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Presidente, partido, Gobierno y nación: Erdogan se arroga el espíritu de Turquía

El presidente islamista ha logrado desdibujar las fronteras de las instituciones y vencer elección tras elección con una retórica que encandila a sus votantes

Erdogan Turquia
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se dirige a sus seguidores en Estambul, el 18 de mayo.UMIT BEKTAS (REUTERS)
Andrés Mourenza

El pasado noviembre, durante la ceremonia de graduación de los nuevos oficiales de la policía turca, celebrada en el monumental complejo presidencial que se hizo construir Recep Tayyip Erdogan (69 años) hace una década en Ankara, la orquesta de la academia de agentes interpretó la canción El siglo turco, una oda al poder creciente del país euroasiático. Es, en realidad, una canción electoral encargada por el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) al compositor Yücel Arzen, cuya recompensa ha sido ser elegido diputado por las listas de la formación islamista de Erdogan en los comicios del pasado 14 de mayo.

Hubo un parlamentario opositor que se quejó por esa confusión intencionada de roles entre lo institucional y lo partidista. Pero el hecho pasó desapercibido, la mayoría hace como que no importa que estas fronteras se hayan ido desdibujando. Ya casi nadie pretende que las haya; se han olvidado de que las hubo. El presidente, el partido, el Gobierno, la nación son términos intercambiables. Erdogan es todo ello. “El destino de esta nación está unido al destino del AKP, como la uña a la carne”, ha proclamado el presidente.

En marzo de este año, Erdogan cumplió 20 años al frente de Turquía, como primer ministro y, desde 2014, como presidente. Llegó al poder al frente de un AKP que entonces se pretendía de centroderecha reformista: fue su Gobierno el que inició las negociaciones formales de adhesión con la Unión Europea, reformó el Estado y la economía, y presidió una década de crecimiento prácticamente ininterrumpido. Sus mejoras en la sanidad, los servicios públicos, las infraestructuras y el transporte le valieron la confianza de buena parte de la población. Una vez afianzado su poder, ha ido desechando uno a uno a sus antiguos aliados (la intelligentsia liberal, la cofradía de Fethullah Gülen, los fundadores de su partido, los nacionalistas kurdos) para forjar otros pactos con quienes hasta antes de ayer eran sus enemigos (ultraderecha nacionalista, militares, eurasianistas).

Así, con un discurso que se ha adaptado a cada momento y a cada época, ha sido capaz de vencer en 15 citas con las urnas (presidenciales, legislativas, locales, referendos). A ello ayuda el hecho de que Erdogan haya amasado el control de prácticamente todos los resortes y recursos del Estado, y que el 13% de la población turca (85 millones) sea militante del partido (o, lo que es lo mismo, el 17% del electorado). Por comparar: en la Unión Soviética, de partido único, solamente el 7% de la población tenía el carnet del Partido Comunista. El carnet o la cercanía al AKP y a otros partidos aliados es una ventaja ―a veces una condición imprescindible― para acceder a las subvenciones y los contratos públicos, en una Turquía de fuertes redes clientelares. Ese control omnímodo del Estado y las instituciones lo ha utilizado para perseguir a quien se cruzase en su camino: sean rivales políticos o periodistas.

También es innegable que Erdogan es un animal político que sabe contactar con las masas gracias a un discurso antielitista aprendido de su infancia y juventud en las calles de un barrio humilde de Estambul. Es una narrativa de la revancha, que promete a los humildes desquitarse de sus opresores, sin que nunca llegue a ocurrir, y a la nación turca devolverle el lugar que le corresponde en el mundo. Y eso sí es algo que realmente ha logrado, con una política exterior asertiva.

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“No es solo un gran líder de Turquía, sino mundial. Hace unos días me encontraba en La Meca [Arabia Saudí]. Vimos que había muchos musulmanes con banderas de Turquía y nos contaron que habían venido a rezar por Erdogan”, afirma Asli Zeynep Sirikçi. Esta dirigente provincial del AKP, de 25 años, pudo conocer al presidente en persona recientemente: “Fue una sensación increíble. Un momento mágico. Poder hablar por primera vez con un líder de su talla me emocionó tanto que no sabía qué decir. Y lo que más me impresionó es que en ningún momento de nuestra conversación dejó de mirarme a los ojos”.

Condición casi divina

Para sus seguidores, Erdogan ha adquirido una condición casi divina. Él es el responsable de todo lo bueno; lo malo es culpa de sus colaboradores o, mejor aún, de los pérfidos enemigos externos que, de la mano de los colaboracionistas internos, actúan movidos por la envidia hacia una Turquía cada vez más poderosa. Es un discurso, oficial, que encuentra calado en un país donde la suspicacia hacia las potencias occidentales tiene fundamentado apego por razones históricas y las teorías del complot contra los turcos ya eran un deporte nacional antes de Erdogan. “Estados Unidos trata de jugar con nosotros y llegará el día que nos tengamos que enfrentar”, asegura Mustafa Oral, un votante. “Erdogan es el único capaz de liderar Turquía. Es uno de esos hombres que aparecen solo una vez cada siglo”, añade.

Adam gibi adam” o “Es un hombre como Dios manda”, es una de las razones que dan muchos de sus votantes para mantener su apoyo pese a las penurias económicas. “Hay alguien que ahora mismo está en la cocina, mientras nosotros estamos en el balcón”, tronó Erdogan la noche del 14 de mayo ante el júbilo de sus seguidores al saber que había vencido en la primera vuelta electoral a su principal rival, Kemal Kiliçdaroglu (74 años), que en campaña publicó numerosos vídeos grabados en la cocina de su hogar. La cocina es, para esta visión, el lugar de las mujeres. El balcón, el de los hombres victoriosos. Y él es el padre de la nación, un pater familias exitoso y de mano firme.

“No es algo exclusivo de Turquía. Vemos en muchas partes del mundo que la gente busca autoridad, opta por alguien fuerte, con instinto de poder, que sepa liderar”, explica el analista Selim Koru. “La oposición, que ha hecho probablemente la mejor campaña que podía hacer, pensó que las condiciones materiales serían más importantes que las promesas vacías del Gobierno sobre la industria militar y el nacionalismo, pero ha resultado que esta mentalidad imperial era también importante y que resuena entre las bases del AKP”, añade.

Pero hay un hecho que el borrado de los límites institucionales y los discursos grandilocuentes no pueden ocultar: esa nación de la que habla Erdogan, y que lo adora, no ha sido nunca mucho más de la mitad de la población.

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