La ultraderecha sueca huele el poder
Demócratas de Suecia se convierte en la segunda fuerza parlamentaria del país escandinavo y reclama “un papel central” en el futuro Gobierno
El día que Jimmie Akesson se hizo con las riendas de Demócratas de Suecia (DS) con tan solo 26 años, el partido era un nido de neonazis con un discurso profundamente xenófobo que había obtenido poco más del 1% de los votos en las últimas elecciones parlamentarias. Tras 17 años en el cargo, Akesson lidera hoy una de las formaciones de ultraderecha más poderosas de toda la Unión Europea. Tras los comicios de este domingo en el país escandinavo, DS se ha convertido en la segunda fuerza política (con el 20% de los sufragios), y la primera del bloque de la derecha.
Los resultados definitivos no estarán antes del miércoles. Lo ajustado de la votación (con el 95% escrutado el bloque de derechas suma 175 diputados frente a los 174 del bloque de izquierdas) deja el reparto final en el aire hasta que se conozca el voto de los suecos expatriados, de quienes cambiaron de colegio electoral en la jornada del domingo para evitar las largas colas en algunos centros, y de algunos de los que votaron anticipadamente. A pesar de ese resultado abierto, y de que el Partido Socialdemócrata ha sido claramente la formación con más apoyos, el líder de la ultraderecha es quien acapara todos los focos. El sorpasso de DS al Partido Moderado (conservadores), hasta ahora la fuerza mayoritaria de ese espectro ideológico, y la victoria provisional del bloque de derecha frente al de izquierda por un solo diputado otorgan a Akesson un claro poder de decisión sobre el futuro del país nórdico.
De constitución fuerte y barba impecable, Akesson cultiva la imagen de un sueco corriente, alejado del toque formal e intelectual que suele caracterizar a los líderes de la derecha tradicional sueca. Divorciado y exmilitante moderado, abandonó sus estudios universitarios para dedicarse de lleno a la formación ultraderechista. Desde el primer momento al frente de DS, trató de ofrecer un perfil menos radical. Cambió el logo del partido: de una antorcha con una bandera de Suecia que emulaba al Frente Nacional del Reino Unido, a una flor azul y amarilla. Expulsó de la formación a todos los miembros que habían alardeado de su ideología neonazi, y centró su discurso en un rechazo frontal a la inmigración, pero evitando el discurso xenófobo que había caracterizado durante años al partido.
Aun así, esa transformación parece más superficial que real. Un informe publicado a finales de agosto por el centro de estudios sueco Acta Publica señala que 214 candidatos de DS —además de parlamentarias, también se celebraron comicios regionales y locales— tenían vínculos con organizaciones neonazis o habían sido condenados por delitos de odio. Y en plena campaña electoral, un miembro del partido envió una invitación a 30 compañeros para conmemorar el 83º aniversario de la invasión nazi de Polonia.
En 2006, en las primeras elecciones parlamentarias con Akesson al frente, el partido duplicó sus votos, aunque todavía quedó lejos del 4% de sufragios necesarios para acceder al Parlamento. Comenzó a ganar terreno en la provincia de Escania, en el sur del país, donde la proporción de población extranjera era bastante superior a la del resto del país. Su discurso se basaba en vincular la llegada de refugiados con la criminalidad y el aumento del desempleo. El resto de partidos de derecha criticaban sus propuestas y las tildaban de racistas.
Su primer gran éxito llegó en 2010. Tras obtener algo más de 5% de los sufragios, la ultraderecha sueca entró en el Parlamento por primera vez. Era una formación marginada, ningún otro partido quería mantener ningún vínculo con ellos. En los años siguientes, DS aumentó exponencialmente su cifra de afiliados, y en 2014 se convirtió ya en la tercera fuerza parlamentaria. Tras la crisis de refugiados que vivió Europa en 2015, durante la que se asentaron en Suecia más de 160.000 personas —principalmente, sirios, iraquíes y afganos— el rechazo a la llegada de población extranjera dejó de ser un asunto exclusivo de la ultraderecha. Tras los comicios de 2018, fue el cordón sanitario a la ultraderecha lo que permitió que la socialdemocracia se mantuviera en el poder.
Ante su auge imparable, los dos partidos de la derecha tradicional (conservadores y cristianodemócratas) dieron un claro vuelco a su estrategia. El líder de los moderados, Ulf Kristersson, comenzó a definir a DS como una “formación seria con ideas constructivas”. Y el cordón sanitario saltó definitivamente por los aires el año pasado, cuando las tres formaciones de derecha aprobaron unos Presupuestos alternativos a los presentados por el Gobierno de coalición entre socialdemócratas y verdes. La derecha tradicional, junto a los liberales, comenzaron a defender la idea de sumar fuerzas con la ultraderecha para desbancar del poder a la socialdemocracia. Durante la campaña para los comicios del domingo, se hizo evidente que las políticas antinmigración que habían marginado a la ultraderecha durante más de una década se habían extendido por gran parte del espectro político del país escandinavo.
“El mayor trasvase de votos durante estas elecciones parece haber sido de los moderados a la ultraderecha”, comenta por teléfono Sirus Hafström Dehdari, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Estocolmo. “Cuando los otros partidos han replicado sus propuestas, mucha gente ha optado por los que primero las defendieron”, explica. Dehdari considera que los factores que más han beneficiado a la formación radical han sido el aumento de la criminalidad —Suecia se ha convertido en el segundo país de la UE con un mayor índice de homicidios con armas de fuego—, el deterioro de los servicios públicos, el aumento de la desigualdad, y las condiciones cada vez más precarias en el empleo. El profesor apunta que otro motivo que justifica el alza de DS es que, a diferencia de conservadores, liberales y cristianodemócratas, ellos no formaron parte del Gobierno entre 2006 y 2014.
Varios giros de 180 grados también parecen haber beneficiado a la formación de Akesson. En 2019, abandonó su posición eurófoba; tras la invasión rusa de Ucrania, se evaporó su rechazo frontal a la adhesión a la OTAN; y hace años que se acabaron las mofas sobre el cambio climático.
En caso de que a lo largo de esta semana se confirme la victoria del bloque de la derecha, el futuro político del tercer país más grande de la UE resulta difícil de descifrar. Moderados, cristianodemócratas y liberales han defendido durante la campaña la posibilidad de gobernar con el apoyo parlamentario de la ultraderecha, incluso de ofrecerles algún ministerio —Akesson mostró mucho interés por el de Justicia, cuando todas las encuestas situaban a su partido en tercera posición—. Sin embargo, la opción de convertir al líder ultra en primer ministro no parece una opción que puedan presentar a su electorado.
Las conversaciones entre moderados, cristianodemócratas y la ultraderecha ya han comenzado este lunes, aunque nada ha trascendido por el momento. “Si hay un cambio en el poder, nosotros tendremos un papel central en el futuro Gobierno”, avisó Akesson al final de la noche electoral. El líder de los moderados se limitó a replicar que su intención es formar un Ejecutivo que incluya a liberales y cristianodemócratas. Para ser investido primer ministro no es necesario tener una mayoría absoluta de votos a favor, pero sí que no se sumen 175 votos en contra. Tras los comicios de hace cuatro años, Suecia entró en una parálisis política de 134 días hasta que se alumbró un nuevo Gobierno.
Las opciones de que el bloque de la izquierda (socialdemócratas, excomunistas, ecologistas y centristas) revierta finalmente el resultado a su favor son escasas, pero no nulas. El margen que separa ambos bloques es de unos 45.000 votos y aún faltan cientos de miles de papeletas por ser escrutadas. Todas las últimas encuestas antes de la cita electoral y dos sondeos a pie de urna otorgaban una ligera ventaja al bloque liderado por Magdalena Andersson, la primera ministra socialdemócrata. En los comicios de 2018, tres escaños fluctuaron entre los resultados provisionales al concluir la jornada electoral y los definitivos. Y en 1979, el voto en el exterior dio finalmente la victoria a la alianza conservadora frente a la liderada por Olof Palme.
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