“Quedarse en Kabul es no saber si te van a matar al día siguiente”
Azadeh, estudiante de 19 años, ha llegado sola a España. Mohammad H. lo ha hecho con nueve miembros de su familia, incluido un bebé de dos semanas. Así son las vidas que dejaron atrás en Afganistán
Azadeh tiene 19 años y ha llegado sola desde Kabul. Azadeh no es su nombre real, lo escoge porque significa “libre como un pájaro”. Es como se siente tras haber llegado a Madrid junto a otros de los 2.200 afganos rescatados por el Gobierno español que esperan ser realojados en su destino final como asilados. Desde la toma de Kabul, los talibanes visitaban cada noche su casa. La última vez se llevaron el coche de la familia. Dos de sus hermanos, policías, huyeron y no sabe dónde están. “Mi vida cambió de un día para otro, me convertí en una prisionera, por el día no me atrevía ni a asomarme por la ventana”, dice. “Quedarse era no saber si te iban a matar al día siguiente”. Antes, en esa otra vida de hace tan solo dos semanas, Azadeh repite que era “libre y normal”. Iba a clase (estudia segundo de Periodismo), pasaba horas en su amada biblioteca, quedaba con amigos, jugaba al baloncesto y al ajedrez: “No se me da genial, ¡pero me encanta!”. Planea retomar todo eso en un nuevo país, “al menos hasta que termine la carrera o se vayan los talibanes”. Habla con una serenidad pasmosa para su edad, quizás porque la terrible noche que pasó tratando de acceder al aeropuerto de Kabul (durmiendo en el suelo, rodeada de desconocidos, cruzando un canal de aguas fecales) fueron como 10 años: “Diez años muy oscuros”. En su mochila llevaba una novela de la autora turca Elif Shafak y un diario donde lo ha anotado todo. “Si escribo algo de esa noche”, dice, “me ocupará todo un libro”.
Mohammad H., periodista de 24 años, la mira asombrado. “¿Has venido sola?”. Él hizo la terrible travesía con su familia: su hermana actriz y modelo, madre de dos niñas de 10 y 17, su hermano dentista, su cuñada y su sobrino recién nacido, y sus padres (ingeniero médico en un hospital él, matriarca ella). La familia salió por la Puerta Abbey del aeropuerto la noche antes de los atentados. Mohammad muestra en el móvil la foto de un amigo reportero que falleció allí. Está preocupado porque su otra hermana seguirá intentándolo. ¿A pesar de los atentados? “Así es Kabul, las cosas explotan y la vida sigue, ser afgano es convivir con la tristeza así”, dice entrelazando sus dedos como eslabones de una cadena. Esta familia de clase media dejó en Kabul sus casas, coches y todos sus ahorros. Intentaron sacarlos del banco hace unas semanas, pero ya no fue posible. “Lo importante es que estamos a salvo y juntos”, repiten. “Desde que llegamos a España le pido a mi mujer que me pellizque, estar aquí me parece un sueño”, dice Hamza, el padre del bebé. La familia ha sido realojada en una ciudad del norte, aunque preferirían haberse quedado en la capital. “Soy reportero, mi hermana actriz, siento que aquí tendremos más posibilidades de labrarnos un futuro, seguir con nuestras carreras, tener otra vez una vida normal”, dice Mohammad. La abuela está deseando tener una cocina para hacerles a todos qabila, su famoso guiso de arroz. En sus brazos el bebé duerme acurrucado, su diminuta naricilla quemada por la espera al sol durante horas en el aeropuerto de Kabul. “Tiene dos semanas”, dice su padre, “ha sido una vida intensa como pocas”. Se llama Shahab, que en farsi significa meteorito.
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