Los poscomunistas de Die Linke viven una debacle y quedan al borde de salir del Parlamento alemán
El partido izquierdista cae por debajo del 5% pero logra mantenerse en el Bundestag gracias a obtener tres mandatos directos
Cada noche electoral deja tras de sí unos cuantos perdedores. Quien el domingo quisiera ver caras largas podría haber ido a la Casa Konrad Adenauer, la sede en Berlín de los democristianos de la CDU. El gran perdedor de la jornada fue su líder, Armin Laschet. Pero si alguien tenía ganas de más desgracias las tendría en la sede de Die Linke (La Izquierda), donde caras petrificadas seguían el recuento. 5%, 4,9%, 5%... durante toda la noche el porcentaje de votos de la formación más a la izquierda del Bundestag osciló en torno a la franja en la que, según la ley electoral alemana, un partido se queda fuera del Parlamento.
La moneda salió por la cara mala y al final Die Linke obtuvo un 4,9% de los votos. Con este porcentaje, los poscomunistas deberían salir del Parlamento, pero se salvaron gracias a una cláusula que permite ignorar ese suelo del 5% a los partidos que obtengan tres mandatos directos, es decir, que sean los más votados en sus circunscripciones. Y Die Linke logró justo tres mandatos directos, dos en Berlín y uno en Leipzig. Evitaron el desastre por los pelos y consiguieron 39 diputados.
Puede ser que se salvaran de lo peor. Pero los resultados suponen un golpe durísimo para el partido que encabezan Susanne Henning-Wellsow y Janine Wissler, que este lunes reconocieron “una severa derrota”. En solo cuatro años han perdido casi la mitad de los votos. Y de hacerse ilusiones a entrar en el Gobierno a través de una coalición con socialdemócratas y verdes han pasado a ser totalmente irrelevantes. Sus 39 diputados no sumarían con esos dos partidos para una mayoría, por lo que Olaf Scholz tiene que echarse en brazos de los liberales si quiere convertirse en canciller.
Fracaso del tripartito de izquierdas
Los líderes del partido tenían un discurso muy distinto antes de las elecciones. “Estamos listos para tener responsabilidad de Gobierno”, repetía Dietmar Bartsch, líder del grupo parlamentario de Die Linke, deseoso de limar las asperezas más radicales para formar un tripartito de izquierdas. Gran parte de la campaña de la CDU se ha basado en agitar el temor a esta coalición, que metería en el Gobierno a los herederos del partido único de la República Democrática Alemana. Scholz tampoco parecía muy partidario de la llamada coalición roja.
Die Linke nació en 2007 fruto de la fusión del PDS —el partido heredero de la antigua Alemania oriental comunista— con un movimiento creado por el exministro socialdemócrata Oskar Lafontaine que abandonó el partido decepcionado por los recortes sociales del Gerhard Schröder.
Pese a los años transcurridos desde la caída del Muro, gran parte de la sociedad alemana considera un tabú la entrada de Die Linke en el Gobierno federal, que en cambio sí gobierna sin grandes problemas en algunos länder. Las posiciones de esta formación en materia de política exterior y seguridad la alejan del resto de fuerzas. Está en contra de las misiones militares en el extranjero, quiere detener la exportación de armas y pide la salida del país de la OTAN, organización a la que considera “un anacronismo” y que sustituiría por un sistema de seguridad colectivo en el que participaría Rusia.
Die Linke tiene varios problemas. Una encuesta de la cadena ARD mostraba que un 70% de los consultados considera que carece de dirigentes convincentes. Y un 62% cree que las propuestas del partido son poco realistas e imposibles de financiar.
La formación, además, ha vivido luchas intestinas que le han pasado factura. Pesa lo ocurrido con su anterior líder parlamentaria, la muy carismática Sahra Wagenknecht, esposa de Lafontaine, que en 2018 inició el movimiento Aufstehen (Levantarse) con el que esperaba, entre otras cosas, reunir a antiguos votantes de izquierdas desencantados que se habían ido a la ultraderecha de Alternativa para Alemania (AfD). El pasado junio, militantes de Die Linke iniciaron un proceso para expulsar a Wagenknecht. Argumentaban que había causado daños al partido por sus críticas a la dirección. El proceso de expulsión no salió adelante. Wagenknecht volvió este lunes a la carga. “Hace años que tenemos malos resultados. Die Linke se ha alejado de aquellos que debía defender, los trabajadores normales y los jubilados”, aseguró.
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