los comicios municipales de este domingo: el primer triunfo a nivel nacional de esta formación centroizquierdista desde 1977; la primera derrota del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), la formación islamista del presidente Recep Tayyip Erdogan, desde su fundación en 2001. Los socialdemócratas no solamente vencieron en las ciudades más pobladas, aumentando la diferencia en lugares clave como Ankara y Estambul, sino que se hicieron con bastiones conservadores a lo largo y ancho del país, incluso algunos gobernados por la derecha desde hace siete décadas. El CHP mandará a partir de ahora sobre municipios que suponen casi el 60% de la población del país; los del AKP, por contra, solo suman el 26%.
“Esto no es un final para nosotros, es un punto de inflexión”, señaló Erdogan en un discurso tras conocer los resultados, en un reconocimiento implícito del revés electoral. No hay duda de que los resultados suponen un varapalo para un líder político que había ganado los 17 procesos electorales a los que se había enfrentado en los últimos 22 años. Un mandatario que, además, ha construido a su alrededor un monumental aparato de control, concentrando los poderes de las instituciones en sus manos, atando en corto a la Judicatura y cuya omnipresencia en los medios tiene solamente parangón con otros Estados donde los cambios en las urnas son apenas una ensoñación.
“Mensaje de las urnas”, “Ahora es el momento de reformas”, “Mucho que hacer”, tituló la prensa progubernamental, llamando a hacer una reflexión sobre lo que ha salido mal. Porque lo cierto es que el tamaño de la derrota sorprendió tanto al campo gubernamental como a los opositores, especialmente porque ocurre menos de un año después de que Erdogan lograse un tercer mandato como presidente en las elecciones generales.
“La economía y los jubilados han sentenciado los resultados”, publicó en la red social X el comentarista Cem Küçük, muy cercano al Gobierno. La última década de gestión económica ha sido un desastre, con continuos cambios de política por el empeño de Erdogan de controlar hasta el último detalle y persona al cargo. Se ha pasado de periodos en los que se forzaba la máquina de la economía ofreciendo créditos baratísimos —que han terminado por impulsar la especulación— a periodos en los que el grifo se cerraba del todo; de momentos en que lo importante era el consumo interno para, al poco, fiarlo todo a las exportaciones favoreciendo la devaluación interna. La herencia ha sido una inflación galopante (actualmente del 67%) que todavía dista de ser domeñada. Aunque se ha tratado de mantener el poder adquisitivo de la población, aumentando el salario mínimo (actualmente de 17.000 liras, algo menos de 500 euros), la fragilidad de los mecanismos de protección social y el alza de los precios han puesto en serias dificultades a mucha gente. Según los sindicatos, el límite de la pobreza se sitúa tres veces por encima del salario mínimo para una familia de cuatro miembros.
Además, las pensiones de jubilación no se han actualizado con la inflación y las más bajas son poco más de la mitad del salario mínimo. Según el medio online T24, de las 10 capitales provinciales más avejentadas de Turquía, solo una la ha ganado el AKP, otra sus socios ultraderechistas del MHP y las restantes ocho han ido al CHP. La bajada en la participación —seis puntos menos— también ha afectado más al partido de Erdogan.
“Los electores mostraron que estaban del lado de Erdogan en las generales, pero en las locales han querido mandar un mensaje al AKP”, escribe la columnista del diario Sabah, Hilal Kaplan, muy cercana a algunos miembros de la familia Erdogan. Tanto ella como otros columnistas progubernamentales se resisten a reconocer el triunfo del CHP por sus propios méritos y la achacan a que se ha apoyado en una “sucia alianza” con la izquierda kurda y grupos terroristas. Les resulta difícil digerir la victoria de un partido al que acusan de “mentalidad fascista” y “elitista”, de estar alejado del honesto y pío pueblo llano de Anatolia, cuando en realidad son ellos, los nuevos ricos surgidos en torno al AKP, la burguesía islamista que ha crecido en las últimas décadas bien alimentada por los contratos del Estado, la que se ha ido alejando de la gente corriente y sus problemas cotidianos mientras el CHP, poco a poco y a base de acumular batacazos electorales, emprendía reformas internas para acercarse a la Turquía real.
Esta soberbia y ensimismamiento, y la voluntad de gobernar todo de forma jerárquica y piramidal, también ha influido en la derrota. El diario erdoganista Yeni Safak, por ejemplo, acusaba a la dirección central del AKP de haber vetado a candidatos elegidos por las bases provinciales del partido y haber hecho nombramientos a dedo, cuyo desempeño electoral ha resultado un fiasco (incluso en provincias que ha logrado mantener bajo su control, el voto al AKP ha caído un 20%).
Alianzas arriesgadas
Desde luego, hay una corriente de fondo en la política turca: el AKP tocó techo en las elecciones legislativas de noviembre de 2015 (49,5% de los votos) y desde entonces se ha ido desinflando progresivamente hasta el 35,5% obtenido este domingo. Erdogan, en cambio, sí ha mantenido sus resultados electorales (entre el 49,5% y el 52,5% en referéndums y presidenciales), si bien para ello ha tenido que ir incorporando cada vez a más partidos de derecha y ultraderecha a la coalición que lo sustenta. El problema, han avisado varios ideólogos cercanos a Erdogan, es que, de esta manera, les da visibilidad y legitimidad, y estas formaciones terminan haciéndole la competencia al AKP.
El caso más reciente es el Nuevo Partido del Bienestar (YRP), que el año pasado apoyó a Erdogan en las presidenciales, pero en las locales ha concurrido por separado, convirtiéndose en la tercera formación más votada (6,2%) y birlándole dos capitales de provincia al AKP. “Yo voté durante muchos años al AKP y a Erdogan porque sentía que no había otra alternativa. Pero dan tanto asco con su ineptitud, su corrupción, las mordidas que piden para hacer cualquier cosa en los ayuntamientos…”, explica una joven militante del YRP: “Ahora los conservadores tenemos otras opciones”.
Con todo, Erdogan es un político muy hábil y en anteriores ocasiones ha sabido cooptar a movimientos políticos que podían hacerle competencia. Terminadas las municipales, se abre un periodo de cuatro años sin elecciones en Turquía y el mandatario tiene tiempo suficiente para poner orden en la economía y en su partido. De ello dependerá que el “terremoto en las urnas” de este domingo sea únicamente un escollo o el principio del fin.
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