Ni mujeres ni negros entre los favoritos a gobernar Brasil
Bolsonaro y Lula da Silva escogen a hombres blancos que peinan canas como aspirantes a la vicepresidencia. Las candidaturas dan la espalda a la diversidad de género, color, edad y origen que se abre paso en el resto del continente
El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva tiene 76 años. Su número dos en la lista para las elecciones presidenciales, Geraldo Alckmin, 70. El presidente Jair Bolsonaro, con 67 años, escogió como candidato a vicepresidente a su exministro de Defensa Walter Braga Netto, de 65. Quienes más posibilidades tienen de llegar al Palacio del Planalto, en Brasilia, tras los comicios de octubre son hombres, blancos, heterosexuales y peinan canas. Lo son en un país con una mayoría de mujeres, donde la mitad de la población tiene menos de 30 años y donde el 56% se autodefine como negro o mestizo.
Las mujeres no están en los primeros puestos de las listas, en contraste con una creciente tendencia en el resto de la región a que las candidaturas reflejen la diversidad social, sea de género, de color o de origen. Y supone un retroceso respecto a las elecciones de hace cuatro años, cuando todos los partidos mayoritarios pusieron a una mujer como número dos, a excepción de Bolsonaro.
Este año, el mandatario brasileño ha recibido bastantes presiones para nombrar como candidata a vicepresidenta a la exministra de Agricultura Tereza Cristina Dias, pero al final optó por un general retirado, como ya hizo en 2018. En el acto en el que presentó en Río de Janeiro su candidatura a la reelección, el líder ultraderechista la cubrió de elogios: “Es una gigante en el ministerio, una pequeña gran mujer que marca la diferencia”. Pero la única mujer que tomó la palabra en ese mitin fue una que no disputa ningún cargo: Michelle Bolsonaro, la primera dama. Su exhibición pública se considera clave para atraer el voto femenino, que en un 60% rechaza al presidente. Se da la paradoja de que precisamente en las elecciones donde el voto de las mujeres será decisivo, los partidos lo han apostado todo a los hombres, y no solo en la carrera por el Gobierno federal. En los 27 Estados que forman Brasil, tan solo habrá dos candidatas a gobernadora.
En abril, cuando el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva hizo oficial la inusitada alianza con Alckmin, el antiguo rival de la derecha, una foto corrió como la pólvora en las redes sociales. Entre los 15 asistentes a la reunión, todos blancos, solo había dos mujeres: la esposa de Lula, Janja, y la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann. En Twitter, los propios militantes de izquierda pusieron el grito en el cielo. “Cero personas negras, cero personas trans y así van los ceros. Por lo que parece, esa será la cara del Gobierno si gana”, escribía un internauta.
El propio expresidente Lula, a sabiendas de que la foto traería cola, quiso anticiparse a las críticas diciendo que quería más representación femenina en la próxima reunión y explicando, con sorpresa, que en México la Cámara de Diputados tiene un 52% de mujeres, el Senado un 46% y hay un 35% de alcaldesas. En Brasil, esos porcentajes rondan el 15%. “Yo no quiero llegar a tanto tan rápido, pero por lo menos repartir un poco más las sillas y colocar a más mujeres”, dijo. Pero las buenas intenciones, aún más con esa pátina paternalista y sin sentido de urgencia, no son suficientes. En Brasil, la “representatividad” está en boca de todos, pero no llega a los escalones más altos del poder. ¿Qué está pasando?
Para la codirectora del Instituto Alziras, Michelle Ferreti, los partidos funcionan como un tapón y no están canalizando las demandas que existen a pie de calle. “Vivimos la resistencia de los líderes de los partidos tradicionales, porque al final esto es un juego de suma cero. Para que alguien se siente en la silla, alguien se tiene que levantar. Y nadie quiere renunciar a sus privilegios”, critica. La organización de Ferreti, que trabaja por la inclusión de más mujeres en la política brasileña, debe el nombre a Luiza Alzira Teixeira Soriano, la primera mujer en ganar unas elecciones en Brasil y la primera alcaldesa de Latinoamérica. Se hizo con el poder de la pequeña ciudad de Lajes, en el Estado de Rio Grande do Norte, en 1929. Desde entonces las cosas han cambiado mucho, pero hitos como la llegada de Dilma Rousseff a la presidencia (2011-2016) con el Partido de los Trabajadores siguen siendo excepciones a la regla.
Hace pocas semanas, la izquierda brasileña celebraba que una mujer, afrodescendiente y ambientalista, Francia Márquez, conquistara la vicepresidencia de Colombia. También se festejó la juventud del nuevo líder de Chile, Gabriel Boric (tiene 36 años), y su Gobierno, donde las ministras son mayoría. En Brasil, la precampaña augura un futuro muy diferente: de entre los candidatos a la presidencia, la senadora Simone Tebet es la única mujer que aparece en los sondeos, que le dan un 2% de intención de voto. Parte de su partido, el MDB, ya presiona para que tire la toalla y así poder abrazar la candidatura de Lula, claro favorito frente al resto.
La batalla del poder legislativo
Con la batalla por las listas para el poder ejecutivo aparentemente perdida, quedan las del legislativo. A mediados de agosto termina el plazo para presentar las candidaturas a la Cámara de Diputados, el Senado y las asambleas legislativas de los Estados. Entonces se verá si la creciente presión del movimiento negro, indígena y feminista se traduce en una mayor diversidad, aunque una cosa son las candidaturas y otra las posibilidades de éxito. En 2018, la mitad de las candidaturas eran de personas negras, y solo el 4% fueron elegidas. Las mujeres negras, de hecho, son las más infrarrepresentadas: son el 28% de la población, pero ocupan apenas el 2% de los escaños del Congreso Nacional.
Las cuotas legales para impulsar la entrada de mujeres en la política existen en Brasil desde hace 25 años, pero los partidos las han estado burlando de diferentes formas hasta 2018, cuando una reforma obligó, no solo a reservar un 30% de las listas a mujeres, sino a financiar su campaña de forma proporcional. Más recientemente, la diputada Benedita da Silva, que en su momento fue la primera senadora negra del país, consiguió que los recursos de las campañas se repartan igualmente entre blancos y negros.
Ferreti cree que las herramientas creadas en los últimos años son “fundamentales” y que hay que valorarlas, porque ahora el dinero está mejor repartido, pero considera que para cambiar la foto de verdad se necesitan medidas más osadas. “No es que Brasil se esté quedando atrás. Es que ya está atrás hace mucho tiempo. Brasil tuvo la primera alcaldesa latinoamericana, pero pasados 100 años hemos avanzado muy poco. Nuestros vecinos avanzaron mucho más, porque tuvieron la valentía de reservar asientos para las mujeres en el poder legislativo”, apunta, y cita los casos de México, Chile o Bolivia. Establecer cuotas para los escaños, y no las listas, sería la manera de asegurar que habrá mujeres sí o sí.
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