El mayor aeropuerto de París despide al huésped que acogió durante 18 años e inspiró a Spielberg ‘La Terminal’
El iraní Mehran Karimi Nasseri, que vivió en Charles de Gaulle entre 1988 y 2006, murió el sábado. Los empleados del aeródromo aún lo recuerdan
Era conocido como el “refugiado iraní de Roissy” y su historia dio la vuelta al mundo hasta convertirse en fuente de inspiración para la película La Terminal, dirigida por Steven Spielberg. Mehran Karimi Nasseri, que vivió durante 18 años en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, murió el sábado en la terminal 2F de ese mismo lugar.
Nasseri hizo de un banco rojo pegado a una ventana su morada. Entre los anuncios de vuelos y el vaivén de los pasajeros, se le veía sentado, leyendo el periódico, fumando una pipa, escribiendo o escuchando la radio. El rincón donde pasaba sus días, en la terminal 1, tenía también una mesa redonda y una silla. Le rodeaban varias cajas de cartón con sus pertenencias, algunas en bolsas de plástico sobre un carrito.
La particularidad de su historia atrajo a periodistas de todo el mundo, a los que respondía tranquilamente en inglés. Le hicieron documentales, películas e incluso una ópera. Pero su historia, que también plasmó en una autobiografía en 2004, era mucho más trágica.
Llegó a la zona de tránsito del aeropuerto, una zona pública, sin saber que permanecería ahí casi dos décadas por un limbo jurídico y diplomático. Flaco y de pelo negro, nació en 1945 en la ciudad iraní de Masjed Soleyman, en una región petrolera en el oeste del país, según constaba en sus documentos de asilo. Pero algunas veces dijo que era de Florida. Otras, de Suecia, según recogió el diario francés Libération en un perfil de 2004. La historia precisa de su vida fue variando a medida que pasaron los años. Su morada, en cambio, siguió siendo la misma.
Nasseri, que se hacía llamar Sir Alfred, vivió en el aeropuerto de 1988 hasta 2006, en un primer momento por carecer de papeles y después por supuesta decisión propia. Algunos dicen que fue víctima de un complicado sistema legal. Otros que fue responsable de su destino. Según recogen los múltiples artículos publicados en la prensa local e internacional, salió de Irán para estudiar en el Reino Unido en los setenta tras la muerte de su padre. Su madre era una enfermera británica a la que trató de encontrar durante su periplo.
Cuando regresó a su país, las autoridades lo encarcelaron por protestar contra el sah Mohamed Reza Pahlavi y lo expulsaron sin pasaporte, según contó. Los años siguientes lo llevaron por varios países hasta que obtuvo finalmente el estatuto de refugiado en Bélgica. Pero entonces perdió —o devolvió, según otras versiones— los preciados documentos.
Terminó entonces bloqueado en el aeropuerto de París, donde creó una red de complicidades entre los trabajadores. “Lo conocí hace unos 30 años. Estaba totalmente adaptado al lugar, todo el mundo lo toleraba, a veces hablábamos cinco minutos con él”, cuenta a EL PAÍS Annick Bricou, una agente de escala de Air France de 62 años, que trabajó como empleada del aeropuerto.
“El hombre de ninguna parte”
En 1990, Nasseri declaró a una televisión: “Tener una nacionalidad sin ser reconocido por su país es muy doloroso”, según una recopilación de reportajes televisivos del Instituto Nacional del Audiovisual (INA) francés. “Pertenecer a una nación es tener una razón de vida, es pertenecer a una sociedad, a una comunidad”, agregó.
Dos años más tarde, seguía ahí. Era parte del lugar. En ese momento recordó su difícil situación, que le hacía estar “constantemente estresado”.
Nasseri comía en el restaurante McDonald ‘s de la terminal y usaba los baños para limpiarse y afeitarse. El doctor Philippe Barguain, entonces jefe del servicio de urgencias del aeropuerto, velaba por su salud. “Alfred era el hombre de ninguna parte. Así que teníamos que encontrar algo para él, teníamos que darle una identidad. No estaba ni vivo ni muerto, estaba ausente”, señaló en 1992, según videos recogidos por el INA.
También era acompañado por el abogado francés Christian Bourguet, que trató desesperadamente de reconstruir su trayectoria para que volviera a obtener papeles. Cuando finalmente los recibió en 1999, ya era demasiado tarde. Nasseri dudó, no sabía si abandonar el aeropuerto y supuestamente rechazó firmarlos. Se quedó en el aeropuerto varios años más, hasta ser hospitalizado en 2006.
Posteriormente, vivió en un centro de acogida de París. Pero en septiembre de 2022, regresó al aeropuerto, según la agencia France Presse y varios empleados del recinto. En la terminal 2F, casi todos han escuchado hablar de él. Algunos lo conocieron en sus últimos días.
“Me acuerdo de que reflexionábamos con la Cruz Roja sobre qué podíamos hacer. La idea era encontrarle un lugar en una residencia de ancianos, pero parecía que no quería”, cuenta un empleado del servicio religioso de la terminal 2F, que prefiere no dar su nombre. Nasseri, según cuenta, estaba en un estado muy delicado. Apenas podía hablar.
Coincide un agente de seguridad que lo trató en las últimas semanas. “No decía ya ni hola, tenía los pies muy muy inflados, no cerraban sus zapatos. Se veía que estaba en fase final”, asegura bajo condición de anonimato.
Tras su muerte el sábado, los empleados del aeropuerto recibieron un correo en el que se informaba de su fallecimiento. El mensaje les recordaba su historia y el texto estaba acompañado de una imagen de la película de Spielberg, con la foto del actor Tom Hanks.
En la planta baja de la terminal, un banco con cuatro asientos aún está acordonado. Sin flores ni fotos. Su presencia mediática se había desvanecido. Hasta hoy.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.