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La guerra de Ucrania, la partida más desigual de una leyenda soviética del ajedrez

El gran maestro Aleksandr Beliavski analiza la invasión rusa refugiado en su casa de campo en el oeste del país atacado

Aleksandr Beliavski, excampeón de ajedrez con la extinta Unión Soviética y con Ucrania, en su residencia en un pueblo a las afueras de Lviv.
Aleksandr Beliavski, excampeón de ajedrez con la extinta Unión Soviética y con Ucrania, en su residencia en un pueblo a las afueras de Lviv.Jaime Villanueva
Cristian Segura (enviado especial)

Si la invasión rusa de Ucrania fuera una partida de ajedrez, sería la partida más desigual que Aleksandr Beliavski habría jugado nunca. “Con las ventajas con las que compite Rusia, incluso un novato ganaría a un gran maestro”. Beliavski sabe de qué habla porque él no solo ostenta el título de gran maestro de ajedrez, también conoce bien al enemigo: entre las décadas de los setenta y ochenta fue una leyenda de la Unión Soviética. “Estamos peleando con muchas diferencias”, apunta este jugador ucranio retirado, nacido hace 68 años en Lviv. “La principal es que no podemos atacarles en su parte del tablero, en territorio ruso, porque si lo hacemos, usarán su armamento nuclear”.

La casa de campo de Beliavski tiene los elementos que uno espera de un ídolo del ajedrez soviético. Una buhardilla con una antigua mesa de madera que utiliza para entrenar con sus alumnos, trofeos por doquier, diplomas de competiciones de medio mundo —los recuerdos del Torneo de Linares comparten pared con los disputados en Alemania—. También está la sauna, reconvertida en invernadero, un huerto, varias despensas y un subterráneo con cocina que se previó como refugio en caso de guerra. El café se sirve en una vajilla de porcelana fabricada en la extinta República Democrática Alemana. Beliavski nació en Lviv, la capital del oeste de Ucrania. Sigue la guerra desde su dacha, una segunda residencia que es una tradición adoptada de Rusia y que quiso replicar en 1989 tras sus muchas visitas a amigos en Moscú.

Hoy ya no se refiere a estos rusos como amigos, si acaso habla de “conocidos”. “Desde que me fui politizando, poco puedo hablar con según qué personas”, dice. Beliavski solo utiliza la palabra “amigo” para referirse al gigante del ajedrez Gari Kaspárov, opositor del presidente ruso, Vladímir Putin, y residente en Estados Unidos. “Compartimos muchas posiciones sobre la guerra y otras cuestiones”, asegura. Fueron compañeros en múltiples victorias internacionales del equipo soviético, incluso fue su preparador en 1993, cuando Kaspárov se enfrentó al británico Nigel Short para defender su condición de campeón del mundo.

Beliavski está retirado, pero el sábado viajará a Eslovenia en autobús para competir una vez más en el campeonato europeo de individuales. “La Federación Eslovena de Ajedrez me ha invitado como muestra de apoyo a Ucrania”, explica este cuatro veces campeón de la Unión Soviética y dos veces ganador de unas Olimpiadas de ajedrez, liderando el equipo soviético en 1984. Tiene una casa en Maribor, en Eslovenia.

En 1994 fue fichado por la federación de ajedrez de ese país para capitanear al equipo nacional. En Ucrania no había dinero para profesionales y la nueva república surgida de la desintegración de Yugoslavia le dio la oportunidad de continuar compitiendo. Podría residir hoy fuera de Ucrania y evitar los riesgos de la contienda bélica, pero asegura que no lo hace porque su presencia es importante para los vecinos de Vinniki, el municipio en el que tiene su segunda residencia: “Yo soy conocido en el pueblo, y por el solo hecho de salir a pasear a los perros, cuando miro a los ojos a los vecinos, percibo que se sienten un poco más seguros si me ven aquí. Muchas de estas familias tienen a los maridos o a sus hijos en el Ejército jugándose la vida. De alguna forma, creo que solo con que les dé la mano, estoy haciendo algo”.

El ajedrecista Aleksandr Beliavski, en su residencia en un pueblo a las afueras de Lviv.
El ajedrecista Aleksandr Beliavski, en su residencia en un pueblo a las afueras de Lviv. Jaime Villanueva

Su mujer, cirujana en Lviv, tampoco quiere irse. Ella nació en Uzbekistán, hija de un militar destinado en una base de esta antigua república soviética. Después se trasladaron a Lviv y allí, siendo adolescentes, se conocieron en una escuela de ajedrez para niños a la que iba Beliavski. “El respeto en la Unión Soviética por el ajedrez era incomparable con cualquier lugar de Occidente. ¡Era tan popular! Se jugaba en cada pueblo”, dice, y añade: “Yo no estaba orgulloso de ser soviético, pero sí tenía la sensación de que me dedicaba a algo importante”.

El viejo genio del ajedrez dedica actualmente su capacidad intelectual a ganar dinero invirtiendo en activos energéticos. También escribe tribunas de opinión en el diario local Vysoky Zamok, en las que analiza la invasión como una carrera de Putin por la hegemonía energética. Beliavski resume como si fueran movimientos de ajedrez los objetivos del autócrata ruso: “En 2014 ocupó Crimea porque en sus aguas se han encontrado unas enormes reservas de gas. Luego se hizo con el acceso de Ucrania a las minas de carbón del Donbás. ¿Y qué hicieron los rusos en las primeras semanas de la invasión? Controlar la central nuclear de Zaporiyia, que aporta más de la mitad de la energía nuclear de Ucrania, y hacerse con Chernóbil”.

El dinero del gas y el petróleo rusos, afirma Beliavski, está detrás de la fidelidad a Putin del probablemente mejor jugador de ajedrez que ha dado Ucrania en el siglo XXI, Serguéi Kariakin. Nacido en Crimea —zona anexionada ilegalmente por Rusia en 2014—, Kariakin obtuvo la ciudadanía rusa en 2009 y representa a este país. Sus diatribas a favor de la invasión de Ucrania le han supuesto ser sancionado durante seis meses por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) sin poder competir en torneos oficiales. “Kariakin no cree lo que dice, lo conozco bien a él y a su padre”, asegura Beliavski: “Lo suyo es por dinero, sus patrocinadores son Gazprom y Rosneft. El poder ruso no son hombres del KGB, son los oligarcas, y estos le han permitido hacerse millonario”.

A Beliavski no le parece bien que la FIDE haya penalizado a Kariakin, pero sí que haya castigado a Anatoli Kárpov, el otro gran genio del ajedrez soviético. “Kariakin solo ha expresado unas opiniones; lo de Kárpov es diferente, es un diputado de la Duma [el Parlamento ruso] que aprobó con su voto la invasión de Ucrania”. Kárpov es uno de los dirigentes incluidos en la lista de sancionados de la Unión Europea y Estados Unidos. Beliavski revela que rompió para siempre con Kárpov hace cuatro décadas: según su testimonio, este se confabuló en 1982 con las autoridades soviéticas para amañar que el disidente ruso Viktor Korchnói fuera quien le disputara el título de campeón mundial. El duelo con Korchnói, que había huido de la Unión Soviética, iba a garantizar más dinero por las audiencias y los derechos televisivos internacionales.

El poder y el dinero también son determinantes en la contienda entre Rusia y Ucrania. El desequilibrio de fuerzas es enorme porque Rusia tiene libertad de movimientos y Ucrania solo puede defenderse en un espacio limitado, subraya Beliavski. Para él, la guerra solo puede ganarse con un jaque mate desde el exterior, de Alemania: “Si estos cierran el gas, aunque solo sea por tres meses, será el fin de la invasión”.

La victoria más especial de su carrera, recuerda este gran maestro de Lviv, fue su primer título como campeón de la Unión Soviética, en 1974. Lo que sucedió, opina, puede ser un espejo de los errores que puede haber cometido Rusia en Ucrania. Su rival al final de la competición era el legendario campeón del mundo Mijaíl Tal. “Jugaba con blancas, es decir, tenía la ventaja de abrir, y solamente necesitaba unas tablas para salir vencedor porque tenía un punto más que yo”, resume Beliavski. Pero lo improbable sucedió porque Tal, según admitió él mismo a los periodistas, se había confiado: “Mi rival había decidido que como yo era un don nadie, y que él además jugaba con blancas, en vez de las tablas buscaría ganar. Y perdió.”

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Sobre la firma

Cristian Segura (enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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