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Las llamas en Maui también queman la historia de Hawái

El centro de la calcinada ciudad de Lahaina, la antigua capital, alojaba edificios clave de la identidad del archipiélago ahora destruidas por el fuego

La histórica Iglesia Waiola y la cercana Misión Hongwanji arden el martes 8 de agosto de 2023, en Lahaina, Hawái.
La histórica Iglesia Waiola y la cercana Misión Hongwanji arden el martes 8 de agosto de 2023, en Lahaina, Hawái.Associated Press/LaPresse (APN)
Macarena Vidal Liy

Cascotes, chatarra calcinada y un manto gris de cenizas. Es todo lo que queda en el casco viejo de la antigua capital de Hawái, Lahaina, después del brutal incendio que la convirtió en polvo en solo cuatro horas y que lleva camino de convertirse en el más mortífero de la historia reciente de Estados Unidos, tras dejar al menos 93 muertos y un millar de desaparecidos. Sus residentes pudieron regresar este sábado por primera vez a recoger sus pertenencias, aunque apenas han logrado rescatar un puñado de objetos. Las autoridades calculan que la reconstrucción superará los 5.000 millones de dólares (unos 4.500 millones de euros). Pero algo no se podrá recuperar: el enorme legado histórico que han devorado las llamas.

Lahaina, en el noroeste de la isla de Maui, tenía una doble identidad: de un lado, idílico puerto turístico, visitado por cientos de miles de personas al año atraídas por su sol —en la lengua autóctona, Lahaina significa “sol cruel”—, sus comercios abigarrados y su oferta gastronómica. Pero también era la puerta al pasado del archipiélago, tanto de su historia independiente como de la era colonial, y un pilar de la identidad hawaiana.

Su historia es de siglos. Fue uno de los lugares preferidos de los reyes de Maui. El monarca Kamehameha, que entre finales del siglo XVIII y principios del XIX unificó el archipiélago hawaiano en un único reino tras derrotar a los jefes del resto de islas, la convirtió en su corte. Y acabó siendo designada capital.

El museo de Historia, alojado en los antiguos juzgados, guardaba reliquias de la era en la que Hawái aún no había sido descubierta por los exploradores occidentales. El edificio más antiguo, la casa Baldwin, era un símbolo de la llegada de los primeros misioneros que allí se establecieron, ahora transformada en museo de la época y centro de difusión de la cultura hawaiana, sede de festivales de música tradicional. El museo Wo Hing, un pequeño edificio de madera construido por los inmigrantes cantoneses para servir de templo y cocina comunitaria, atesoraba el pasado de la pujante comunidad chino-hawaiana en Maui. En el cementerio de la iglesia Waiola estaban enterrados reyes, reinas, princesas y jefes hawaianos.

Un simbólico baniano plantado en 1873

El mayor símbolo de Lahaina, un baniano traído de la India por los misioneros cristianos hace 150 años y que se consideraba el árbol vivo más anciano de la isla, cubría un parque entero de 2.000 metros cuadrados con sus múltiples troncos. A su sombra se había reunido generación tras generación. Plantado en 1873, había sido testigo de la conversión del archipiélago: de reino independiente a territorio estadounidense al despertar el siglo XX, y posteriormente a Estado de la Unión, en 1959.

Todo ha sido devorado o dañado por las llamas. El fuego, alimentado por los vientos de un huracán distante, se propagó a gran velocidad, sin dar tiempo a poner a salvo las reliquias. Ya es historia también el hotel Pioneer Inn, de 122 años y en cuyas habitaciones se habían alojado autores como Mark Twain o Jack London. La última reina de Hawái, Liliuokalani, también se hospedó en la posada.

El baniano tan amado por los vecinos de Lahaina, de cuyas ramas colgaban cubos de agua para estimular el crecimiento de sus raíces aéreas, permanece en pie, pero ha perdido sus hojas y sus ramas están chamuscadas. Se desconoce todavía si las raíces del subsuelo se vieron afectadas y si el árbol podrá revivir.

“No hay nada que me haya hecho llorar más hoy que pensar en el baniano de mi ciudad natal de Lahaina”, escribía en X (antiguo Twitter) una persona que se identifica como HawaiiDelilah. Pero “nos reconstruiremos” y “la belleza natural de Maui será para siempre”, añadía.

Un hombre observa el baniano histórico de Lahaina, dañado el incendio que ha reducido la ciudad hawaiana a cenizas, el 11 de agosto de 2023.
Un hombre observa el baniano histórico de Lahaina, dañado el incendio que ha reducido la ciudad hawaiana a cenizas, el 11 de agosto de 2023.Rick Bowmer (Associated Press/LaPresse)

La pérdida del legado cultural e histórico es especialmente evidente en lo que hasta el martes era Front Street, su calle principal, y los alrededores. Hileras de pequeñas casas de madera de colores en un paseo marítimo que era también un recorrido por la historia de la isla y su pasado como centro de poder político del archipiélago y núcleo de intercambio comercial en el Pacífico.

Si durante siglos Hawái estuvo aislada del resto del mundo, visitada solo por las canoas de otros reinos polinesios, la historia cambió con la llegada de los exploradores blancos. A comienzos del XIX comenzaron a llegar a Lahaina flotas de barcos balleneros estadounidenses. A mediados de ese siglo, más de 400 buques dedicados a la caza de estos animales atracaban en el puerto de esa ciudad cada año, y el comportamiento de sus marineros no dejaba de escandalizar al otro gran grupo occidental residente en la ciudad: los misioneros que trataban de convertir a la población local.

En 1845 la capitalidad se trasladó a Honolulu, en la isla de Oahu. Con el declive de la industria ballenera, la economía de la isla pasó a depender de otro sector, las grandes plantaciones de piña y caña de azúcar, que ocuparon la mayor parte del terreno cultivable de Maui. Miles de inmigrantes chinos y japoneses llegaron para trabajar de jornaleros en los campos; muchos se quedaron. En 1898, un golpe derrocó a la reina y convirtió el archipiélago en territorio de EE UU.

El testimonio de ese pasado se ha revelado muy frágil. La madera antigua y los textiles de muchas de las tiendas que salpicaban el barrio han sido un alimento propicio para las llamas. Las imágenes muestran que, en el casco antiguo, apenas nada ha quedado en pie. El edificio del antiguo tribunal ha perdido el techo y su interior ha quedado consumido. De la casa Baldwin, por las imágenes vía satélite, solo parece quedar en pie el muro del jardín.

“Eran todos edificios de madera, edificios de tablas, tiendecitas, todas muy juntas. Quizá solo separadas por algún callejón entre ellas”, declaraba la directora de la Fundación para la Restauración de Lahaina, Theo Morrison, a la cadena de televisión ABC News. “Así que, claro, ardieron como cerillas”.

No todo está perdido. Los documentos que guardaba el museo de Historia, por ejemplo, estaban digitalizados. Pero los edificios históricos “son estructuras que no se pueden reemplazar”, sostenía Morrison inmediatamente después del desastre.

Particularmente golpeada por la catástrofe —que lleva camino de superar el incendio que destruyó la localidad californiana de Paradise en 2018 y dejó 85 muertos—, ha quedado la población autóctona hawaiana asentada en Lahaina. Una población que, como en el resto de la isla y el archipiélago, había visto la conversión de sus tierras ancestrales en plantaciones que acapararon el suministro de agua y secaron sus terrenos primero, y después en hoteles de lujo y alojamientos turísticos que han disparado los precios de la vivienda y les han expulsado del mercado inmobiliario: esta comunidad representa el 10% de los residentes de Maui (un total de 35.000), pero suponen el 50% de las personas sin hogar. Muchos de ellos residían en viviendas antiguas y frágiles, heredadas a lo largo de generaciones, y no necesariamente aseguradas. El incendio se las ha llevado.

Contar con estas comunidades será fundamental para una buena reconstrucción, según ha declarado el fundador de la asociación Nuestro Hawái, Kaniela Ing, a la cadena NBC. “Tiene que haber mucha voluntad y una intervención clara para garantizar que los recursos federales y filantrópicos apoyan a los residentes nativos, no para detener los daños graves como estos, sino también para llevarnos por un camino positivo”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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