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15 tumbas más para los niños de Gaza

Testimonios de familiares de víctimas en la Franja contradicen la versión de Israel, según la cual las muertes se debieron a explosiones de cohetes palestinos fallidos

Funeral por los cuatro niños de la familia palestina Nayam, el lunes en Yabalia (Gaza).Foto: Mohammed Abed (AFP) | Vídeo: EPV
Juan Carlos Sanz

Hay cuatro nuevas tumbas en el desolado cementerio de Faluya, en el distrito de Yabalia de Gaza. Cuatro montones de tierra todavía fresca para cuatro primos del clan Nayam: Ahmed, de 16 años, Yihad y Mohamed, de 15, y Yamil, de cinco. Yacen en el mismo lugar, junto a la lápida de su abuelo, donde cayeron abatidos por una explosión en la tarde del domingo, pocas horas antes del inicio del alto el fuego que puso fin, con la mediación de Egipto, a tres jornadas de hostilidades entre Israel y la Yihad Islámica.

Durante la contienda han perdido la vida 44 personas en la Franja mediterránea; al menos 15 menores. Testimonios de familiares y vecinos achacan la muerte de los cuatro chicos a la metralla de un proyectil disparado por un dron israelí, frente al Ejército de Israel, que ha atribuido estas y otras víctimas civiles a la explosión de cohetes fallidos disparados por la milicia palestina. La observación sobre el terreno parece corroborar más la primera versión que la segunda, ante la ausencia de impactos profundos o cráteres.

La única certeza, por ahora, es el cumplimiento de la tregua, que ambas partes han acatado desde la medianoche del domingo. El lunes, las calles de la capital gazatí recobraban a medio gas su bullicioso pulso habitual. La reapertura parcial de las fronteras, tras una semana de clausura por parte de Israel, ha propiciado la entrada de combustible para volver a poner en marcha la única central eléctrica del enclave y alimentar los generadores de los hospitales. La mayoría de los comercios y oficinas han reabierto, aunque la actividad es aún limitada ante la falta de suministros tras el estricto bloqueo. También se ha permitido el paso de periodistas extranjeros para recoger los testimonios de la mayor escalada bélica registrada desde la guerra abierta de mayo del año pasado.

La mayoría de las 44 víctimas mortales eran civiles, según el Ministerio de Sanidad palestino en Gaza. Al igual que los 360 heridos durante los bombardeos que han golpeado 160 objetivos atribuidos a la Yihad Islámica. En Israel, donde las autoridades sanitarias han contabilizado unas cuatro decenas de contusionados o lesionados por esquirlas, se asegura que la cerca de la mitad eran milicianos palestinos.

“Israel nunca reconoce que ha causado víctimas inocentes”. El asistente social Fayed Wisam, de 43 años, tío de los cuatro niños del clan Nayam que cayeron fulminados en el cementerio de Faluya, meneaba la cabeza bajo la sombra del azza familiar, el entoldado que acoge un velatorio al aire libre. Sus sobrinos acababan de ser inhumados al mediodía del lunes. “Este es nuestro destino”, asumía entre lágrimas con el fatalismo que reina en los 2,3 millones de habitantes de Gaza tras 15 años de bloqueo israelí (y en parte egipcio) jalonados por cuatro devastadoras guerras e incontables estallidos, como el recién concluido. “Las heridas de los chicos eran de pequeña metralla, como la que propagan las explosiones causadas por drones israelíes”, aseguraba, en un criterio compartido por medios de información palestinos.

Entre las tumbas de los chicos Nayam –un trágico episodio recuerda a los cuatro primos Sáder, los niños abatidos en una plata de Gaza durante la guerra de 2014—solo se observa la fracturada lápida de su abuelo y un pequeño agujero en un escalón del camposanto. No hay cráteres a la vista ni superficies sembradas de impactos de metralla.

Bahar Barrai en el lugar de la casa familiar donde murió su hermano Diar, en el cartel del muro, el lunes en Gaza.
Bahar Barrai en el lugar de la casa familiar donde murió su hermano Diar, en el cartel del muro, el lunes en Gaza. J.C.S.

La casa de la familia Barrai, en la plaza de Amra Hassis, también en Yabalia, es un escenario de completa destrucción. “Un misil israelí segó la vida de mi hermano, Diar, de 30 años, cuando vendía frutas y verduras en la mañana del domingo en la parte delantera”, asegura Bahar, de 35 años, pintor y cabeza de familia. El resto de los 13 miembros del clan se libró por poco del impacto. Su casa está ahora inservible. La de los vecinos, tres los cuales han sido hospitalizados con heridas graves, ha quedado arrasada.

Las mujeres lloran ocultas en sus hogares mientras los hombres se sientan cariacontecidos en los azza de las víctimas de Gaza, protegidos del ardiente sol por banderolas vedes, el color del movimiento islamista Hamás que gobierna de facto en Gaza, y amarillas, del partido nacionalista Fatah, que controlaba la Administración de Franja y del resto de la Autoridad Palestina antes de ser expulsado por la fuerza de las armas en 2007. No había enseñas negras, como las de la Yihad Islámica.

Fuman y toman café sin cesar para ahuyentar el dolor. A Fayed Abu Kars, de 54 años, aún le quedan siete de sus ocho hijos, tras la muerte de Nazam, de 16 años, abatido también en la explosión del cercano cementerio de Faluya. Pero los ojos de este administrativo de piel cuarteada muestran la desesperación de una pérdida irreparable. “No tenemos ninguna vinculación política, pero Hamás y Fatah están corriendo con los gastos de todos los funerales”, admitía con aire ausente.

Una decena de edificios han quedado arrasados por los bombardeos, y más de un millar de viviendas han sufrido daños. Una potente bomba desmoronó el bloque de cuatro pisos en el barrio residencial de Rimal de la capital gazatí donde tenía su hogar la familia de Ahmed Jalifa, un metalúrgico en paro de 20 años. Acodado en sillas de plástico junto a amigos y familiares, observaba en la tarde del lunes la estructura aplastada. Técnicos con el chaleco identificativo de la ONG humanitaria turca CDD tomaban medidas y grababan imágenes de los escombros. “Solo están haciendo fotos”, rezongaba el joven palestino. “Aún no nos ha llegado ninguna ayuda. Las mujeres y los niños están acogidos en casa de familiares. Nosotros seguiremos aquí hasta que podamos encontrar una vivienda de alquiler”, explicaba, antes de salir a la carrera para entregar sus datos a los representantes de la ONG turca.

El palestino Ahmed Jalifa, ante la casa de su familia destruida en un bombardeo, el lunes en Gaza.
El palestino Ahmed Jalifa, ante la casa de su familia destruida en un bombardeo, el lunes en Gaza.J.C.S.

En apenas tres días de hostilidades, la franja de Gaza ha sufrido una guerra a pequeña escala en la que Israel ha desplegado una nueva estrategia de diplomacia pública, con gran despliegue de vídeos, gráficos e ilustraciones para intentar demostrar que muchas de las víctimas civiles palestinas cayeron bajo el fuego amigo de cohetes que fallaron o desviaron su curso. La Yihad Islámica ha disparado más de 1.200 proyectiles durante la contienda. Israel, que asegura haber interceptado casi todos los cohetes que se dirigían contra zonas pobladas con el escudo antimisiles Cúpula de Hierro, señala que unos 200 cayeron dentro de la Franja palestina.

La moraleja política de la breve, aunque intensa, batalla de comienzos agosto en el enclave costero radica en que Hamás, potencia hegemónica local, se ha mantenido al margen del conflicto mientras Israel y la Yihad Islámica, un estrecho aliado de Irán, ajustaban cuentas pendientes en Gaza. Las Brigadas Al Quds (brazo militar de la Yihad) han sido prácticamente descabezadas. También queda constancia de que el primer ministro, Yair Lapid, y su ministro de Defensa, el también centrista Benny Gantz, han exhibido un poderoso músculo militar en la Franja frente al conservador exjefe de Gobierno Benjamín Netanyahu, su rival en las legislativas de noviembre. Son las quintas elecciones a las que han sido convocados los israelíes en poco más de dos años.

Al final, 15 nuevas tumbas de menores, como las de los cuatro montoncitos de tierra de los chicos Nayam, recordarán que Gaza ya hace tiempo que dejó de ser un lugar habitable.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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