Muere a los 93 años Sandra Day O’Connor, la primera jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos
Nombrada por el presidente Ronald Reagan en 1981, dejó el puesto vitalicio en 2006
Sandra Day O’Connor, la primera jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos, ha muerto este viernes en Phoenix (Arizona) a los 93 años de edad, por complicaciones relacionadas con una demencia avanzada, probablemente Alzheimer, y una enfermedad respiratoria, según ha anunciado el propio Tribunal. O’Connor fue nombrada miembro del Tribunal Supremo por el presidente republicano Ronald Reagan y ocupó su cargo desde 1981 hasta 2006. Aunque de ideología conservadora, se ganó fama de jurista moderada. Votó a favor del derecho al aborto y de los derechos de los homosexuales, pero, sobre todo, rompió el techo de cristal que había mantenido a las mujeres fuera del principal órgano judicial de Estados Unidos y de otras posiciones de poder.
Su llegada al Supremo fue todo un hito. Durante su campaña presidencial de 1980, Reagan se comprometió a nombrar a una mujer para el Tribunal Supremo. Cuando el juez Potter Stewart se jubiló en 1981, nominó a O’Connor, señalando que era una “persona para todas las estaciones”. O’Connor había ocupado puestos en el poder ejecutivo, legislativo y judicial. El Senado confirmó unánimemente su nombramiento el 21 de septiembre de 1981, y cuatro días después ocupó su puesto en el alto tribunal.
“A medida que las mujeres alcancen el poder, las barreras caerán. A medida que la sociedad vea lo que las mujeres pueden hacer, a medida que las mujeres vean lo que las mujeres pueden hacer, habrá más mujeres haciendo cosas, y todos estaremos mejor por ello”, dijo Sandra Day O’Connor en un discurso sobre las mujeres en el poder en noviembre de 1990.
De los 115 jueces que ha tenido el Supremo a lo largo de su historia, solo 6 han sido mujeres. Tras O’Connor, la segunda fue la progresista Ruth Bader Ginsburg. Las otras cuatro (Sonia Sotomayor, Elena Kagan, Amy Coney Barrett y Ketanji Brown Jackson) siguen aún en sus cargos, de modo que la representación femenina, aunque minoritaria todavía, es ahora la mayor de la historia.
Durante sus casi 25 años en el tribunal, la juez O’Connor fue considerada con frecuencia el “voto decisivo”, una etiqueta que a ella no le gustaba, pero que era bastante adecuada, dado que su posición inclinaba la balanza en las votaciones que se resolvían por cinco votos a cuatro. En el tribunal, de ocho miembros, había cuatro magistrados progresistas y otros cuatro conservadores. Era, sin exagerar, la mujer más poderosa del país. Fue autora de 676 opiniones en su carrera, 301 de las cuales fueron la sentencia del Tribunal Supremo, en los que abordó una amplia gama de cuestiones. “Ser miembro del Tribunal”, dijo una vez, “es un poco como caminar sobre hormigón fresco. Miramos atrás y vemos nuestras huellas en las opiniones que hemos escrito y tienden a endurecerse tras nosotros”.
Sandra Day O’Connor nació el 26 de marzo de 1930 en El Paso (Texas), pero pasó sus primeros años en Lazy B, un rancho ganadero entre la frontera sur de Arizona y Nuevo México, sin electricidad ni saneamientos. A los seis años, Sandra se fue a vivir con su abuela materna a El Paso para escolarizarse, aunque le encantaba volver al rancho, donde cabalgaba con los vaqueros, marcaba el ganado y disparaba con su rifle.
Entró en la Universidad de Stanford en 1946, con solo 16 años. Primero se licenció como economista en 1950, pero luego se matriculó también en Derecho en Stanford. Entre sus compañeros de promoción (todos hombres, salvo cinco mujeres) estaba William H. Rehnquist, con quien coincidiría en el Supremo. Aunque se tituló entre las primeras de su promoción en 1952, ningún bufete de California quiso contratarla como abogada por ser mujer, algo corriente entre las abogadas de su generación. La única oferta de trabajo que recibió fue la de secretaria jurídica en un bufete de Los Ángeles.
O’Connor acabó poniéndose en contacto con el fiscal del condado de San Mateo, California, en su búsqueda de empleo. “Le escribí una larga carta”, contó O’Connor, “explicándole todas las razones por las que creía que podía hacer cosas que le serían útiles en la oficina”. Se ofreció a trabajar gratis si era necesario. A raíz de su carta, le ofrecieron un puesto como ayudante del fiscal del condado, según recuerda el Supremo en una exposición que le ha dedicado.
Se casó en 1952 con un compañero de la universidad. Mientras su marido estuvo destinado en Fráncfort (Alemania) en 1954 con el Cuerpo de Abogados Generales del Ejército, ella trabajó como abogada civil en el Cuerpo de Intendencia del Ejército de Estados Unidos. El matrimonio regresó a Estados Unidos en 1957 y se estableció en Phoenix (Arizona), donde se colegió como abogada y abrió un bufete de abogados. Los tres hijos de los O’Connor, Scott, Brian y Jay, nacieron en los seis años siguientes. Con el nacimiento de su segundo hijo, dejó el ejercicio de la abogacía para concentrarse en su familia, aunque se implicó mucho en la política local con el Partido Republicano y en el servicio a la comunidad.
En 1965, O’Connor volvió a trabajar como ayudante del fiscal general del Estado. Siguió activa en política y en 1969, al quedar vacante un escaño en el Senado del Estado de Arizona, fue elegida para ocuparlo. Fue reelegida dos veces y en 1972 se convirtió en la primera mujer del país en ocupar el cargo de líder de la mayoría en un Parlamento estatal. Como legisladora, O’Connor trabajó para cambiar varias leyes de Arizona que discriminaban a las mujeres, incluida una ley de 1913 que les prohibía trabajar más de ocho horas al día, y que se había utilizado para impedir que buscaran y conservaran un empleo. Además, O’Connor impulsó leyes que otorgaban a las mujeres la misma responsabilidad en la gestión de los bienes comunes que sus cónyuges.
En 1975, se presentó con éxito como candidata a juez de primera instancia del Tribunal Superior del condado de Maricopa, cargo que ocupó hasta 1979, cuando el gobernador Bruce Babbitt la nombró miembro del Tribunal de Apelaciones de Arizona. Poco después llegaría su nominación para el Supremo.
Pese a que el puesto de magistrada del Supremo es vitalicio, la jueza O’Connor anunció su retirada del Tribunal Supremo en julio de 2005 para ocuparse de su marido, que sufría Alzhéimer y murió en 2009. Ella recuperó la actividad pública hasta que en 2018 anunció que había sido diagnosticada con demencia. Se despidió con una llamada a superar la división partidista.
Tras el anuncio de su retirada, el presidente George W. Bush propuso inicialmente a John Roberts para sustituirla. Sin embargo, al morir en septiembre de 2005 el presidente del Tribunal Supremo, William Rehnquist, que sufría cáncer de tiroides, Bush decidió nominar a Roberts para esa vacante y este preside desde entonces la institución. Luego, en octubre, Bush propuso a la abogada Harriet Miers para sustituir a O’Connor, pero esta decidió retirar su candidatura. Finalmente, en noviembre, Bush nominó al juez conservador Samuel Alito para cubrir la vacante de O’Connor, cuya renuncia se hizo efectiva al ser ratificado el aspirante por el Senado, en lo que supuso un claro giro a la derecha del Supremo.
Tras su jubilación del tribunal el 31 de enero de 2006, la jueza O’Connor continuó activa como defensora de la independencia judicial y del Estado de Derecho en todo el mundo. En reconocimiento a los logros de su vida, el 12 de agosto de 2009 el presidente Barack Obama le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto honor civil de la nación.
El presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, ha dicho a través de un comunicado: “Hija del suroeste de Estados Unidos, Sandra Day O’Connor abrió un camino histórico como primera mujer juez de nuestro país. Afrontó ese reto con una determinación impertérrita, una capacidad indiscutible y una franqueza cautivadora. En el Tribunal Supremo lamentamos la pérdida de una querida colega, una feroz defensora independiente del Estado de derecho y una elocuente defensora de la educación cívica. Y celebramos su legado perdurable como verdadera servidora pública y patriota”.
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