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La guerra pone a los magnates de Rusia en la diana del Kremlin

Los millonarios que han mostrado dudas sobre la ofensiva en Ucrania se enfrentan a campañas de desprestigio de medios afines al Gobierno y a la expropiación de sus activos

Vladimir Putin Kremlin
Reunión convocada por el presidente ruso con representantes de los círculos empresariales en el Kremlin, en Moscú, el 24 de febrero, el día en que comenzó la invasión de Ucrania.
Javier G. Cuesta

El colapso de la URSS enriqueció en los noventa a los nuevos rusos, los grandes ganadores del reparto de las inmensas riquezas del país durante el proceso de privatización de las empresas nacionales y los recursos. La guerra de Ucrania pavimenta ahora el camino para dividir la tarta de nuevo entre los círculos más leales al Kremlin. En el entorno del presidente ruso, Vladímir Putin, se libra hoy una lucha subrepticia por los negocios de algunas grandes fortunas que han mostrado sus dudas sobre la ofensiva militar. Tras dos décadas de convivencia con el sistema de Putin, el tablero ha cambiado radicalmente para los magnates rusos, que se enfrentan a la doble pinza de campañas de desprestigio de medios afines al Gobierno y a la expropiación de sus activos.

“Los comentarios constantes sobre la nacionalización de las compañías y la continua presión sobre los propietarios han situado a estos entre el yunque y el martillo”, asegura una fuente próxima a este círculo de empresarios. Hay varios casos. Oleg Tinkov (Polisayevo, 54 años) es el más conocido desde que en mayo se viese obligado a vender su banco a precio de saldo tras haber criticado duramente la guerra. Este banquero vivía fuera de Rusia y era una figura independiente, pero la cercanía al Kremlin tampoco ha servido de protección a otros magnates.

Oleg Deripaska (Dzerzhinsk, 54 años), fundador de la mayor metalúrgica de aluminio del mundo, Rusal, afirmó en verano que la guerra “es un error colosal” y ahora la prensa clama por la nacionalización de sus empresas. El aviso llegó en septiembre, cuando las autoridades abrieron varios procesos para expropiarle unos 1.000 millones de euros en activos.

Putin convocó el día que lanzó la guerra a 37 jefes de empresas estatales y otros negocios privados para advertirles de que la cruzada en Ucrania les pasaría factura y para hacerse una foto con ellos. Entre otros, acudió al encuentro el director general de Yandex, el Google ruso. Tigrán Judaverdián acabó renunciando al cargo tras ser sancionado por Europa y Yandex ha caído en la órbita del Kremlin tras ser despiezada.

Ultranacionalistas contra ‘liberales’

El presidente ruso había sido hasta ahora la clave de bóveda que mantenía cohesionadas a las distintas facciones cercanas al poder, incluidos los ultranacionalistas y los llamados de forma peyorativa como los liberales —los empresarios más inclinados a hacer dinero con Occidente y olvidarse de enfrentamientos—, pero la guerra ha hecho temblar este castillo de naipes. “Dado el auge de los ultranacionalistas, es posible que esto sea solo el comienzo”, dice la misma fuente, que además lamenta que “las sanciones occidentales han empujado a las compañías rusas a las manos de aquellos que durante mucho tiempo han anhelado devorarlas”.

El castigo occidental ha alcanzado también al multimillonario Mijaíl Fridman (Lvov, 58 años), antiguo dueño de los supermercados Dia a través de LetterOne, pese a que publicó una carta en marzo en la que denunciaba que “esta crisis va a costar vidas”. “Solo me puedo unir a aquellos con un ferviente deseo de que pare este baño de sangre”, dijo el también cofundador de Alfa Bank, que intentó evitar las sanciones al traspasar su participación en LetterOne a otro oligarca de perfil bajo y libre de restricciones, Andréi Kosogov. Fridman, que recientemente ofreció 1.000 millones de dólares a Ucrania, fue detenido el pasado 1 de diciembre en su mansión de Londres por cometer varios supuestos delitos, incluido el blanqueo de dinero, según la agencia rusa Tass.

Enfrentados con los medios y la justicia

Deripaska hizo su fortuna en los noventa con apenas 25 años gracias a la exportación de metales. En 2018 se vio obligado a ceder el control de Rusal tras haber sido sancionado por la administración Trump junto a otros empresarios rusos “por haber actuado directa o indirectamente en nombre de un alto funcionario de Rusia” y “operar en el sector energético ruso”, lo que para Washington, reafirmado entonces en su proteccionismo comercial, habría tenido “un rol clave para facilitar las actividades malignas del Kremlin en todo el mundo”. Además, el Departamento del Tesoro le acusó de haber extorsionado en el pasado a sus rivales. Deripaska demandó al Departamento de Estado por considerar que se había vulnerado su derecho a un juicio justo al sancionarle, y ha negado numerosas veces las afirmaciones sobre su pasado al recalcar que no han sido nunca corroboradas. Y ahora, la justicia rusa ha caído sobre él tras sus declaraciones del verano.

Esta misma semana, los tribunales han rechazado la apelación de Deripaska en uno de los procesos abiertos en su contra por la Fiscalía por el caso Marina, por el cual han anulado los contratos que desarrollaba en Sirius, una ciudad del mar Negro que goza de un estatus federal propio y es un foco de negocios de la élite rusa, y le han incautado sus activos. En concreto, bloques de apartamentos, hoteles y una zona de yates. La Fiscalía interpuso la demanda el 9 de septiembre y el tribunal dictó sentencia el 15. Según el fallo, la empresa de Deripaska no remodeló el puerto de acuerdo a lo previsto. El juicio, acometido a toda velocidad, se celebró justo después de sus críticas abiertas a la guerra.

El gran rival de Deripaska, Vladímir Potanin, el segundo hombre más rico de Rusia, ha aprovechado su posición de debilidad para sugerir que Rusal debería fusionarse con su gigante de la metalurgia, Nornickel, con el fin de blindarse ante posibles sanciones.

Además, la campaña mediática en contra de estos magnates se ha intensificado con los reveses de la guerra. “Se les acusa de traición, de participar en intrigas en nombre de gobiernos extranjeros y de apoyar a artistas que se oponen a la guerra”, denuncian en el entorno de estos empresarios.

Uno de los principales líderes de la propaganda estatal rusa, el presentador Vladímir Soloviov, ha criticado a los grandes negocios por no apoyar la cruzada en Ucrania; y el veterano diario Moskovski Komsomolets, fundado en 1919, publicó en noviembre un análisis bajo el título: Rusia necesita la nacionalización de las industrias estratégicas. “El país se pregunta por qué tenemos compañías clave en manos de comerciantes privados que se benefician de la guerra. Aumentaron un 300% los precios de los uniformes tras el anuncio de la movilización”, denunciaba el periódico.

El empresario ultranacionalista Konstantín Maloféyev ha sido acusado por Ucrania de haber financiado los grupos paramilitares que provocaron la guerra de Donbás en 2014. Su holding mediático Tsargrad (Constantinopla, en lenguas eslavas) ha puesto en el punto de mira a los liberales. “Estos antiguerreros de Rusia nos empujan a la paz con Kiev y Occidente a cualquier precio (…) y traicionan la memoria de quienes han dado sus vidas. ¿Quiénes son y a qué se dedican?”, arrancaba uno de sus innumerables reportajes donde señalaba a estos empresarios.

Esta ofensiva contra los magnates también se libra en las redes sociales. Los 10 principales oligarcas rusos cuyas propiedades podrían ser nacionalizadas, publicaba junto a una lista con el dinero que podrían aportar al país el canal de la aplicación de mensajería Telegram Informes de las milicias de Novorrosiya, que cuenta con más de 297.000 suscriptores. El mismo medio ha acusado a los oligarcas rusos de estar confabulados con los ucranios.

“¿Cuántos tanques compró Deripaska? ¿Cuántos helicópteros Potanin? Al diablo con su ayuda al país donde estos tipos hicieron su botín. ¿Cuántos sistemas de comunicaciones Abramóvich?”, se preguntaba a su vez el canal Voz deMordor (182.000 seguidores).

Mientras las grandes fortunas rusas intentan amoldarse al nuevo escenario, la economía nacional se está transformando progresivamente en una economía de guerra. “Es un estancamiento insostenible”, denuncia un análisis reciente del think tank Re : Russia, patrocinado por la fundación de Dmitri Zimin, el primer empresario que llevó a la Bolsa de Nueva York una firma rusa, la compañía de telecomunicaciones Vimpelcom.

Según un estudio de esta organización, la economía rusa ha logrado frenar su hundimiento total por ahora “gracias al aumento de la producción para las necesidades de la guerra y la sustitución de importaciones en una regresión tecnológica”. Es decir, por el reemplazo de bienes y equipos por análogos nacionales de peor calidad y precio. Según el think tank, este estancamiento es insostenible a largo plazo porque la economía de consumo se ha desplomado y la industria apenas sobrevive debido a los suministros que debe proveer para la movilización masiva decretada por Putin: ropa, transportes y equipos ópticos y electrónicos “destinados a la destrucción de la infraestructura ucrania”.

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