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La primera victoria de la ultraderecha en una comarca alemana: “No queremos que nos conozcan como el distrito de los nazis”

Los habitantes de Sonneberg, la primera demarcación donde va a gobernar AfD, ven con preocupación la llamada en las redes al boicoteo. El este de Alemania es terreno fértil para actitudes de extrema derecha e insatisfacción con el sistema democrático

Alemania
Una calle de Sonneberg, en el Estado federal de Turingia, con carteles del candidato de AfD, Robert Sesselmann, y del democristiano, Jürgen Köpper, el 26 de junio.Sean Gallup (Getty Images)
Elena G. Sevillano

A Sina Martin, quinta generación de una familia de fabricantes de osos de peluche, le encanta vivir en Sonneberg, una pequeña ciudad alemana en el sur de Turingia conocida sobre todo por su tradición juguetera. A sus 34 años podría haberse marchado a una gran urbe, pero decidió quedarse y continuar con el negocio centenario. Hace un siglo muchas casas en Sonneberg tenían un anexo en el que se confeccionaban juguetes; hoy su taller es de los pocos que han sobrevivido a la globalización. “Siempre he estado muy orgullosa de mi ciudad”, asegura una entusiasta Martin en la trastienda del negocio, que es también un pequeño museo que exhibe, entre otras cosas, el oso de peluche más grande del mundo. “Pero ahora me preocupa lo que pueda pasar aquí”, lamenta.

De la noche a la mañana, Sonneberg ha pasado de ser un lugar casi desconocido a ocupar portadas y minutos de informativos, en Alemania y en el extranjero. En un país que aplica un estricto cordón sanitario a la ultraderecha, con las atrocidades de la II Guerra Mundial todavía muy presentes en la memoria colectiva, la victoria de Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones al distrito de Sonneberg (57.000 habitantes), el pasado 25 de junio, ha provocado un terremoto político que reverbera en todo el país, y especialmente en la capital. Por primera vez, un político de la formación ultraderechista, el abogado de 50 años Robert Sesselmann, va a ser administrador de una comarca (landkreis), la más pequeña del este alemán.

“No queremos ser conocidos como el distrito de los nazis”, subraya Martin, que relata cómo algunas empresas locales han empezado a notar el boicoteo al que algunos están llamando en redes sociales. Un par de hoteles de la zona han sufrido las primeras cancelaciones, informa la prensa local. Ella ya ha recibido un par de correos electrónicos desagradables, y pide que no se hagan generalizaciones. “No somos así, o al menos mi entorno no es así. No conozco a nadie que haya votado a AfD. Quizá vivo en una burbuja, pero he sido la primera sorprendida por los resultados de las elecciones”, señala.

Sina Martin, de 34 años, quinta generación de una familia de fabricantes de osos de peluche, posa en su tienda-museo de Sonneberg con “el oso más grande del mundo”.Foto: Elena Sevillano
Sina Martin, de 34 años, quinta generación de una familia de fabricantes de osos de peluche, posa en su tienda-museo de Sonneberg con “el oso más grande del mundo”.Foto: Elena SevillanoE. S.

Sesselmann obtuvo en segunda vuelta el 53% de los votos, frente al candidato de la formación democristiana CDU, al que habían apoyado todos los demás partidos, incluida la poscomunista Die Linke. El frente común no pudo contener la ola de AfD, que es la formación con mayor intención de voto en varios Estados federados de la antigua Alemania Oriental, incluida Turingia. Su tirón en el este explica que, a escala nacional, esté ahora mismo segunda en las encuestas, con entre el 18 y el 20% de intención de voto, solo por detrás de la CDU y superando ligeramente a los socialdemócratas.

Martin no conoce a Sesselmann, pese a que como ella nació en la ciudad. Tampoco le ha tratado Roland Koch, de 79 años, veterano político local de Die Linke que atribuye el éxito de AfD a la decepción con la clase política y a las “continuas peleas” entre los tres partidos que forman la coalición de gobierno que lidera el socialdemócrata Olaf Scholz con liberales y verdes. Para Koch, la pandemia, primero, y la guerra en Ucrania, después, han provocado una sensación de desprotección en la ciudadanía, que reacciona usando el voto como protesta, explica en la sede del partido.

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Sesselmann evita a los medios de comunicación. Su oficina rechaza las solicitudes y no ha concedido entrevistas. Su campaña electoral se centró en cualquier cosa menos la administración local de la que va a ocuparse. “Abolir el euro”, “cerrar las fronteras”, “proteger a las mujeres del islam”, “contra las sanciones, a favor del gas barato de Rusia” son algunas de las consignas que pueden leerse en los carteles electores que este pasado jueves aún colgaban de los postes en las calles de Sonneberg. Un reportero de Deutschlandfunk (radio pública) habló brevemente con él y se negó a contestar preguntas sobre el fascismo o sobre Björn Höcke, el controvertido presidente de AfD en Turingia. Höcke está clasificado como extremista de derechas, igual que el partido en conjunto en este Estado, lo que permite a la Oficina para la Protección de la Constitución, la agencia de inteligencia alemana, tenerles bajo vigilancia. A escala nacional, AfD está considerada “sospechosa” de radicalismo.

Era cuestión de tiempo que el éxito en los sondeos de AfD se tradujera en una victoria electoral, advierten expertos como Marcel Lewandowsky, de la Universidad de Duisburgo-Essen. Estuvo a punto de suceder en el distrito de Oder-Spree, en Brandeburgo, donde la formación fue derrotada por un estrecho margen, en segunda vuelta y solo después de que el resto de formaciones se unieran para apoyar al candidato socialdemócrata (SPD). “Desde la llamada crisis de los refugiados en 2015, AfD se ha asentado en el sistema de partidos alemán, tanto a nivel federal como estatal, y tiene mucha representación en municipios y regiones”, recuerda este especialista en populismo de derechas.

Lewandowsky recomienda “no sobreestimar el efecto de las políticas del Gobierno” en el voto de protesta del que tanto se habla estos días. “Sí, hay descontento con la coalición, pero el apoyo a AfD se debe sobre todo a la congruencia con las reivindicaciones políticas del partido”, explica a EL PAÍS. Es decir, en muchos casos es un voto por convicción con los postulados de AfD. Estudios recientes demuestran que hay mucha mayor aceptación de actitudes de derecha radical y autoritarias en el este ―donde dos tercios de sus habitantes se muestran insatisfechos con la democracia― que en el oeste del país.

“Un partido único y fuerte”

“Muchas personas en los Estados del este no desean una mayor participación democrática y la salvaguarda de los derechos democráticos básicos, sino la aparente seguridad de un Estado autoritario”, asegura Oliver Decker, director del último estudio de la Universidad de Leipzig sobre actitudes políticas, que se presentó el miércoles pasado en Berlín. El trabajo, que se lleva haciendo 20 años y se basa en 3.500 entrevistas, revela una tendencia a la mentalidad conspirativa, escasa confianza y satisfacción con el sistema político y la creencia de que no tiene sentido implicarse porque el ciudadano carece de influencia. Dos tercios de los alemanes orientales muestran una marcada añoranza de la dictatorial República Democrática de Alemania (RDA). Muchos demandan “un partido único y fuerte que encarne a la comunidad nacional”, según los autores de la investigación.

Los postulados de la extrema derecha encuentran un campo fértil en el este, especialmente en Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia. Más de una cuarta parte expresan hostilidad hacia los extranjeros.

Stefanie Leipold, de 34 años, asegura que no es su caso, que no tiene nada en contra de los extranjeros “que vienen a trabajar y pagar impuestos como el resto de la gente”. A esta empleada en una oficina del centro de Sonneberg, en cambio, le molesta que “vengan a vivir a costa nuestra, o a delinquir”. “Creo que hay demasiados”, añade. La mujer, que aprovecha una pausa para salir a fumar a la calle, apunta a la situación económica, a la inflación, a la falta de vivienda asequible como los motivos que la llevan a votar a AfD. Antes, asegura, había votado al SPD.

Los ánimos están caldeados en Sonneberg después de que el lunes, al día siguiente de las elecciones, se viralizara por redes sociales un vídeo en el que un hombre reparte en una guardería los globos sobrantes de la celebración electoral de AfD. Lleva una camiseta con loas a la Wehrmacht, el ejército nazi, unos pantalones con los colores del Reich (negro, blanco y rojo) y en el coche, una pegatina donde se lee “Agente de deportación voluntario”. AfD asegura que no trabaja para ellos, pero una investigación periodística ha demostrado su vinculación con el partido.

“Que un neonazi, obviamente sin ser invitado, se fije en nuestros pequeños y tenga como objetivo a niños de guardería es una grave infracción”, ha asegurado en Twitter Helmut Holter, ministro de Educación del Estado federal de Turingia. La policía investiga el caso, aunque no ha visto indicios de delito, sino en todo caso de una infracción por alterar el orden público.

“Hay miedo e incertidumbre”, constata Sahin Ali, propietario del restaurante turco Ali Baba. “La gente no sabe si vamos a ir a mejor o a peor. Habrá que esperar”, dice este hombre que emigró en 1980 a Alemania. Él no está especialmente preocupado. Asegura que nunca se ha sentido víctima del racismo y dice comprender a quienes creen que hay demasiados refugiados: “A los alemanes les preocupa lo que les va a costar”, señala mientras prepara dos enormes ensaladas para llevar a una pareja de mediana edad.

El golpe simbólico que ha asestado AfD en esta comarca de Turingia puede ser solo el principio de la progresiva entrada del partido ultraderechista en las administraciones. El año que viene se celebran elecciones regionales en Turingia, Brandeburgo y Sajonia. El éxito de AfD pone en aprietos especialmente a los conservadores de la CDU, que por ahora se mantienen firmes en su rechazo a cualquier colaboración.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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