Viktor Orbán alimenta el conflicto étnico con la minoría húngara de Ucrania
La provincia de los Transcárpatos, la más occidental y segura del país en guerra, se enfrenta a las diferencias entre sus comunidades, alimentadas por Budapest, que amenaza con vetar una futura adhesión de Kiev a la UE
Los relojes en la comarca de Berehove van una hora atrasados respecto al horario oficial de su país, Ucrania. “Funcionamos según la hora de Budapest”, dice Józef Choboya, historiador jubilado local. “¿Por qué lo hacemos? Porque aquí todo el mundo vive con el horario europeo”, secunda Robert Nagi, un entrenador de fútbol del pueblo de Badalovo, fronterizo con Hungría. Choboya y Nagi son miembros de la comunidad húngara de Ucrania, en la provincia de los Transcárpatos. Los derechos de esta minoría nacional ponen en jaque el futuro de Ucrania: el primer ministro de Hungría, el ultranacionalista Viktor Orbán, amenaza con utilizar su poder de veto para impedir que Ucrania acceda a la Unión Europea o a la OTAN si esta comunidad húngara no recibe más autonomía.
Los expertos advierten de que el líder populista húngaro, aliado de Vladímir Putin en la UE, está alimentando un potencial conflicto entre grupos nacionales: está poniendo a Kiev lo que el académico Dmitro Tuzhanskii ha definido como “una trampa étnica”. “La cuestión de las minorías nacionales ha sido decisiva en las últimas decisiones sobre la ampliación de la UE. Los países que no la han ignorado se han movido más rápido hacia la UE. Los que la infravaloraron se han quedado en un largo y tedioso camino”, escribe Tuzhanskii en un informe de este año del grupo de estudios políticos Globsec.
Los Transcárpatos son la provincia más occidental y más segura de Ucrania. Desde el inicio de la invasión, en febrero de 2022, solo han recibido el impacto de un misil ruso. En la capital, Úzghorod, no hay toque de queda nocturno y la economía avanza a buen ritmo. Según datos del Ministerio de Economía, de las 1.000 empresas que se han trasladado de las provincias del frente de guerra al oeste, 200 han ido a los Transcárpatos. El Gobierno provincial eleva el número a 400. La población ha crecido de los 1,2 millones previos a la guerra a 1,6 millones. Es lo más parecido que hay a una Ucrania próspera lejos de la violencia armada.
Su territorio delimita con cuatro países —Rumania, Polonia, Eslovaquia y Hungría— y es hogar de una docena de grupos nacionales. Los principales son los ucranios de los Cárpatos, los húngaros y los rumanos. Según datos facilitados por Roman Moldavchuk, director del Departamento de comunicación estratégica para nacionalidades y religiones de los Transcárpatos, la minoría húngara la componen unas 120.000 personas —un 10% de la población total—, y la rumana, cerca de 40.000 personas. Los Transcárpatos son el paradigma de la complejidad identitaria de la Europa central, también de cómo el mapa político cambia según la arbitrariedad de la historia. La región fue parte de la “gran Hungría” durante nueve siglos, hasta que la I Guerra Mundial finiquitó el imperio austrohúngaro y por un breve tiempo, hasta acabada la II Guerra Mundial, fue Checoslovaquia. Tras la II Guerra Mundial, la Unión Soviética forzó la incorporación de los Transcárpatos a sus dominios, a lo que hoy es Ucrania.
Andrjez Sadecki, director del Departamento de Europa Central del Centro para Estudios del Este (OSW), institución académica con sede en Varsovia, subraya en una entrevista telefónica que tanto rumanos como polacos tienen sus “insatisfacciones” respecto a los derechos de sus minorías en Ucrania, pero a diferencia de Hungría, las afrontan a nivel bilateral. “La cuestión de la minoría húngara tiene un mayor peso que en el caso polaco, porque el trauma húngaro, el hecho de perder dos tercios de su territorio en la I Guerra Mundial, no ha sido superado. Y el problema húngaro es real y de dimensión europea, porque puede vetar el inicio de las negociaciones de adhesión de Ucrania a la UE”.
La lista de agravios que presenta el Gobierno de Orbán es recurrente, pero el tono ha subido con las esperanzas ucranias de incorporarse a la UE y con las exigencias de Bruselas de que Kiev debe cumplir con una mejora en el reconocimiento de la pluralidad de identidades del país. La principal protesta húngara es la entrada en vigor de la Ley de Educación de 2017, que impone el ucranio como lengua vehicular en el sistema educativo. Hasta ahora, el centenar de escuelas de la minoría húngara podían impartir todas sus asignaturas en húngaro, excepto la de lengua ucrania. Para Budapest, y para la mayoría de los húngaros entrevistados por EL PAÍS en los Transcárpatos, el cambio legal es una operación para eliminar su identidad.
La presión de Budapest forzó que este septiembre el Parlamento ucranio prorrogara la puesta en marcha de la ley hasta septiembre de 2024. Julia, profesora en la escuela de Secundaria Általános de Badalovo, donde estudian 80 alumnos, indica que cada semana dan seis horas de clase de lengua ucrania, y algunas más en otras asignaturas como la de Tecnología. El Gobierno, confirma, quiere que el ucranio sea el idioma vehicular, que también se utilice para enseñar otras materias, como matemáticas. “Creo que es lo normal, estamos en Ucrania y hay mucha gente en estos pueblos que no habla ucranio”, añade esta maestra. Su opinión es minoritaria en su entorno.
“Esto no es una decisión política, es una medida social para que estos niños tengan las mejores oportunidades de enseñanza, en todas las universidades ucranias, las mejores opciones laborales y para que también puedan trabajar en la administración pública”, explica Moldavchuk. “Aquí has dos cuestiones”, subraya el responsable de política de minorías del Gobierno provincial de los Transcárpatos, “la retórica del Gobierno húngaro y la realidad de las minorías”. Moldavchuk revela una conversación reciente del presidente, Volodímir Zelenski, con representantes de uno de los dos partidos políticos de la minoría húngara. Zelenski preguntó si tenían alguna demanda, algo que creen que deba mejorarse: “La respuesta fue que no necesitan nada”.
La Comisión de Venecia, órgano del Consejo de Europa que está aportando a Ucrania recomendaciones para las reformas que necesita en su camino a la UE, emitió el pasado junio un informe con ocho sugerencias para que Kiev mejore el reconocimiento de sus minorías nacionales. Entre estas se incluyen la petición de que los documentos oficiales del Estado puedan publicarse en las lenguas de las minorías, que se prorrogue todavía por más tiempo la introducción del ucranio como idioma vehicular en las escuelas, que se retire la exigencia de un servicio de intérprete al ucranio en actos públicos de otras lenguas —si alguien de los asistentes lo requiere— y que se retiren las cuotas de contenido en ucranio para los medios de comunicación de las minorías.
Limitar el ruso
Radio Pulzus tiene sus estudios en Berehove, en los aledaños del principal templo de la Iglesia Reformada, la segunda mayor institución religiosa de los húngaros después de la Iglesia Católica. La Iglesia Reformada fundó Radio Pulzus en 2012 y ahora es propiedad de su comunidad de fieles, según explica el director, Miklós Barta. Es la única emisora de la minoría húngara de Ucrania. Solo hay una televisión, que emite por internet, 21 TV. Barta subraya que para Pulzus siempre ha sido una prioridad emitir parte de su programación en ucranio, incluso cuando no había obligación de hacerlo. Barta estima que la mitad de los húngaros de Ucrania no dominan el idioma oficial.
“La obligación legal de utilizar el ucranio empieza a partir de 2016; actualmente, solo puede emitirse un 10% de los contenidos en la lengua de la minoría nacional, pero a nosotros nos permiten un 40%”. ¿Por qué esta excepción? Barta no sabe precisar qué norma lo permite, pero confirma que el húngaro no es el objetivo de limitar al 10% el uso de idiomas que no sean el ucranio: el objetivo es el ruso.
Desde la revolución del Maidán, en 2014, que expulsó del poder al prorruso presidente Viktor Yanukovich, Ucrania ha acelerado medidas para “desrusificar” el país. Con la invasión rusa iniciada en 2022, el ruso ha desaparecido prácticamente del todo de los medios de comunicación. La principal preocupación del Consejo de Europa son los derechos de la minoría rusa de Ucrania, un grupo difícil de catalogar porque, sobre todo en el este del país, ha podido ser casi la mitad de la población. Moldavchuk confirma que el problema de raíz es el ruso y las medidas que se tomaron para revertir la propuesta de Yanukovich de reconocer como lenguas oficiales a las de las minorías. “Yanukovich quería que el ruso fuera lengua oficial, y lo maquilló con otras, como el húngaro”. Orbán reclama a Kiev aquella cooficialidad, dice el representante del Gobierno de Transcarpatia, algo que, en su opinión, la minoría local no reclama.
División entre húngaros
Barta es partidario de elevar el aprendizaje en ucranio, pero también quiere poder usar más el húngaro en su radio. Sobre la lengua y el estatus de los húngaros ucranios, el director de Radio Pulzus admite que en su comunidad es normal que haya diferencias. “Los húngaros estamos divididos entre los que miran la televisión húngara y tienen el cerebro comido por Orbán, y los que somos patriotas como yo”. Son palabras de Ybolia, una jubilada de Berehove. Ybolia, que prefiere no aportar su apellido, charla en el mercado con tres vendedoras de productos lácteos, también húngaras, que no saben hablar ucranio. “No es que sean prorrusos, es que no son patriotas ucranios”, añade.
Vivien Mitrovka tiene 18 años, es camarera en el restaurante del castillo de Úzghorod, capital de Transcarpatia. Sus padres son parte de la minoría húngara pero han dejado de hablarse con sus familiares en Hungría: “Mi familia en Hungría apoya a Rusia, y si no la apoyan, quizá son neutrales”. Mitrovka no duda que su futuro está en Ucrania, por eso estudia filología ucrania.
En el bar de Badalovo solo se produce un conato de discusión entre la parroquia local cuando Jakob Bulo, electricista, afirma que Orbán tiene más razón que un santo. “Orbán solo suelta mierda, estamos en Ucrania, somos ucranios”, replica un vecino, que no quiere identificarse porque en el pueblo, admite, podría tener problemas. “Yo soy ciudadano ucranio pero mi nación es Hungría, este sentimiento nunca cambiará”, responde Bulo. Él, explica orgulloso, tiene pasaporte húngaro, otro motivo de conflicto bilateral. Ucrania rechaza un tratado de doble nacionalidad con Hungría —Austria, por ejemplo, también lo rechaza—, pero Budapest ha expedido miles de pasaportes a ciudadanos ucranios. Kiev no reconoce su validez, pero a Bulo le da igual: “Mi hijo tiene pasaporte húngaro y es ciudadano de pleno derecho en Hungría. Él está allí para no ir a la guerra”. Lo varones ucranios mayores de edad y hasta los 65 años no pueden salir del país porque deben estar al servicio de las Fuerzas Armadas Ucranias.
La “trampa étnica” que Kiev debe evitar, según Tuzhanskii, es la división entre grupos ucranios. Ana Ferencik se presenta como “auténtica ucrania de los Transcárpatos”. Habla un dialecto que mezcla varias lenguas, sobre todo el ucranio. El nacionalismo ucranio, desde el primer intento de independencia tras la I Guerra Mundial, se produjo en las provincias occidentales de Ucrania como los Transcárpatos. Ferencik se considera heredera de ello. Es taquillera en el Museo del Folclore de Úzghorod, donde se muestran ejemplos de la cultura húngara. Su opinión es contundente: “Orbán lleva cinco años comprando con dinero a la minoría húngara para que crezcan con sus negocios y levanten sus muros”. Tuzhanskii, en su informe de Globsec, calcula que antes de la guerra, el Gobierno húngaro financió anualmente con 260 millones de euros proyectos educativos, culturales y empresariales de la minoría en Ucrania.
Ferencik asegura que al margen de Orbán, todos los pueblos de Transcarpatia “son fieles al país”. Pero acto seguido carga contra lo que ella considera el enemigo común, el verdadero problema identitario, los ucranios de cultura rusa, los refugiados de la región de Donbás: “Los que han venido del este son los únicos que veo claramente con una mala actitud. Nos detestan porque son prorrusos. Estos rusos vienen aquí, pero no les permitiremos hacer lo que han hecho en Donbás”.
En la posición opuesta a Ferencik está Choboya, el profesor de historia jubilado de Berehove. Choboya acompaña a este diario a una visita por la Escuela Ferenc Rakoci II, el único centro de estudios superiores de la minoría húngara. “¿Sabe cuánto dinero invierte en nuestra universidad el Gobierno ucranio? Cero”, dice Choboya. El Gobierno húngaro les financia porque si no, desaparecían, exclama este profesor retirado. “Para ellos [los ucranios], el problema es que Hungría nos ayuda, pero olvidan que también ayudan a miles de refugiados ucranios”. Choboya confirma que sus dos hijos, con pasaporte húngaro, residen en lo que él considera la madre patria para no ser llamados a filas.
Sadecki cree que las quejas de Budapest, aunque exageradas, tienen fundamento, pero cree que la proximidad de Orbán con Moscú juega en contra de la minoría húngara en Ucrania. “Siempre habrá algún pretexto en Hungría para protestar”, advierte este académico del OSW, “porque la amenaza de vetar el acceso de Ucrania a la UE y a la OTAN es un arma para negociar sus intereses en Europa”.
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