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Cuando los políticos eligen a sus votantes, y no al revés: así funciona el ‘gerrymandering’ en Estados Unidos

El rediseño partidista de los distritos electorales mutila la representación de las minorías. El condado tejano de Fort Bend, el más diverso de Estados Unidos, es uno de los ejemplos más extremos

El congresista republicano Troy Nehls, representante del distrito 22 de Texas, el pasado 15 de junio en Washington, donde dio una conferencia de prensa para criticar el trabajo de la comisión que investiga el asalto al Capitolio.
El congresista republicano Troy Nehls, representante del distrito 22 de Texas, el pasado 15 de junio en Washington, donde dio una conferencia de prensa para criticar el trabajo de la comisión que investiga el asalto al Capitolio.Kevin Dietsch (Getty Images)
Iker Seisdedos

El recién creado distrito electoral TX-22, que rodea Houston por el oeste y por el sur, solo existe en la cabeza de los legisladores republicanos que lo dibujaron. En las tres dimensiones, resulta de mezclar casi todo el condado de Fort Bend, un lugar diverso y dinámico, con otros dos de mayoría blanca y la décima parte de población: Wharton y Matagorda. La demarcación imaginaria, que completa por el este un trozo de Brazoria, presenta una forma abierta a interpretaciones, pero que podría asemejarse a la de un revólver cuyo cañón hubieran recortado.

Aunque quienes lo diseñaron han recortado en realidad otra cosa: el poder de las minorías que han convertido en los últimos años a Fort Bend en la comunidad más multirracial del país y en un verdadero experimento demográfico. La población del condado se divide en partes casi iguales en cuatro: blancos (que hace solo tres décadas representaban el 70%), negros, asiáticos y latinos. Con el nuevo mapa, el distrito electoral queda, tras mover sus fronteras, así: los blancos (que en Texas suelen votar republicano) son mayoría, con un 54%, y hay un 23% de hispanos, un 11% de afroamericanos y un 10% de asiáticos. De esa manera, será casi imposible que ningún miembro de los tres últimos grupos salga elegido en los próximos 10 años para la Cámara de Representantes. La primera consecuencia se dejará sentir en las legislativas del próximo martes; todo indica que el exsheriff republicano Troy Nehls, autor de un libro en el que defiende la teoría, que se ha demostrado falsa, de que a Donald Trump le robaron las elecciones de 2020, renovará su cargo de congresista en Washington.

El TX-22 es uno de los ejemplos más extremos de gerrymandering, una práctica genuinamente estadounidense poco democrática que llevan décadas perfeccionando en Texas. El punto de partida es noble. Cada 10 años se actualiza el censo estadounidense, y cuando eso sucede, se redistribuyen los 435 escaños del Congreso federal, una cantidad finita que quedó congelada en 1929 y que se ha quedado a todas luces corta para representar a los casi 332 millones de habitantes de Estados Unidos. Los Estados que ganan población crecen en asientos, y viceversa.

En el censo de 2020, seis Estados perdieron uno de sus asientos, y otros cinco aumentaron su representación. El único que sumó dos fue Texas (hasta 38), porque en 10 años ganó cuatro millones de residentes. Y dentro del Estado de la Estrella Solitaria, destaca el estirón de Fort Bend. Quienes se mudan aquí valoran las oportunidades de trabajo, la benigna meteorología, la calidad de las escuelas y de los hospitales, el relativamente bajo precio de la tierra y un espacio para construir que la desregulación inmobiliaria hace parecer infinito.

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Cynthia Ginyard, jefa del Partido Demócrata de Fort Bend en el cuartel general de Sugar Land, la principal ciudad del condado de Fort Bend.
Cynthia Ginyard, jefa del Partido Demócrata de Fort Bend en el cuartel general de Sugar Land, la principal ciudad del condado de Fort Bend.Iker Seisdedos García

El 95% de esos nuevos tejanos pertenece a una minoría racial, pero el nuevo mapa se saca de la manga tres distritos donde los blancos son mayoría. “Es la perpetuación de un sistema injusto a expensas de las comunidades que están impulsando el crecimiento económico y poblacional del Estado”, dice Yurij Rudensky, abogado de la organización no partidista Brennan Center for Justice.

El dibujo de los mapas electorales se hace a todos los niveles de gobierno: nacional, estatal, regional y local. En algunos Estados, como California o Míchigan, la encargada de ese proceso es una comisión independiente, pero en la mayoría son los partidos que dominan las Cámaras estatales o los condados los que los dibujan para favorecer sus intereses. En el caso de Texas, ese partido es el republicano desde hace dos décadas, en parte porque para eso sirve todo esto: para perpetuarse en el poder. Los demócratas también han demostrado una sólida afición por el gerrymandering en lugares como Nueva York, donde sus últimos diseños acabaron desafiados en los tribunales.

“Esta práctica perversa permite a los políticos escoger a sus electores, y no al revés”, resumió gráficamente esta semana en una conversación con EL PAÍS Jamie Raskin (Maryland), uno de los congresistas demócratas más carismáticos de Washington. No es ese su único efecto perverso: el gerrymandering también silencia la voz de millones de estadounidenses y, en otro círculo vicioso, los desincentiva a implicarse políticamente porque no se reconocen en sus representantes. Por último, abona los extremismos. Cuando desaparece la competencia, se esfuma también la necesidad de asumir compromisos para buscar consensos.

Tras su rediseño, el mapa de Texas ha quedado dividido en distritos que cumplen con las normas cuantitativas, pero, o bien adquieren formas imposibles, como el 15, que es un largo pasillo de tierra de norte a sur, o bien rebanan unidades lógicas de convivencia como una ciudad. Es el caso de Denton, cerca de Dallas, cuya población ha quedado repartida en dos. Quedarse mirando un rato ese mapa de colores recuerda a aquel juego infantil que consiste en adivinar qué formas de animales imitan las nubes.

Carteles de los candidatos a las elecciones del próximo martes en el condado de Fort Bend.
Carteles de los candidatos a las elecciones del próximo martes en el condado de Fort Bend.Iker Seisdedos García

En Fort Bend, además de frustrar las aspiraciones de las minorías, la operación también ha mutilado las opciones del Partido Demócrata. La psicóloga infantil Jennifer Cantú, activista contra el gerrymandering en sus ratos libres, mostró el miércoles pasado en una taquería de Rosenberg, uno de los núcleos urbanos del condado, una aplicación que permite comprobar el antes y el después. Con el último mapa del TX-22 dibujado en 2010, Donald Trump consiguió el 49,7% de los votos en 2020, frente al 48,8% de Joe Biden. Con el nuevo, la diferencia sería de 57,3% a 41,2%.

“En 2018 [los republicanos] vieron que logramos algunas victorias importantes. Pensaron que era una casualidad. Dos años después se dieron cuenta de que no lo era y entonces echaron mano de todas estas tácticas de supresión de voto”, dijo Cynthia Ginyard, jefa del Partido Demócrata de Fort Bend. Mary Charles, simpatizante latina del Partido Republicano, cuya organización local no respondió a los mensajes de este diario, explicó a las puertas de un colegio electoral que “los dos partidos son culpables [del gerrymandering]”, y que los demócratas “mejor harían dejándose de excusas”. “Perderán las elecciones, pero no por eso, sino por el desastre de [Joe] Biden”. Ginyard, por su parte, admitió que “en el muy improbable caso” de que su partido lograra el control de las cámaras estatales también practicaría el gerrymandering. “Aunque lo haríamos más humanamente. Esos tipos son despiadados”.

Lo que más irrita a Cantú es que “Fort Bend tiene suficiente población para haberse constituido como un distrito electoral”. La ley exige que el diseño no discrimine a las minorías, que sea geográficamente compacto, que se pueda caminar de una punta a otra y que respete las “comunidades de interés”. “Esto último casi nunca lo cumplen”, añadió la activista, que considera que el gerrymandering “va más allá del juego político”. “Afecta a la vida de las personas. Influye en cosas como que funcionen las farolas de tu calle o lo lejos que quedará el hospital de tu casa. Si tus representantes te dan por ganado, no se preocuparán de tenerte contento. Podrán dedicarse a chuparse el pulgar sin que peligre su puesto”.

Juli Mathew, jueza del condado en Fort Bend, se presenta para su reelección. En 2018, se convirtió en la primera mujer jueza india en Estados Unidos.
Juli Mathew, jueza del condado en Fort Bend, se presenta para su reelección. En 2018, se convirtió en la primera mujer jueza india en Estados Unidos.Iker Seisdedos García

Después de comer, Cantú condujo su coche hasta el parking de un colegio electoral para mostrar los efectos del gerrymandering en directo. Iba en busca de dos de los pocos candidatos que pertenecen a una minoría entre las decenas que concurren en estas elecciones. Juli Mathew busca su renovación como juez del condado tras convertirse en 2018 en la primera india en lograrlo en Estados Unidos (confía en sus posibiliddes: cree que “muchas republicanas cambiarán el sentido de su voto la sentencia del aborto”). Stephen Longoria, por su parte, es el único latino que se presenta por el Partido Demócrata (de nuevo, en la carrera judicial). Allí también estaba Eugene Howard, presidente de la rama local de la NAACP, organización centenaria que defiende a la comunidad negra. Aseguró que “los blancos quieren convertir Fort Bend en Sudáfrica 2.0; un lugar en el que el 40% domina al 60%”. “Están preocupados por si, cuando seamos mayoría, pensamos hacer con ellos lo que hicieron con nosotros”, añadió.

Lo cierto es que el gerrymandering, que es casi tan viejo como el experimento estadounidense, estaba ahí mucho antes de que llegara la diversidad. El subterfugio se bautizó a partir de Elbridge Gerry (1744-1814), quinto vicepresidente de Estados Unidos. Para favorecer a un amigo, dibujó un distrito con forma de salamandra (y de ahí la segunda parte del neologismo). “Estudiando el fenómeno llegué a la conclusión de que ya lo usaron los griegos”, contó Lydia Ozuna el jueves en su casa de un tranquilo suburbio de Katy, en el extremo norte de TX-22. Fundó en 2017 Texans Against Gerrymandering, que lucha contra los efectos del diseño partidista. “En el Estado tenemos un largo historial de discriminación de los hispanos. Cuando yo era chiquita”, recordó, a sus 74 años, “vivíamos segregados. Y ahora estos mapas nos quitan otra vez nuestra voz. Mi papá solía decir que no importa de qué partido sean los políticos: el resultado siempre va a ser el mismo para nosotros. Y hace poco escuché a una activista joven contar que cuando le preguntan si los latinos son demócratas o republicanos, siempre responde: ‘Ni una cosa ni la otra: lo que son es pobres’. Cuando tienes que compaginar dos o tres trabajos para vivir es difícil implicarse políticamente”.

Ozuna había preparado un dosier que cuenta la historia de Texas desde los años noventa del siglo pasado a través del gerrymandering. Es una historia que se repite: cada vez que cambia la década, se presentan los mapas y llueven las querellas. “El trabajo de una organización como la nuestra empieza realmente ahora”, dijo.

Los últimos no son una excepción; también han acabado en los tribunales con casi una docena de demandas. Aunque ya es demasiado tarde para las elecciones legislativas a punto de celebrarse, que definirán la agenda y el resto de la legislatura del presidente de Joe Biden. “La sentencia puede tardar uno, dos años, o no estar resuelta para cuando llegue el próximo censo, es de locos”, explicó la abogada Deborah Chen, una de las querellantes. Suman 27, entre entidades y particulares.

Chen es miembro de la comunidad de AAPI (siglas en inglés que agrupan a los ciudadanos asiáticos americanos y procedentes de las Islas del Pacífico), y atendió a EL PAÍS en una oficina de Chinatown, al sur de Houston. “En Fort Bend representamos algo más del 20% de la población, pero nos han borrado. En las elecciones de 2020 acariciamos la posibilidad de mandar a uno de los nuestros a Washington [Sri Kulkarni, de origen indio, que perdió por siete puntos frente a Nehls]. Todo apuntaba a que ese sorpasso llegaría, pero ha quedado invalidado por completo tras la redistribución de los distritos”. Lo que han hecho con los suyos es una mezcla de las dos tretas más habituales del gerrymandering: desgajarlos del distrito en el que estaban (cracking) y empaquetarlos en otros dos (packing), donde sus votos quedan amortizados en entornos demócratas que dan por perdidos.

Más allá de pelear en los tribunales, la solución al problema pasaría por dejar el trabajo a comisiones independientes. “Ese es el objetivo, lograr que los mapas no los diseñen personas cuyo sustento dependa de cómo se dibujen”, afirmó Ozuna. El congresista Raskin, por su parte, recordó que los demócratas introdujeron una norma electoral, la H.R. 1, que bautizaron For the People Act (La ley para el Pueblo), que prohíbe el gerrymandering. Ha sido aprobada dos veces en el Congreso, y las dos veces se estrelló en el Senado contra el muro republicano.

En las elecciones del martes se renuevan la Cámara Baja al completo y un tercio de la Alta. Las encuestas indican que, como mínimo, los demócratas perderán la primera, y que el congresista californiano Kevin McCarthy sustituirá a Nancy Pelosi en su presidencia. McCarthy ha criticado duramente en Fox News el gerrymandering demócrata en Nueva York, pero nadie espera que le conceda una nueva oportunidad a la H.R. 1.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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