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Diez miembros de una misma familia, el último ‘daño colateral’ de EE UU en Afganistán

Un ataque con dron destinado a neutralizar un supuesto coche bomba mató el domingo a diez civiles en Kabul, la mitad niños. El Pentágono investiga lo sucedido

María Antonia Sánchez-Vallejo
Un dron de EE UU sobrevuela el aeropuerto de Kabul, este martes.
Un dron de EE UU sobrevuela el aeropuerto de Kabul, este martes.AAMIR QURESHI (AFP)

La infamia de los denominados daños colaterales -la muerte de civiles como consecuencia de errores en la ejecución de planes militares- amenaza con perseguir al Pentágono incluso tras la retirada de sus últimas tropas de Afganistán. El ataque preventivo que el domingo instrumentó un dron contra un vehículo supuestamente cargado de explosivos -una “amenaza inminente”, pretextó Washington- mató a una decena de civiles de la misma familia, más de la mitad niños, en una densa barriada del noroeste de Kabul. Medios internacionales como el diario The New York Times y la agencia France Presse han hablado con miembros de la familia Ahmadi, mientras el Comando Central de EE UU investiga lo sucedido.

Tras volver a la casa familiar y aparcar el vehículo en el patio, Zemari Ahmadi, trabajador local de una ONG estadounidense (Nutrition and Education International, con sede en Pasadena, California), dejó las llaves de coche, un Toyota Corolla, a su hijo y vio cómo el resto de menores de la casa se introducían en el habitáculo para jugar. Minutos después un misil estadounidense cayó encima, ha explicado su hermano, Aimal. “Los mató a todos”, ha contado el superviviente, que perdió a una hija en el ataque. “Mi hermano y sus cuatro hijos están entre los muertos”. En total, diez muertos, seis o siete de ellos menores, según las fuentes, además de varios heridos en las habitaciones en torno al patio.

EE UU informó el domingo de la destrucción de un vehículo cargado de explosivos tras un ataque aéreo que buscaba abortar un inminente atentado con coche bomba en el aeropuerto de la capital afgana. Apenas tres días antes, un suicida se había llevado por delante la vida de casi 200 personas, entre ellas 13 militares estadounidenses, en el mismo lugar y la psicosis de amenaza terrorista proliferaba en los mensajes de la Administración. Ese riesgo fue reiterado continuamente durante al menos 48 horas por portavoces de la Casa Blanca, bajo intensa presión para evitar otro ataque, advirtiendo de un “peligro inminente y creíble” contra sus tropas.

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El portavoz del Comando Central de EE UU, Bill Urban, justificó el blanco. “Sabemos que se produjeron varias fuertes explosiones después de la destrucción del vehículo, lo que indica que en su interior había una gran cantidad de material explosivo que podía haber causado más víctimas”, dijo. El Pentágono reconoció un día después la posibilidad de que el ataque hubiese causado víctimas civiles, pero sugirió asimismo que cualquier muerte indeseada pudo haber sido resultado de la detonación de los explosivos en el interior del coche. “No estamos en disposición de discutirlo”, dijo el lunes el portavoz del Pentágono.

Pero los supervivientes de la familia Ahmadi, indignados por las declaraciones de los militares, narran una historia muy distinta. “Zemari era ingeniero y trabajaba para una ONG, un afgano corriente que simplemente buscaba llegar a fin de mes en un periodo de gran inestabilidad”, explica su hermano, añadiendo que usaba el coche para llevar alimentos a los campos de refugiados de las afueras de Kabul.

Los vecinos de Zemari también rechazan que el hombre tuviese relación con la rama local del Estado Islámico (ISIS-K, en sus siglas inglesas), responsable del atentado del jueves y a la que el Pentágono perseguía con saña desde entonces. El sábado atacó el primer objetivo terrorista, en el oeste de Afganistán; el domingo asestó el segundo golpe contra el coche de Zemari.

Fueron operaciones de castigo efectuadas por drones, causantes de los peores daños colaterales de la larga lista atribuida a las fuerzas internacionales desplegadas en Afganistán. Hasta abril pasado, más de 71.000 civiles de Afganistán y Pakistán habían muerto como consecuencia de la guerra, según el cómputo de la Universidad de Brown en su proyecto Costs of War (Costes de la guerra). Desde enero de 2004, entre 4.000 y 10.000 afganos han muerto como consecuencia de ataques con drones de EE UU, incluido un número indeterminado de civiles que podría alcanzar el millar, según un portal británico de periodismo de investigación.

Samia Ahmadi, de 21 años, no sólo perdió a su padre, también a su novio, Ahmed Naser, exoficial del Ejército y colaborador de las tropas de EE UU, que había viajado hasta Kabul desde Herat con la esperanza de poder ser evacuado del país. “Lo primero que pensé es que habían sido los talibanes”, contó Samia sobre la explosión. “Lo vi todo con mis propios ojos, los cuerpos desmembrados de mis hermanos y familiares”. Algunos de los féretros que el lunes por la tarde fueron enterrados en Kabul estaban cerrados porque los cuerpos quedaron irreconocibles. En el callejón de la casa donde Zemari vivía con su familia y las de sus tres hermanos sólo queda el amasijo de hierros calcinados del vehículo, a la espera de respuestas.

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