De Crimea a Kiev: la huida de un adolescente de la ocupación rusa
Dima, de 16 años, ha abandonado su ciudad natal, en la península ocupada por Moscú desde 2014, por temor a ser obligado a luchar con las tropas rusas contra los ucranios
Esta es la historia de un desarraigo en patria propia. La de un joven de 16 años, Dima, que con un batiburrillo de documentos rusos y ucranios ha escapado de la península de Crimea, ocupada por Moscú desde 2014, y ha llegado hace unos días a Kiev, donde ahora vive con su hermano. Para llegar a la capital ucrania, tuvo que viajar cuatro días a través de tres países (Rusia, Turquía y Moldavia). Un rodeo necesario para salir de la península que forma parte de Ucrania, pero está bajo control ruso, y regresar a territorio que es parte del mismo país. De su testimonio se desprende que no deja atrás una dictadura feroz, pero sí un sistema que trata de anular la identidad, la historia y la cultura ucrania.
La gran preocupación de muchos ucranios como Dima es la de acabar obligados a ponerse un uniforme ruso por vivir en zona ocupada y acabar disparando a sus compatriotas. Pese a que todavía es menor de edad, eso es lo que más atormenta a Dima (nombre ficticio elegido por él mismo para este reportaje por motivos de seguridad). “Huiría campo a través si hiciera falta”, asegura. Ya tiene conocidos que, recién cumplidos los 20 años, están enrolados en las fuerzas de ocupación y operando en la vecina región de Jersón.
El mismo temor afecta a jóvenes y hombres que viven en otras zonas de Ucrania ocupadas por Moscú, como partes de las regiones de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. Allí también se está imponiendo la rusificación con el reparto de pasaportes de las autoridades invasoras como condición para cobrar pensiones, pagar recibos o realizar operaciones bancarias. “Incluso en el colegio nos daban panfletos para lavarnos el cerebro”, añade el joven.
El plan de huida, aderezado con el irrenunciable deseo de regresar en cuanto sea posible a la que es su ciudad natal, Sebastopol, forma parte de un proceso cocinado a fuego lento a partir de un sentimiento de rechazo a una vida forzada bajo la bandera tricolor rusa. Dima tenía siete años cuando los rusos ocuparon Crimea y no recuerda “casi nada” de aquel asalto, pero según explica, ha hecho lo posible por mantener el vínculo con Ucrania y completar una educación dentro de su sistema. Aconsejado por su familia, llevaba cuatro años estudiando a distancia bajo el sistema educativo de Ucrania, al tiempo que acudía presencialmente a las clases impuestas en Crimea por el Ministerio de Educación ruso.
Durante la entrevista con este periódico en un local de Kiev, Dima saborea, uno tras otro, varios vasos de Pepsi Cola, para él un lujo hasta ahora inaccesible en medio de las imitaciones rusas de los refrescos estadounidenses. “Con el comienzo de la invasión el año pasado, empezaron a llegar a Crimea cocacolas fabricadas en Ucrania que robaban de establecimientos de Jersón”, explica mientras enseña una foto de una de las latas en su móvil. “Se podían comprar en pequeños comercios”, señala.
Poco a poco su vida se va adaptando a la capital. En pocos días hará las pruebas de acceso a la universidad con idea de estudiar Económicas o Relaciones Internacionales. A las autoridades educativas de Kiev les sorprendió que exhibiera para matricularse un certificado de nacimiento en Crimea y sus notas de un centro escolar de la región de Donetsk. De hecho, aunque haya vivido bajo la ocupación rusa de la península más de media vida, la guerra iniciada el año pasado acabó por afectar a su formación académica. El primer centro en el que se matriculó para cursar a distancia el sistema ucranio se hallaba en la localidad de Volnovaja (Donetsk), destruida el año pasado y hoy en pleno frente de batalla. Así, este último curso tuvo que seguirlo en un colegio de Sloviansk, en esa misma región. De esa forma, presentándose a los exámenes desde Sebastopol, ha conseguido su certificado de notas de Ucrania.
Dima llega al encuentro directo desde la peluquería. El corte de pelo que lleva, afirma, podría ser motivo de que le molestaran o le llamasen gay en Crimea, “una sociedad cerrada y violenta”. Por detalles como ese, cuenta que quiso “escapar de un régimen” donde siempre les estaban “apretando las tuercas”. En Kiev le ha sorprendido que un dependiente dedique tiempo a preguntar por sus preferencias o que en la feria del libro una amiga de su hermano se haya interesado por él y su viaje. “Y no me conocía de nada”, recalca. “En Sebastopol a nadie le importa el otro, todos van a engañar y a joder al de al lado”, sostiene.
Dima salió de casa junto a su madre, de 47 años, el 18 de junio y llegó a Kiev el día 22. Su padre, de 46 años, no tiene la oportunidad de salir. Para evitar ser alistado en el ejército invasor, no está dado de alta ante las autoridades de Moscú y eso le impide viajar fuera.
Dos horas en autobús les permitieron llegar desde Sebastopol hasta Simferópol. Después, viajaron unas 20 horas en tren hasta Sochi (Rusia), dejando atrás Crimea a través del puente que cruza el estrecho de Kerch, inaugurado en 2018 por Putin para apuntalar la ocupación y atacado esta semana por segunda vez. El joven reconoce que no tuvieron que pasar controles especiales de las fuerzas de seguridad, pero describe el vagón como “un infierno sin aire acondicionado, antiguo y muy soviético”. Un avión desde Sochi les trasladó luego a Estambul. Y ahí empezó a fallar el plan original de la familia. La madre tuvo que dar la vuelta porque en el aeropuerto de Estambul no aceptaron su pasaporte ruso para tomar otro vuelo a Chisináu, la capital de Moldavia. Paradójicamente, sí logró pasar con un pasaporte ruso el menor, que siguió adelante solo, según relata.
La madre, asesora legal de empresas, trata ahora de conseguir uno ucranio —lo tenía caducado— para volver a intentar salir de Crimea.
El joven llegó solo a la capital moldava, donde cuenta que una agente de fronteras empezó de inmediato a interrogarle mientras le hurgaba en la maleta. “Todo cambió cuando le dije que era un refugiado ucranio saliendo de Crimea y que iba a reunirme con mi familia en Kiev. Entonces dejó de preguntarme y me ayudó a rehacer el equipaje”, explica. Un conductor contactado por su hermano recogió a Dima y lo llevó hasta un paso fronterizo de Moldavia con Ucrania en la región de Chernivtsi. Si con el pasaporte ruso pudo salir de Crimea, con el certificado de nacimiento le bastó para acceder a Ucrania.
Mientras el día 22 de junio alcanzaba Kiev por carretera junto a su hermano y su cuñada, Dima pudo comprobar con sus propios ojos los daños causados por la invasión rusa. El vehículo circulaba junto a restos de la batalla y casas y edificios reducidos a escombros en el entorno de localidades como Bucha o Makariv. Ese “paisaje de guerra”, como él mismo describe, no lo ha experimentado en Crimea, donde los bombardeos y choques entre los dos ejércitos se viven en la distancia.
Dima ha experimentado también cómo las alarmas en Kiev advierten todavía hoy con frecuencia de posibles ataques. Apenas dos días después de llegar él, un bombardeo con misiles acabó con la vida de cinco civiles. El estruendo se escuchó en casa de su hermano en medio de la madrugada. “En Sebastopol no hay sirenas”, asegura mientras explica que los rusos tratan de dar a todo una pátina de normalidad en la península de Crimea.
Allí espera ahora su madre una nueva oportunidad para salir. La ciudad de Sebastopol es la base de la flota rusa del mar Negro, una de las principales herramientas militares de Moscú para mantener la península ocupada a buen recaudo. De manera paralela, el Kremlin puso en marcha en 2014 un importante movimiento de población desde Rusia, tanto civiles como militares, para mezclarla con la ucrania. Crimea tenía aquel año 2.350.000 habitantes. A finales de 2021, el Gobierno de Kiev estimaba que al menos 600.000 rusos habían llegado a la península en ese periodo, lo que implica un aumento de población del 30%. Dima y su familia lo han notado en su propia comunidad de vecinos, donde con frecuencia saltan chispas entre los ucranios y los rusos.
Crimea es la joya de la ocupación rusa de Ucrania. Kiev insiste en que su devolución es condición esencial para unas conversaciones de paz. Dima acaba de llegar a Kiev, pero mantiene en el horizonte su deseo de regresar a su casa en Sebastopol. Optimista, espera que pueda ser en un año o año y medio. La condición es que en “Crimea ondee la bandera de Ucrania”. Mientras, en la pared de su habitación, le espera un mapa con las fronteras oficiales del país, esas reconocidas mundialmente, salvo por Rusia, la fuerza ocupante.
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