Activistas climáticos resisten al desalojo de un pueblo alemán amenazado por una mina de carbón
Las autoridades envían a más de un millar de agentes para expulsar a los manifestantes atrincherados en Lützerath, en el oeste del país, que se ha convertido en el epicentro de la lucha contra la crisis climática
El futuro de un pequeño pueblo del oeste del país, del que apenas quedan en pie una decena de casas y granjas, tiene en vilo a Alemania. Lützerath, en el Estado de Renania del Norte-Westfalia, se ha convertido en el epicentro de la lucha contra la crisis climática y del debate sobre la quema de carbón, una de las fuentes de energía más contaminantes del planeta. Centenares de activistas instalados en cabañas en los árboles, tiendas de campaña o como okupas en las granjas vacías están decididos a resistir el desalojo del pueblo: la empresa que más CO2 emite de Europa, la energética RWE, se dispone a demolerlo para ampliar una gigantesca mina de carbón a cielo abierto.
La operación policial para vaciar el pueblo, con más de un millar de agentes de refuerzo llegados de otros Estados alemanes, ha empezado este miércoles. A primera hora los antidisturbios dieron un ultimátum a los congregados en el campamento cercano: o se iban por las buenas, o les echarían por las malas. Algunos aceptaron la oferta. A otros muchos, que ejercían resistencia pasiva, se los fueron llevando en volandas a lo largo del día. Se produjo algún forcejeo y volaron piedras y material pirotécnico. Según la Policía de Aquisgrán, también les atacaron con cócteles molotov. “Estamos dispuestos a resistir el tiempo que haga falta”, decía con aplomo una joven desde una de las casas a la cámara de la televisión pública.
El gigante energético alemán tenía permiso de las autoridades y de los jueces para empezar la demolición este miércoles, después de haber ido comprando a lo largo de los años los terrenos y las casas de los antiguos vecinos de Lützerath, realojados en otros pueblos de la zona. Pero los activistas no se lo iban a poner fácil a la policía. En los últimos días, centenares de personas han viajado desde otros puntos de Alemania y del extranjero para sumarse a los que ya llevan allí dos años protestando para tratar de impedir o retrasar el desalojo. Están decididos a resistir, como hicieron, con éxito, en 2018 en el bosque de Hambach, que RWE pretendía talar para ampliar otra inmensa mina de carbón.
Pero las cosas son distintas en la Alemania post invasión rusa de Ucrania. La necesidad de abastecerse al margen de los hidrocarburos rusos ha hecho de la seguridad del suministro energético una cuestión prioritaria. Un acuerdo con el Gobierno regional de Renania del Norte-Westfalia, del que forman parte Los Verdes, permite a RWE explotar el lignito que se oculta bajo los terrenos de Lützerath a cambio de cerrar la mina en 2030, ocho años antes de la fecha prevista en la legislación alemana para dejar de quemar carbón. La empresa defiende que esas toneladas son necesarias para el sistema energético alemán; distintos estudios, entre ellos uno del Instituto de Investigación Económica (DIW) de Berlín, aseguran que no.
Los activistas habían convertido el pueblo en una pequeña fortaleza. Habían cavado trincheras de varios metros de profundidad, levantado barricadas con troncos de árboles y vallas y colocado todo tipo de obstáculos para obstruir el paso a los vehículos policiales y a las excavadoras. Después de semanas de protestas pacíficas, en los últimos días se habían producido algunos enfrentamientos, con lanzamientos ocasionales de piedras y botellas, y varias detenciones. La Policía ha asegurado a primera hora de la tarde que, en general, el desalojo está siendo pacífico. Muchas de las cabañas en los árboles ya han sido vaciadas y destruidas, pero en la mayoría de casas y granjas okupadas siguen resistiendo un número indeterminado de activistas. El portavoz policial no desveló el número de detenciones de este miércoles.
Para los manifestantes, demoler un pueblo con 900 años de historia para extraer carbón en 2023 es algo inconcebible, una línea roja que impactaría en el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 grados y mancharía de forma irreversible la reputación de Alemania como pionera en transición energética. El último recurso ante los tribunales le dio la razón a RWE el lunes. Tras conocer la inminencia del desalojo, los activistas se subieron a los tejados de las granjas y se encadenaron a vallas y postes. Algunos se encaramaron a unas estructuras altas hechas con largos palos de bambú.
La inminente confrontación entre ecologistas y autoridades ha puesto al partido verde alemán en una posición extremadamente incómoda en las últimas semanas. Gobierna en coalición con los democristianos en la región de la mina, pero también a escala federal con socialdemócratas y liberales. Robert Habeck, ministro de Economía y Clima y uno de sus líderes más carismáticos, ha sido el encargado de buscar alternativas al gas ruso del que tanta dependencia tenía Alemania antes de la invasión. Y eso le ha obligado a tomar decisiones dolorosas y muy controvertidas para un partido que tiene la agenda climática como mayor prioridad, como la vuelta al carbón.
En medio de la crisis energética, Habeck autorizó la reapertura de centrales ya jubiladas y dio el visto bueno al acuerdo con RWE. “La guerra en Ucrania y la crisis energética están ejerciendo una gran presión sobre el sistema energético europeo”, dijo, con cara de circunstancias, durante la presentación del acuerdo en octubre. Su homóloga regional, Mona Neubaur, también de Los Verdes, ha asegurado que el trato no es el que hubiera querido, pero que no había otro remedio. Y destaca lo positivo, además del compromiso de cierre en 2030: el plan original consistía en demoler otros cinco pueblos más. En sus cánticos los manifestantes les llaman “ministros del carbón”.
Los activistas, que confiaban en que la entrada en el Gobierno federal de Los Verdes hace un año podría salvar los pueblos de la zona, dirigen ahora sus invectivas al partido de Habeck. Ven el acuerdo como una traición al movimiento ecologista. “Los Verdes se han rendido ante RWE; los activistas no lo haremos”, sentenció Luisa Neubauer, la activista medioambiental más conocida de Alemania, en su última visita a Lützerath.
El pueblo es el emblema de la lucha contra el carbón desde 2013, cuando un tribunal declaró que la ampliación de Garzweiler, una mina que actualmente ocupa 48 kilómetros cuadrados, era de interés general. Poco a poco se ha ido tragando varios pueblos de los alrededores, incluidos Immerath (1.200 habitantes) y la que fue su iglesia, de finales del siglo XIX, desacralizada en 2013 y demolida para pasmo internacional hace cinco años. A finales del año pasado la ampliación de la mina se llevó por delante un parque eólico.
El desalojo se puede prolongar durante días. A los activistas les interesa retrasarlo lo más posible: a finales de febrero acaba la temporada de desbroce y no se podría retomar la tala hasta el otoño. Es posible que la batalla entre los uniformes negros de la policía y los trajes blancos que llevan muchos de los activistas se prolongue. Los cánticos de “Lützerath se queda” seguirán oyéndose al menos hasta el fin de semana. El sábado está convocada una manifestación a la que está previsto que acuda la famosa activista sueca Greta Thunberg.
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