Macron al rescate de Marsella, ciudad en crisis permanente
El presidente reparte millones en la segunda urbe de Francia tras una nueva ola de violencia
La visita del presidente francés, Emmanuel Macron, a Marsella, tiene algo de viaje a un territorio exótico, a un país extranjero. Tres días. Siete ministros, además del presidente. Una lluvia de millones de euros. Y el mensaje de que la segunda ciudad de Francia necesita a París para frenar su declive. La crisis no es nueva. Se explica por décadas de desindustrialización, una gestión pública deficiente, una pobreza que afecta a una cuarta parte de la población y cíclicas oleadas de violencia.
Los presidentes más recientes han tropezado todos con Marsella. Los Gobierno socialistas de François Hollande, en la década pasada, ya presentaron planes de miles de millones para revitalizarla. Ahora lo intenta Macron. Aunque nació en el norte de Francia y se educó en instituciones de élite en París, asegura sentir una afinidad particular con la ciudad: su equipo de fútbol, su historia de viejo puerto global venido a menos y una cultura producto de sucesivas inmigraciones. Y ha prometido que Marsella “se convertirá en una capital del Mediterráneo”.
El presidente dialogó con vecinos de los barrios del norte, barrios de bloques grises construidos en los años sesenta y setenta, sin conexión de metro con el centro urbano y escenario de las batallas de bandas. Y sacó la chequera: 150 millones para construir una nueva sede de la policía, que en 2022 verá reforzados con 200 nuevos agentes; unos 600 millones de euros para renovar el tercio de las escuelas que hoy se encuentran en estado de degradación; y fondos para la renovación de viviendas y el transporte público. Pero advirtió que esto será papel mojado sin una gestión eficiente de las autoridades locales.
“Hay algo insoportablemente monárquico en todo esto”, se quejó el diputado local y líder de la izquierda populista francesa, Jean-Luc Mélenchon, en referencia a la imagen del jefe de Estado que aterriza desde París para salvar la ciudad de provincias. “El tipo”, añadió, “llega a ocho meses antes de las elecciones presidenciales. Todo el mundo entiende que está en campaña”.
La ciudad acaba de pasar un verano sangriento, con una docena de asesinatos, según un recuento del diario Le Monde, vinculados al narcotráfico. Entre los muertos, dos menores de 14 y 17 años. Marsella, además, sigue marcada por el derrumbe el 5 de noviembre de 2018 de dos edificios en la céntrica rue d’Aubagne. Murieron ocho personas. Más tarde la pandemia sirvió para escenificar la rivalidad entre París y Marsella, feudo del profesor Didier Raoult, apóstol de la hidroxicloroquina contra la covid-19 y objeto de devoción por parte de muchos marselleses que veían en él un símbolo de la resistencia provinciana frente a los tecnócratas de la capital.
La visita de Macron pacifica las relaciones con el poder local, en manos de la izquierda después de casi tres décadas controlado por la derecha. También es su primer acto en un curso político que concluirá con las presidenciales de la próxima primavera. Los debates que atormentan Marsella –la inseguridad, la exclusión social, la sensación de declive– son parecidos a los que atormentan a Francia.
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