El miedo a la invasión rusa no cala en la frontera
El presidente de Ucrania afirmó que Járkov, predominantemente de habla rusa y a 40 kilómetros de la linde, es un objetivo principal para el Kremlin. Sus vecinos se muestran escépticos ante las noticias de otra ofensiva
Lidiya Oryshchin da otra vuelta más a la pista de patinaje. Giro, salto y, sonriente, se acerca a hacerle un arrumaco a su novio, Oleksi. La joven, de 19 años, adora patinar. Va casi cada tarde a la instalación ovalada, situada en el centro de Járkov, donde una decena de personas apuran las últimas horas de luz de un día frío y plomizo. Mientras Estados Unidos aviva las alarmas de otra agresión militar del Kremlin a Ucrania, en Járkov, a unos 40 kilómetros de la frontera con Rusia, Oryshchin sigue con su vida. “Estamos en primera línea si los rusos entran, ¿y qué? Llevamos aquí los ocho años que dura ya la guerra. La ciudad no se ha movido”, ironiza. La joven pareja de estudiantes sueña con irse a continuar su formación una temporada a Alemania, y luego volver a casa y encontrar un trabajo en Járkov. La tensión por la concentración de tropas rusas a lo largo de la frontera con Ucrania es “preocupante”, pero creen que la situación no escalará. ”Estamos ya demasiado cansados de ser un argumento que agitan unos y otros. La guerra, las amenazas, la política. Es irritante”, dice Oleksi, un joven alto con una frondosa coleta castaña.
En Járkov, la segunda ciudad más poblada de Ucrania (con 1,5 millones de habitantes) y predominantemente de habla rusa, a los cafés del centro no les faltan clientes. Tampoco a los clubes, donde un grupo de estudiantes internacionales mueve la cabeza al son de la música atronadora. Ante el goteo de informaciones de una posible invasión rusa “en breve”, como alertó el presidente estadounidense, Joe Biden, hace unos días, el Gobierno ucranio llama a la calma. Las autoridades temen que cunda el pánico y eso repercuta en la ciudadanía y en la economía, y juegue en favor de Rusia. “No estamos ante un Titanic”, recalcó el presidente, Volodímir Zelenski, el viernes en una conferencia de prensa con medios extranjeros en su residencia de Kiev.
Los mensajes, sin embargo, son algo contradictorios. Zelenski, un antiguo actor cómico que arrasó en las elecciones de 2019 con un discurso centrado en acabar con la corrupción y parar la guerra del Este, declaró también a The Washington Post que una invasión era posible y que Járkov sería el primer plato del menú del Kremlin. “Siendo realistas, si Rusia decide aumentar su escalada por supuesto que lo hará en aquellos territorios donde históricamente hay personas que solían tener vínculos familiares con Rusia”, dijo, “Járkov, que está bajo el control del Gobierno de Ucrania, podría ser ocupado”, afirmó.
Los comentarios de Zelenski molestan profundamente a Alexéi Surkov. “Si [el presidente ruso, Vladímir] Putin quisiera volver a entrar, desde luego no lo haría así, tan abiertamente, telegrafiando a bombo y platillo dónde tiene a sus militares”, sostiene el ingeniero jubilado, de 62 años. Recuerda como en 2014, después de que Rusia entrara en la península de Crimea con soldados sin bandera y se la anexionara con un referéndum considerado ilegal por la comunidad internacional, manifestantes prorrusos y milicianos, exaltados por el apoyo del Kremlin, unidos a “matones” llegados del otro lado de la frontera con pancartas rojas que decían “primavera rusa”, ocuparon el edificio de la Administración regional y declararon la “república popular de Járkov”.
Las fuerzas del Gobierno de Kiev recuperaron el edificio y el control de la ciudad un par de días después. Pero los combates siguieron en las zonas de Donetsk y Lugansk, en la cuenca minera, hoy controladas por los separatistas que reciben el apoyo político y militar de Moscú. La del Donbás, la última guerra de Europa, se ha cobrado ya 14.000 vidas, según estimaciones de la ONU, y ha provocado más de 1,5 millones de desplazados. Intentar ocupar Járkov, un asedio prolongado, dice el diputado local Dmitri Bulaj, supondría un escenario de guerra urbana que resultaría muy dañino para Rusia. “Se convertiría en un baño de sangre”, comenta.
Rusia, que ha amenazado ahora con reconocer las autodenominadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk como Estados si Kiev no cumple los acuerdos que marcan la senda para la paz firmados en Minsk en 2014 y 2015, culpa al Gobierno ucranio de ser “antirruso”. Moscú y los medios de la órbita del Kremlin han incrementado las acusaciones de supuesta discriminación a los “rusos étnicos” y rusoparlantes en Ucrania —donde una ley marca ahora que el idioma oficial es el ucranio— y ha llegado a hablar de genocidio sobre la población del Donbás, donde ha repartido decenas de miles de pasaportes rusos.
En la Universidad Nacional de Leyes Yaroslav Mudry de Járkov, Valeri Obolentsev, profesor de Criminología y Derecho Penal, cree que el argumento del lenguaje y el tratar de escorar con ello las posturas este-oeste son herramientas de la propaganda del Kremlin, que buscan desestabilizar. “Se puede ser patriota ucranio como el que más hablando ruso o ucranio”, dice. “Proclaman que van a proteger a los hablantes de ruso sin importar dónde se encuentren. Lo quieran o no. No necesito que me protejan y además lucharé para mejorar la situación en Járkov y en Ucrania en general”, abunda en ruso.
El moderno edificio de la universidad, hoy lleno de uniformados que atienden una lección por videoconferencia con altos cargos del Ministerio de Defensa, se puso en funcionamiento hace unos años, en plena guerra, explica el vicerrector Mykola Kucheryavenko. La ciudad, que fue un centro educativo importante durante la época soviética y acoge ahora una de las principales escuelas de Medicina, de Física y del sector tecnológico, participa en intercambios con facultades punteras y acoge a estudiantes internacionales. Járkov, que una vez se vio como un pequeño bastión más cercano a posturas prorrusas, ha girado más hacia Occidente; sobre todo las generaciones más jóvenes, comenta Kucheryavenko. La facultad, además, ha lanzado un programa de ayuda a escuelas e instituciones educativas en zonas cercanas a la guerra del frente para prevenir el abandono escolar y que los más afectados por el conflicto se queden atrás, cuenta el vicerrector.
Alexéi Surkov cree que aún sigue habiendo algunas personas cercanas a Moscú en la región. “O personas que cierran los ojos a lo que pasa simplemente. En cualquier caso todos esos están muy silenciosos ahora”, apunta. A Járkov huyó, en una breve escala al no encontrar tampoco aquí excesivo apoyo, el presidente prorruso Víktor Yanúkovich, asediado por las protestas europeístas y anticorrupción del Maidán hace ocho años. Y el Gobierno británico señaló hace solo unos días a otro político prorruso de Járkov como posible cabeza de un Gobierno títere de Moscú en un golpe de Estado planeado por Rusia. Pero lo cierto es que la agenda y las figuras cercanas a Moscú apenas han logrado ganar terreno en Járkov desde el inicio de la guerra.
En la plaza de la Libertad, no muy lejos de donde en septiembre de 2014 decenas de ciudadanos derribaron la estatua de Lenin más grande de Ucrania, que había dominado la ciudad desde su pedestal desde 1964, hay hoy una gran carpa donde se reparte información sobre la agresión rusa bajo un letrero que dice “Todo para la victoria” y rodeada de carteles con fotografías de soldados muertos en el frente. Un grupo de voluntarios la instalaron allí hace siete años, explica la editora Anastasía Samsónova, que suele ayudar a repartir información y recoger donaciones para los desplazados internos de Donetsk y Lugansk; muchos se han instalado en Járkov.
Samsónova, de 31 años, es escéptica sobre las informaciones —basadas en filtraciones de la inteligencia estadounidense y ucrania— que sugieren que uno de los escenarios significaría rodear Járkov, cortar los suministros y ocupar la ciudad. “Estamos cerca de la frontera y todo es posible, pero habría una grandísima resistencia. Rusia está tratando de intimidar a Occidente y crear caos y pánico. Por eso Ucrania necesita unirse a la OTAN lo antes posible, porque entonces estaremos protegidos de Rusia”, asegura. Su compañero voluntario Sergéy Vesélkin, de 50 años, tampoco ve probable un asalto a Járkov, pero aun así ha enviado al oeste a su esposa y a su hija.
Lo que fue una vez una porosa frontera está hoy fortificado con vallas y sembrado de controles militares. En Hoptivka, un pueblo muy cercano a la linde, la maestra Valentina Perepelitsa, de 60 años, cuenta que antes de la guerra iba al otro lado a comprar cada dos por tres. Nació en la localidad de Kursk en la época de la URSS, es rusa con pasaporte ucranio y la situación actual le entristece profundamente; aunque su sonrisa permanente contrasta con ese lamento. “Creo que todo esto es mentira. No hará guerra, todo eso son juegos políticos que exacerban toda la situación. No porque mi patria sea Rusia, porque mi patria está aquí en Ucrania, donde nacieron mis hijos y mis nietos y he vivido gran parte de mi vida, pero todos estos juegos me desagradan”, dice. A su espalda, en un alargado bloque de dos pisos, un vecino ha pintado los marcos de sus ventanas de azul y amarillo, los colores de la bandera de Ucrania.
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