Al rescate de la infancia robada de Sanaa, la niña violada en el Marruecos profundo
La reacción de una pujante sociedad civil marroquí ha propiciado que se haga justicia a la menor agredida sexualmente durante meses por tres hombres, que recibieron condenas insignificantes en un primer juicio
Sanaa ya sabe abrir un grifo o encender la luz. Aprende las primeras letras mientras comienza su formación profesional en un internado con otras chicas para convertirse en peluquera. “Acaba de cumplir 13 años, pero su mente parece la de una joven de 24. Es madre a la fuerza y tiene que ocuparse de un bebé nacido de la violencia sexual”, asegura Amina Jalid, secretaria general de Insaf, la asociación de ayuda a las mujeres en situación de vulnerabilidad que ha amparado a la menor. Violada por tres hombres durante meses desde los 11 años en una aldea del Marruecos profundo de donde nunca había salido, amenazada de muerte si denunciaba a sus agresores, su embarazo desveló una tragedia rural que ha indignado a todo el país magrebí. En un primer juicio, los violadores recibieron hace un mes una insignificante condena de apenas dos años de cárcel. La desgracia se había cebado con el destino de Sanaa, pero la inédita movilización de la sociedad civil marroquí, que ha emergido con fuerza para que se haga justicia, ha conseguido que un tribunal superior rectifique y castigue con entre 10 y 20 años de prisión a los culpables de haberle robado la infancia.
“Ella había vuelto a sonreír recientemente. Estaba animada hasta que tuvo que volver a enfrentarse cara a cara con sus violadores el jueves en el Tribunal de Apelación de Rabat”, detalla Amina Jalid. “Esta visión despertó sus peores recuerdos y desencadenó un ataque de histeria”, explica la responsable de la asociación humanitaria. Vestida con chaqueta naranja y pantalones azules, Sanaa había llegado cabizbaja y en silencio al Palacio de Justicia de Rabat. “La tensión que se vivía en el tribunal, entre togas negras [decenas de abogados que le ofrecieron asistencia gratuita] y uniformes policiales, la desestabilizó”, relata esta activista social, menuda y en la cincuentena, una de las tres mujeres que mejor han reflejado la reacción de la sociedad civil al rescate de la niña violada en una aldea.
La primera de las tres grandes benefactoras fue Siham Dich, una esteticista de 39 años. Había acudido hace un año al mismo Palacio de Justicia para presentar una demanda cuando vio a una niña que temblaba, con un bebé que apenas podía sostener en brazos. Era Sanaa. “Su mirada perdida me llamó la atención”, recapitulaba tras la publicación en la madrugada del viernes del fallo que endureció las penas de los acusados. “Su familia me relató una historia de pesadilla. Entonces me derrumbé y lloré todas las lágrimas de mis ojos por el terrible destino de esta inocente. ¿Cómo podría criar una niña a su bebé?”, rememora aún escandalizada. “Intenté hablar con la pequeña, pero su mirada se dirigía hacia el vacío: no parecía entender lo que estaba viviendo. Sus padres estaban tan desvalidos que no tenían siquiera la presencia de ánimo para solicitar un abogado de oficio”.
Esta ciudadana de a pie, sin relación con los servicios sociales, visitó a la menor en su aldea para llevarle ayuda. “Vive en una pequeña casa rudimentaria, con sus padres, su abuela y sus cuatro hermanos varones”, describe el hacinamiento de una chabola, en un villorrio de unas pocas casas encajonado en el fondo de un bosque. Su casa, en las cercanías de Tiflet, 65 kilómetros al este de Rabat, se encuentra solo a unas decenas de kilómetros del ultramoderno distrito de Hay Riad de Rabat, donde se alza el flamante Palacio de Justicia de la capital marroquí. En realidad, vive a siglos de distancia del Marruecos de la modernidad.
Siham dio la voz de alerta en las redes sociales. “En cuanto supimos de su situación, fuimos a ver a la familia a la aldea y nos hicimos cargo de la niña y el bebé”, aclara Amina Jalid, la secretaria general de la asociación Insaf, la segunda gran benefactora de Sanaa. Jalid refiere las medidas adoptadas para sacar a la menor de la situación de desamparo: “Inscribimos a la chica en una escuela de segunda oportunidad, para menores sin escolarizar. Ahora vive en una residencia donde convive con alumnas de su edad y solo regresa a su casa el fin de semana”. Jalid cree que Sanaa ha tenido suerte. “Su familia, su abuela en particular, cuida de su hijo mientras ella estudia. En muchos casos, los padres se desentienden de las chicas violadas y de las madres solteras”.
La escritora y socióloga Sumaya Naaman Guessu, que conoció el caso de Sanaa a través de la asociación Insaf, dio el tercer y definitivo aldabonazo que despertó a la opinión pública de su letargo. Su carta abierta al ministro de Justicia, Abdelatif Uahbi, puso ante los ojos de la sociedad civil la crudeza del drama vivido por una niña en el Marruecos profundo. “Señor ministro. Denuncio que ha habido un juicio inadmisible. Un caso escandaloso para una niñita de 11 años abyectamente violada”, rezaba su misiva. “La pequeña estaba paralizada por el miedo a sus torturadores. Por eso guardaba silencio. Ella vivirá toda su vida con una herida abierta. Tendrá que amar a un hijo fruto de la violencia inmunda y que será para siempre un ciudadano considerado ilegítimo”.
Una niña que nunca fue al colegio
Sanaa permanecía a menudo sola mientras su padre pastoreaba ganado o acudía al mercado y su madre trabajaba en el campo. Su familia tenía miedo de que fuera violada de camino al colegio, a más de siete kilómetros de distancia. Por eso nunca fue a la escuela, supuestamente a salvo en la calma pastoral de una pequeña aldea. Tres vecinos, uno de ellos lejano pariente, abusaron de ella durante meses: violaciones en grupo, cada vez más repetidas. Ella estaba aterrorizada por las amenazas. Los agresores se sirvieron de otra niña de edad cercana para averiguar cuándo se quedaba sola. “Si no se hubiese quedado embarazada, aún seguirían violándola”, sostiene Siham Dich, su primera mentora.
¿Cómo pudieron ser condenados a apenas dos años de cárcel en primera instancia por unos hechos tan graves? En Marruecos, la pena mínima por violación es de cinco años, que pueden llegar a sextuplicarse si se trata de una víctima menor y virgen. Los jueces aplicaron con amplia discrecionalidad circunstancias atenuantes tales como “condiciones sociales” de extrema pobreza, “ausencia de antecedentes” o “la excesiva severidad de la pena prevista a la vista de los hechos”. Un estudio elaborado en 2020 por el colectivo feminista Masaktach señala que las condenas por violación en Marruecos no superan los cinco años de cárcel en el 80% de las sentencias en primera instancia.
“Una mayoría social se ha puesto en el lugar de esta niña, a la que nadie parecía ayudar. Hemos visto una explosión de solidaridad popular”, analiza Amina Jalid desde la asociación que cuida de la menor. “La reacción de la justicia, que ha resuelto la revisión del caso con increíble rapidez, es buena muestra de que la movilización ha dado resultado. El presidente del tribunal se negó a aplazar la vista tras la ruptura del ayuno de Ramadán, al caer la noche, y prolongó las deliberaciones durante casi 12 horas”.
En la revisión del primer fallo, el Tribunal de Apelación de Rabat ha condenado a Abdelwahed B., de 29 años, a 20 años de cárcel por los delitos de “sustracción de un menor” y “atentado con violencia contra el pudor”. Durante el proceso, una prueba de ADN estableció su paternidad sobre el hijo de la niña. Karin A., de 36 años, y su sobrino Yusef Z., de 22, también vecinos de la aldea, fueron sentenciados a 10 años de prisión por los mismos cargos. En total, los tres deberán abonar a la víctima una indemnización de 140.000 dirhams (12.500 euros). Sin embargo, el tipo de violación, que figura en el Código Penal marroquí, no está incluido en el fallo en apelación.
La infancia de Sanaa fue violada por tres hombres durante meses. La penosa situación socioeconómica de su familia está detrás de su tragedia. “Debería dejar la aldea para que pueda olvidar lo que pasó e integrarse en la sociedad”, recomienda Jalid. “El Ministerio de la Solidaridad e Integración Social ha prometido ayudas, pero no se han concretado aún. Lo mismo ocurre con el anuncio del Ministerio de Justicia de endurecer las penas a los violadores y limitar la discrecionalidad de los jueces en la aplicación de las circunstancias atenuantes. Nuestra asociación, sin embargo, no va a abandonarla en ningún caso”, garantiza.
Esta activista social observa que ya está en marcha una dinámica para revisar la legislación sobre delitos sexuales, así como la Mudawana o Código de la Familia, reformado por el rey Mohamed VI a comienzos de su mandato, ya próximo a cumplir el cuarto de siglo, y que se ha visto desbordado por la transformación de la sociedad marroquí.
Visiblemente sobrepasado por la magnitud de los acontecimientos, Mohamed, padre de la niña violada, reconocía el jueves en el Palacio de Justicia de Rabat que su familia no esperaba que la primera sentencia fuera tan leve. “Quedamos conmocionados. Mi hija ha sufrido mucho, pero el daño psicológico que aún padece es muy grave”, lamentaba, mientras agradecía el apoyo de las asociaciones que han ofrecido educación y cuidados a la niña, “Nosotros no tenemos medios, pero Alhamdulilá! (gracias a Dios) mucha gente está ahora con nosotros”.
“Yo soy una mujer soltera”, concluye la esteticista Siham, la primera mujer que tendió la mano a la niña violada en una aldea perdida, “así que no podría considerar en Marruecos a Sanaa como mi propia hija”. “Pero ella es una niña inocente y perdida que necesita ser salvada, y me he propuesto ayudarla removiendo el cielo con la tierra”.
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