Carlos de Inglaterra, el eterno heredero ante el largo adiós de Isabel II
La ausencia de la Reina en la ceremonia de apertura de sesiones del Parlamento ha resucitado las teorías sobre una regencia del Príncipe de Gales o una posible abdicación
Setenta años de reinado dan derecho a un respiro y a delegar tareas. Y aconsejan ir preparando la transición. Pero la secuencia se ha convertido en un clásico. Cada vez que Carlos de Inglaterra sustituye a su madre en alguno de los ritos, ceremonias o liturgias que la gran mayoría de británicos solo han visto, a lo largo de sus vidas, protagonizar a Isabel II, saltan las alarmas. Poco después, la monarca reaparece en algún evento, para alivio de los más incondicionales. Volvió a ocurrir esta semana. El Palacio de Buckingham excusó, apenas unas horas antes, la presencia de la Reina en la ceremonia de apertura de sesiones del Parlamento británico. Un momento del año de extraordinario simbolismo político. La pompa y escenografía del evento recuerdan que Westminster legisla en su nombre, y el Gobierno que ocupa Downing Street es el “Gobierno de Su Majestad”. Carlos de Inglaterra ocupó el trono del consorte, en la Cámara de los Lores. A su derecha, un espacio vacío —donde debía estar el trono de Isabel II—, y un cojín sobre el que reposaba la Corona Imperial, resaltaban a un tiempo la ausencia y la vigencia de la jefa de Estado.
El Príncipe de Gales leyó el discurso de la Reina, la agenda legislativa del Gobierno de Johnson para el nuevo curso. Lo hizo con el mismo tono neutro, casi plano, que siempre ha usado su madre. Un modo de recalcar la necesaria imparcialidad del monarca en asuntos políticos. “Carlos va a tener que ir adquiriendo esa neutralidad, si desea tener éxito como rey constitucional”, explica a EL PAÍS Ed Owens, historiador de la monarquía británica contemporánea y especializado en la Casa de los Windsor.
Los ciudadanos del Reino Unido han escuchado durante décadas las variadas, y en ocasiones controvertidas, opiniones del Príncipe de Gales sobre arquitectura, urbanismo, medioambiente o justicia social. Resulta extraño que, como su madre, adopte el hermetismo de la esfinge. “Quizá decida asumir un papel más activo a la hora de reclamar a los políticos que respeten y defiendan la normalidad constitucional. Hasta ahora, el monarca británico ha sido visto como el guardián de la democracia de la nación”, sugiere Owens.
Todo eso, en cualquier caso, tendrá que esperar. La Reina delegó en Carlos una sola tarea y para una ocasión muy concreta, en su capacidad de consejero real: leer su discurso. Algo que ella, de 96 años, no pudo hacer, por sufrir “problemas episódicos de movilidad”, como explicó el Palacio de Buckingham. El viernes, 72 horas después, Isabel II aparecía sonriente en su Range Rover, de copiloto, para presenciar uno de sus eventos favoritos del año, el Royal Windsor Horse Show (Festival Real ecuestre de Windsor), donde competían una docena de sus caballos. Con su eterno pañuelo de Hermès a la cabeza, y ayudada por un bastón, caminaba hacia el palco real con una sonrisa de oreja a oreja, aplaudida por los presentes.
Suficiente para cortar de raíz el ronroneo sobre una abdicación, hasta sobre una posible regencia de Carlos, que había agitado los medios y las redes durante un par de días. Profunda conocedora del rito y misterio constitucional que supone en el Reino Unido la monarquía —fue ungida con óleo sagrado en su ceremonia de Coronación— Isabel II ha dejado entender en más de una ocasión que será reina hasta el final. “Ante vosotros declaro que toda mi vida, sea larga o breve, estará dedicada a vuestro servicio, y al servicio de nuestra gran familia imperial, a la que todos pertenecemos”, prometió con apenas 21 años, en un histórico discurso radiofónico desde Ciudad del Cabo (Sudáfrica) de la entonces princesa Isabel con motivo de su cumpleaños.
Todo lo desplegado últimamente es algo más sencillo y menos dramático, como corresponde al carácter de una mujer respetada por una gran mayoría de ciudadanos. Baste como ejemplo que el Partido Nacional Escocés, dispuesto a celebrar el año que viene un nuevo referéndum de independencia, mantiene en sus planes que Escocia siga siendo una monarquía. Y eso tiene mucho que ver con el amplio apoyo que Isabel II despierta en esa nación.
En los últimos años, la Reina ha ido compartiendo tareas y responsabilidades con su hijo Carlos, sin ceder ni un milímetro de auctoritas, en un lento y medido viaje de transición que familiarice a los británicos con quien, tarde o temprano, será su nuevo rey, sin transmitir la sensación de que Isabel II está de retirada. La idea de una regencia, que requiere un complejo mecanismo, no se contempla para una monarca que sufre simplemente los achaques propios de la edad y que acaba de salir adelante incluso de la covid-19.
“Las leyes de la Regencia de 1937, 1943 y 1953 requieren que un familiar directo del monarca, junto con el lord canciller, el speaker (presidente de la Cámara de los Comunes), el presidente del Alto Tribunal del Reino Unido, y el Master of The Rolls (presidente del Tribunal de Apelación e histórico guardián de los documentos judiciales) certifiquen que el soberano ya no puede lleva a cabo sus funciones”, ha escrito el mayor experto en constitucionalismo británico y profesor del King´s College, Vernon Bogdanor. “La Reina no puede decir, simplemente, ‘ya no puedo cumplir con mis obligaciones’. La única decisión voluntaria que puede adoptar es la abdicación”, delimita Bogdanor.
2022 es el año del Jubileo de Platino. Setenta años en el trono, que se celebrarán con actos y festejos oficiales durante el mes de junio. Si durante un tiempo se especuló sobre la presencia o ausencia del malogrado príncipe Andrés (condenado al ostracismo público por sus vínculos con el millonario pederasta estadounidense, Jeffrey Epstein) o de la controvertida pareja del príncipe Enrique y Meghan Markle en esas celebraciones, todas las miradas de los británicos se concentrarán finalmente en Isabel II. En su movilidad, su estado de ánimo o en lo mucho o poco que se prodigue. Aunque pocos lo expresen en voz alta, en el Reino Unido se ha extendido ya la idea de que ha comenzado el largo adiós de la monarca. Y la voluntad mayoritaria aspira a que, lo que deba ocurrir —y cuanto más tarde, mejor—, sea como un deshielo. Como la mañana en la que, de repente, la nieve ya no está.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.