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Mercenarios fuera de control: Putin trata de legalizar 30 empresas paramilitares rusas

La crisis abierta en Rusia con el jefe de Wagner deja entrever un complejo entramado de decenas de miles de efectivos impulsado y permitido por el Kremlin, que ahora se le ha vuelto en contra

Mercenarios de Wagner, durante el levantamiento del pasado 24 de junio en la ciudad rusa de Rostov del Don. Foto: ASSOCIATED PRESS/LAPRESSE | Vídeo: EPV
Luis de Vega (Enviado Especial)

El grupo de mercenarios Wagner es solo el más importante, visible y reconocido de un tupido entramado de empresas paramilitares rusas desplegadas por el mundo. Son aproximadamente una treintena —la mayoría con más de 500 efectivos y algunas con decenas de miles— desplegadas por distintos países. De entre ellas, una veintena combaten o trabajan en la guerra de Ucrania, pese a que el artículo 359 del Código Penal ruso prohíbe estas actividades, que también desarrollan desde hace años en Oriente Próximo y en África, principalmente. La que durante años ha sido una herramienta para extender y afianzar mediante la conocida como guerra híbrida la influencia política, económica y diplomática de Moscú en el extranjero, muestra ahora sus debilidades. El plan del propietario de Wagner, Yevgueni Prigozhin, que impulsó un fallido motín en Rusia el pasado 24 de junio, era hacerse con el control de todas esas milicias, ganar poder e influencia en las más altas esferas del Kremlin y derribar al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y al jefe del Estado Mayor, Valeri Gerasimov. Así lo cree Igor Tishkevich, investigador del Ukrainian Institute for the Future.

Este experto explica a EL PAÍS que el Kremlin teme perder el control ante la influencia de esas compañías paramilitares, ilegales pero permitidas e impulsadas por el presidente Vladímir Putin y su entorno, en medio de un caldo de cultivo idóneo para que sigan ganando notoriedad. Ese clima favorable se apoya sobre la existencia de decenas de miles de veteranos del frente de batalla, los menores costes sociales para la administración que implica emplear a mercenarios, su papel fundamental para incrementar la presencia rusa en África o la dependencia de las grandes compañías rusas de estos aparatos de seguridad privados.

El reciente intento de regularizar este mercado de mercenarios, obligándolos a firmar un contrato bajo el paraguas del Ministerio de Defensa, unido a las dudas sobre la efectividad del ejército en la campaña ucrania, ha sido el detonante de la actual crisis en Rusia. El objetivo de Moscú, según Tishkevich, es “tarde o temprano” legalizar estas empresas “como la manera más sencilla de ganar control sobre la industria y someter a aquellos que no aceptan tal control”. Hasta ahora, según las informaciones de este analista, solo cuatro han aceptado. Ahí, señala, pretendía Prigozhin hacerse fuerte. El cerco se estrecha también sobre su aparato propagandístico, denominado Patriot, cinco de cuyos medios fueron incluidos en la lista negra por las autoridades de Moscú el pasado sábado.

En el amplio listado elaborado por este investigador figuran nombres mucho menos conocidos que el de Wagner, entre ellos Cossacks, United Security Forces Veterans, Imperial Legion o Tsar’s Wolves. La mayoría operan al mismo tiempo en Ucrania y en otros territorios.

Las crecientes hostilidades, orientadas por parte de Prigozhin a desacreditar al ejército, acabaron con el levantamiento del señor de la guerra el 24 de junio. Fue aplacado ese mismo día tras la mediación del presidente bielorruso, Aleksander Lukashenko. Eso logró poner fin, al menos de momento, a esas aspiraciones del empresario, que se negaba a que sus hombres firmaran un contrato para actuar bajo el mando del ejército desde el 1 de julio. Al deterioro de la influencia política hay que añadir la posibilidad de que Prigozhin pierda hasta la mitad de sus ingresos si otras compañías se hacen con contratos de los que Wagner disfruta en la actualidad en África de protección de campos de petróleo o explotaciones mineras, entiende Tishkevich.

Shoigú afirmó este lunes, durante una reunión con militares, que Prigozhin fracasó por la “lealtad” que mostraron los miembros del ejército y que ese motín no afectará a la presencia de las tropas rusas en Ucrania. Ha sido su primera reacción después de que los miles de mercenarios que marcharon apenas encontraran resistencia en la toma de la ciudad de Rostov del Don, ni siquiera cuando emprendieron camino hacia Moscú. Kiev celebra la debilidad que supone ver a Putin no tener bajo control a los mercenarios y no ser capaz de cumplir su palabra de dejar caer sobre ellos el peso de la ley, pues les ha dado a elegir entre irse con su jefe a Bielorrusia, integrarse en el ejército o dejar las armas. Las autoridades de Ucrania anunciaron por su parte este lunes ciertos progresos sobre el terreno tras recuperar en la última semana unos nueve kilómetros cuadrados en la región de Donetsk (este) y 28 en la de Zaporiyia (sur). Es el último balance de la contraofensiva iniciada por el ejército de Kiev a principios de junio.

La desactivación del plan de Prigozhin tras enfrentarse a Putin y su entorno lo ha apartado de la guerra en Ucrania. Las autoridades de Kiev, con el jefe de la inteligencia militar, Kirilo Budanov, y varios expertos consultados, lo dan ya por amortizado en el actual conflicto armado. También en Rusia, según transmitió el jefe del comité de Defensa de la Duma (Parlamento), Andri Kartapolov. Pero eso no va a cerrar el problema generado por la existencia de todos los ejércitos paralelos creados en torno a las altas esferas de poder de Moscú, incluidas grandes corporaciones con intereses internacionales, afirma Tishkevich, que presentó el pasado miércoles en Kiev un informe sobre el impacto y desarrollo de las conocidas como PMC (siglas de Private Military Company).

La presencia de estas compañías en prácticamente todos los conflictos ni es nueva ni se circunscribe solo a la realidad rusa. Estados Unidos se ha apoyado en empresas de mercenarios como la desaparecida Blackwater, muy visibles en la invasión de Irak y fuente de inspiración para el actual panorama de esa industria en Rusia. Pero los tentáculos de Wagner son extensos. Nacida hace una década a la sombra de la guerra en el este de Ucrania y en la de Siria, la compañía realiza tareas muy diversas y en muy diversos países. Ofrece seguridad a explotaciones mineras e industriales, edificios privados, escolta y protege mercancías de valor; prepara entrenamientos militares y de seguridad, realiza misiones militares y policiales, dispone de francotiradores y realiza labores de espionaje.

Por eso, haberse quedado fuera de la ecuación de la invasión rusa en la actual coyuntura no significa su fin. Wagner dispone en la actualidad de 25.000 efectivos, según dijo Prigozhin durante la asonada de finales de junio. Él mismo reconoce que sus bajas, solo en la batalla de Bajmut (Donetsk), una de las más cruentas de la guerra, ascienden a 20.000 muertos.

Algunas grandes corporaciones rusas disponen de sus propios aparatos internacionales de seguridad vinculados en algunos casos de forma estrecha con las agencias del Kremlin. En el caso de la petrolera Lukoil, su grupo Lukom A nace de la mano de agentes vinculados al KGB, los servicios de inteligencia de donde salió también Putin (hoy FSB). Sus funciones no solo consisten en proteger a su empresa, sino que desarrollan también labores de espionaje en beneficio del Estado, lo que, según Tishkevich, convierte a Lukom A en una especie de mini KGB. También dispone de su propia PMC la mayor petrolera rusa, Rosneft, a la que estuvo vinculado el excanciller alemán Gerhard Schröder hasta el año pasado. El gigante armamentístico Rostec o Gazprom, el brazo energético del Kremlin, disponen también de enormes aparatos de seguridad. Ninguno se deshará “jamás” de ese activo importante que suponen esas empresas, augura el experto del Ukrainian Institute for the Future.

Cuando un Estado entiende que ha de desarrollar una tarea que a la luz puede resultar inapropiada, suele recurrir a las PMC. Lo hacen para conseguir objetivos políticos, económicos o de otra índole. Es una realidad a la orden del día en la Rusia dominada por Putin desde la entrada del siglo XXI. Más allá de Ucrania y Siria, los agentes de estas compañías han realizado misiones en una treintena de países de cuatro continentes, entre ellos, Venezuela, Libia, República Democrática del Congo, Madagascar, Sudán, Malí, Mozambique o Afganistán.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, advirtió el sábado, durante un encuentro con varios medios españoles, entre ellos EL PAÍS, de que Bielorrusia, donde supuestamente ha sido acogido Prigozhin, supone un nuevo foco de tensión. “Puede que preparen ataques desde allí” o que organicen “grupos de sabotaje” que pongan en riesgo no solo a Ucrania, sino también a Polonia o Lituania, territorio de la OTAN, advirtió. El mandatario ucranio calcula que su ejército ha dejado fuera de combate a unos 100.000 de los paramilitares rusos de Wagner (21.000 muertos y 80.000 heridos), unas bajas “colosales”. Lukashenko, aliado de Putin y artífice del acuerdo que frenó el alzamiento de Wagner, ha abierto las puertas de su país a los mercenarios de Prigozhin. El viernes dijo incluso que estaría encantado de que formaran a las tropas bielorrusas.

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Sobre la firma

Luis de Vega (Enviado Especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.

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