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Los jóvenes retan a Macron: “Sentimos que hay urgencia en arreglar las cosas, que no hay tiempo de negociar”

Los estudiantes, los últimos que se han sumado a la protesta contra el retraso en la edad de jubilación, explican qué les mueve a salir a la calle

Sacha Coataniec, en la manifestación contra el retraso de las jubilaciones, en Nantes.Foto: JAVIER HERNÁNDEZ | Vídeo: EPV
Antonio Jiménez Barca

Sacha Coatantiec (el apellido es de origen bretón) porta la bandera morada de su sindicato estudiantil, Acción Pirata. Tiene 21 años, melena rizada y va vestido con camiseta negra y chupa de cuero. Estudia Geografía en la universidad y se coloca, junto a varios compañeros, en cabeza de la manifestación de su ciudad, Nantes. Él es el líder y fundador del sindicato, que agrupa a 80 estudiantes. Los jóvenes se han sumado tarde a estas jornadas de protesta (la de este martes 28 ha sido la décima) contra el decreto de Emmanuel Macron que eleva la edad de jubilación, pero ya no hay quien los apee.

Al lado de Sacha se encuentra Dragan Auverty, estudiante de Periodismo. Va con una cámara para hacer fotos y con un casco por si la cosa con la policía se pone fea (que más tarde se pondrá). Se limpia las gafas. Comprueba que lleva líquido para echarse en los ojos contra el escozor de los gases lacrimógenos. Habla de la falta de democracia de Macron por haber aprobado la ley de la jubilación por decreto, de que cada vez confía menos en las instituciones, de la incertidumbre ante un futuro negro. Luego, se queda pensando y añade: “¿Sabe?, lo que sentimos los jóvenes es que todo se acelera, que las crisis se aceleran. Yo he vivido ya muchas. Demasiadas: la de 2008, la pandemia, la guerra, la inflación, la crisis general del planeta. Hay un sentimiento entre nosotros de urgencia, de que hay que arreglar las cosas rápidamente, de que no hay tiempo para negociar”.

La manifestación arranca. Son las 12.00. Según los sindicatos, hay 60.000 personas. Según las autoridades, no llegan a 18.000. Menos, en todo caso, que los 40.000 que marcharon hace cinco días, el jueves 23. Llegan noticias de que en París también ha menguado la afluencia con respecto a la semana pasada.

Al pasar por la sede de la prefectura, varios jóvenes encapuchados, vestidos de negro, los denominados black blocks, de extrema izquierda, se reagrupan, se protegen unos a otros con paraguas, conformando una gigantesca tortuga. Ocultos, pintan las paredes de la prefectura: “Sainte-Soline: el día de la venganza ha llegado”. La pintada hace referencia al enfrentamiento violentísimo entre policías y ecologistas que se desarrolló el sábado en los alrededores del pueblo de Sainte-Soline. Hubo heridos graves por ambas partes. Uno de los ecologistas aún se debate entre la vida y muerte. Una muestra más de la deriva destructiva en la que se ve inmersa Francia.

Sacha habla de precariedad juvenil, del paro, de lo que le espera cuando acabe la carrera. Después, canta con los demás un eslogan que hace mención a la unión entre estudiantes y obreros para fortalecer la protesta. Luego, se incorpora al cántico global contra Macron. El presidente de la República concita todos los odios de esta marcha, todos los reproches, todas las culpas. Hay caricaturas, insultos, consignas y decenas de pancartas alusivas a él. Una de ellas dice, sencillamente: “Manu, chau”. Hay una vieja frase de Víctor Hugo que se ha hecho célebre de repente y que se lleva ahora en muchas pancartas y se reproduce a toda velocidad en las redes sociales. Dice así: “Ayer, erais una muchedumbre. Hoy, sois un pueblo”. Alude a un comentario de Macron, que afirmó hace días que “la muchedumbre no tenía derecho a tomar la calle”.

Estudiantes de la Facultad de Medicina en la manifestación de Nantes, el martes.
Estudiantes de la Facultad de Medicina en la manifestación de Nantes, el martes.Javier Hernández

Hay familias, pero se ven pocos niños porque todos saben que esto va a estallar en un momento u otro. Hay millares de sindicalistas, con el chaleco naranja y rojo de la CGT. Y también se cuentan por miles los estudiantes, muchos vestidos con las batas azules de los médicos o las enfermeras. Por los laterales se deslizan los black blocks, de negro, con sus paraguas y sus mascarillas, se escurren por callejuelas que discurren paralelas a la avenida principal por la que camina el grueso de la marcha. Uno de ellos va recogiendo piedras por el camino. Se las guarda en los bolsillos de la sudadera negra. Otro vuelca contenedores y los coloca a modo de barricadas. Otro se ha subido a un poste y, en medio de una ovación estruendosa, derriba a golpes una cámara que grababa la manifestación.

Tituan Guihd, de 21 años, estudiante de Historia, también del sindicato estudiantil Acción Pirata, los defiende: “No rompen las cosas por romper. Solo van por símbolos capitalistas, como una oficina bancaria o los anuncios publicitarios. Tienen una ideología detrás. No son bárbaros simplemente. Y si se quema un contenedor, bueno, pues tampoco pasa nada. Es peor la violencia que viene del otro lado, la de la policía, que alimenta la otra”.

Los antidisturbios se alinean a ambos lados. Cada vez son más numerosos. Van con cascos oscuros, porras, protecciones en el cuerpo azules y escudos de plástico transparente. Se van reuniendo por pelotones, avanzan a la carrera.

Al lado de una camioneta con un sistema de megafonía, un joven explica a gritos que los derechos nunca se ganaron mediante la ley. “Desde la Revolución Francesa al voto de las mujeres, todo se conquistó en la calle, es aquí donde se ganan esas batallas”. Sacha aplaude. Titouan, también. Al lado, dos black blocks empujan un contenedor vacío lleno de cascos de botellas y lo llevan a una esquina.

A las 14.00, la calle se ha convertido en un campo de batalla. Al fondo, los manifestantes más violentos desafían a los policías lanzándoles piedras, botellas vacías o pequeños cohetes. Los antidisturbios contestan a porrazos, con bombas lacrimógenas. Por la acera pasan seis manifestantes cargando a un herido que tiene la cabeza vendada, la cara llena de sangre y la mirada perdida. Todo se vuelve del color blanquecino y aparece un olor ácido del humo de las bombas lacrimógenas.

Muchos manifestantes se refugian en bares, en tiendas o en portales desde donde, enmudecidos, observan la guerra, grabando todo con el teléfono móvil. Uno de ellos, a la pregunta de por qué toda manifestación en Francia termina en desastre, responde, con una sonrisa: “Está dentro de nuestra cultura, como la baguette”.

Adèle Gratadon, a la izquierda, junto a su amiga Lola Pierre de Ming, portan una pancarta en la que han apuntado todas las protestas históricas de Francia, desde la Revolución Francesa. El texto dice: "No hay nada más legítimo que el pueblo en la calle".
Adèle Gratadon, a la izquierda, junto a su amiga Lola Pierre de Ming, portan una pancarta en la que han apuntado todas las protestas históricas de Francia, desde la Revolución Francesa. El texto dice: "No hay nada más legítimo que el pueblo en la calle". Javier Hernandez

Hay más jóvenes que rodean al grupo de Sacha, situado lejos de los enfrentamientos, un poco a retaguardia. Adèle Gratadon, estudiante de Literatura, sabe perfectamente por qué está ahí: “Lucho porque el Gobierno desprecia a la gente que se manifiesta, porque no escucha. Y también porque, aunque mi jubilación esté lejos, hay que pelear por la de los demás, por la de las generaciones mayores. No se trata de mi jubilación, ni de la de nadie. Se trata de la sociedad en general, de todo”.

Por la tarde, la ciudad se ha convertido en una locura de guerra de guerrillas. Decenas de jóvenes encapuchados llegan a una esquina, apilan en medio de la calzada la basura acumulada en tantos días de huelga, añaden carritos que encuentran en un supermercado cercano y palés hallados no se sabe dónde y prenden fuego a la montaña de desperdicios y de acero que arde como una pira alcanzando casi un piso de altura.

Mientras, al fondo, al lado de una de la hoguera, pasa Sacha y su panda de amigos (ninguno con la cara tapada, ninguno con piedras ni cócteles molotov), llevando lo más alto que pueden la banderita morada de Acción Pirata.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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