La alquimia fiscal acaba en vodevil
La única lección positiva que cabe extraer de esta crisis es que ningún gobernante debería recurrir a fábulas tributarias para auparse o mantenerse en el poder
Medir en días ―exactamente 45― el mandato de una gobernante elegida por su propio partido para tratar de enderezar el rumbo tras un periodo errático da una idea bastante elocuente de la excepcionalidad por la que atraviesa el Reino Unido. Liz Truss fue el arreglo que los tories consideraron más adecuado para aplacar las turbulencias que caracterizaron la última etapa del Gobierno de Boris Johnson. Abochornados por el histrionismo de ese dirigente, los conservadores británicos decidieron darle las riendas del país a una dirigente votada en primarias por poco más de 81.000 afiliados. La hasta entonces ministra de Exteriores respondió proclamando al mundo las claves de su pócima secreta para revivir al país: una bajada histórica de impuestos combinada con una notable inyección de gasto que aliviara la factura energética de hogares y empresas. Los mercados respondieron de forma implacable a esa cuadratura del círculo. La sacudida alarmó al partido, que empezó a maniobrar para improvisar un recambio.
La única lección positiva que cabe extraer de este vodevil británico es que la alquimia fiscal resulta irresponsable. Ningún gobernante debería recurrir a las fábulas tributarias —por ejemplo, que rebajar impuestos en un momento de máxima incertidumbre internacional es compatible con aumentar el gasto público y sostenible a medio plazo― para auparse o mantenerse en el poder. Pero la gravedad del marco general británico ensombrece cualquier conclusión esperanzadora. Porque el problema del Reino Unido supera, con creces, la parte más visible que inunda estos días la prensa europea. Apunta a la descomposición en que puede adentrarse incluso la democracia más sólida del mundo si decide entregarse al populismo. Eso fue el Brexit: la voluntad de romper una arquitectura compleja y poco glamurosa ―pero legitimada por la historia, las urnas y los parlamentos― para tratar de recuperar la gloria de un pasado imperial imposible de resucitar. Ojalá sirviera de vacuna contra los excesos políticos en otros territorios vecinos.
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