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Portugal, más cómodo con el 25 de Abril que con sus capitanes

La muerte del controvertido Saraiva de Carvalho recuerda el escaso reconocimiento institucional que han recibido los militares que acabaron con la dictadura en 1974

Soldados y civiles en una calle de Lisboa en abril de 1974.
Soldados y civiles en una calle de Lisboa en abril de 1974.Henri Bureau (GETTY)

Portugal convive mejor con la Revolución de los Claveles que con los capitanes que la hicieron posible. La muerte el pasado domingo 25 de Otelo Saraiva de Carvalho, cerebro militar del operativo que acabó el 25 de abril de 1974 con una longeva dictadura (48 años), ha avivado el debate sobre el tipo de reconocimiento oficial que merecen los militares que posibilitaron la llegada de la democracia a Portugal y la independencia de sus antiguas colonias africanas. El primer ministro portugués, el socialista António Costa, decidió que no recibiría un funeral de Estado, para “mantener la coherencia” con el hecho de que tampoco se habían organizado para Fernando José Salgueiro Maia y Ernesto Melo Antunes, protagonistas del 25 de Abril y fallecidos en 1992 y 1999.

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Saraiva de Carvalho suscitó a la hora de su muerte las mismas pasiones encontradas que generó en vida. Casi nadie discute su papel en el éxito del golpe de 1974, pero se cuestionan algunos de sus pasos posteriores, en especial su participación en el grupo terrorista FP-25 que causó 17 muertes y cometió 108 atracos en siete años de existencia (1980-1987). El militar fue condenado a 15 años por su implicación en la organización y amnistiado por el Parlamento más tarde. “Es aún pronto para que la historia lo observe con la debida distancia”, señaló en un comunicado el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa.

El debate sobre si merecía o no la declaración de luto nacional (se decretó para el emperador japonés Hirohito o el rey marroquí Hasán II, según recordó el periodista Amilcar Correia en Público) ha desatado una riada de opiniones, análisis y testimonios en la prensa portuguesa. “Lamento que el presidente del Gobierno y el presidente de la república no hayan aprovechado la ocasión para corregir a sus predecesores decretando el luto nacional por el comandante operacional del 25 de Abril”, contestó a EL PAÍS por correo electrónico Vasco Lourenço, uno de los militares sublevados en 1974 y actual presidente de la asociación 25 de Abril.

Otelo Saraiva de Carvalho, el más controvertido de los militares del 25 de Abril, en junio de 1989.
Otelo Saraiva de Carvalho, el más controvertido de los militares del 25 de Abril, en junio de 1989.Manuel Escalera

Quizás por la polarización que despierta, Saraiva de Carvalho no sea el mejor ejemplo para valorar el tratamiento de las instituciones portuguesas hacia los capitanes de Abril. “Los militares en general, y los de Abril en particular, no fueron muy bien tratados. Podrían haber sido tratados con más dignidad cuando se revisó la Constitución, que acabó con el Conselho da Revolução y todas las excepciones políticas y militares. En aquel momento, los grandes partidos, Partido Socialista y Partido Social Demócrata [centroderecha], tenían prisa para librarse de los militares y del papel especial que todavía querían desempeñar. Despidieron a los militares como quien despide a los funcionarios”, observa en un correo electrónico António Barreto, que se licenció en Sociología en la Universidad de Ginebra durante su exilio y es autor de numerosos libros y documentales sobre la sociedad portuguesa contemporánea.

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Barreto defiende la necesidad de crear un gran monumento público al 25 de Abril y a los militares que hicieron la democracia: “Pero considero que aún será difícil, porque nunca se sabe de qué militares hablamos”. Se alude a ellos como un bloque homogéneo y solo lo fueron a la hora de planificar y ejecutar la sublevación. “Para algunos es fácil en la actualidad identificar Otelo con Eanes, Vasco Lourenço, Firmino Miguel, Vasco Gonçalves, Rosa Coutinho… y con todo el Movimiento de las Fuerzas Armadas. En realidad, aquellos militares eran muy diferentes unos de otros en relación a las opciones políticas”, añade Barreto.

Pocos golpes gozan de la simpatía que despierta el 25 de Abril. A nivel internacional se mitificó: sepultaba la dictadura más larga de la Europa occidental con una rebelión pacífica. En Portugal se festejó masivamente. Se prevé que su 50º aniversario reciba un gran apoyo institucional, que ha comenzado con la creación de una comisión específica por parte del Gobierno para preparar actos que se prolongarán entre 2022 y 2026 con el objetivo de abarcar todo el ciclo histórico que comenzó en el golpe y concluyó en las elecciones democráticas.

Según la historiadora Maria Inácia Rezola, se calcula que unas 1.500 calles y plazas evocan el 25 de Abril. De todo el nomenclátor urbano destaca por su simbolismo el puente sobre el río Tajo que cambió el nombre del dictador Salazar por el de la fecha histórica en la que se hundió su legado. Se evoca mucho la rebelión pero menos a los rebeldes. “El 25 de Abril fue una acción colectiva y fueron muchos los implicados en la preparación y ejecución del golpe que derribó a la dictadura. Es muy difícil homenajear o preservar la memoria de los protagonistas sin correr el riesgo de ser injusto y olvidando actores importantes”, indica Rezola por correo electrónico. Vasco Lourenço distingue entre el reconocimiento popular y el institucional. “El pueblo portugués nos manifiesta su aprecio de forma permanente, lo notamos incluso en la calle. Las instituciones tienen dos actitudes distintas: formalmente muestran mucho aprecio, pero eso se materializa muy poco”, sostiene el presidente de la Asociación 25 de Abril.

El capitán Salgueiro Maia, a la izquierda de la foto, y sus tropas, en Lisboa tras la victoria de la sublevación contra la dictadura el 25 de abril de 1975.
El capitán Salgueiro Maia, a la izquierda de la foto, y sus tropas, en Lisboa tras la victoria de la sublevación contra la dictadura el 25 de abril de 1975.Reuters

El gran homenajeado a título individual es Salgueiro Maia, que comandó las fuerzas que tomaron la estratégica plaza del Comercio y que recibió la rendición del dictador Marcelo Caetano. La historiadora Maria Inácia Rezola estima que tendrá un centenar de referencias en los callejeros, incluido un puente sobre el Tajo en Santarém desde 2000. Es la excepción. “Este hecho nos permite percibir que, a pesar de que los portugueses están aparentemente reconciliados con su pasado, aún puede existir una controversia, una memoria mal resuelta, sobre la revolución de 1974-75. Salgueiro Maia es el héroe limpio, que tomó el Largo, que fue el símbolo del derrocamiento de la dictadura y no se metió en política. Otros, como Otelo, fueron actores políticos en 1974-75 y por eso generan controversia”, afirma Rezola.

El exdirector de Visão, Joao García, sostenía en un artículo en el semanario Expresso que solo dos militares llegaron a ser consejeros de Estado: “Portugal vive mal, parte de la izquierda incluida, con los hombres del 25 de Abril”. A pesar de que ahora se le recuerde en el callejero, Salgueiro Maia es tal vez el ejemplo más crudo del olvido institucional. En 1988 el Gobierno de Aníbal Cavaco Silva bloqueó la concesión de una pensión al militar por sus servicios excepcionales, la misma que otorgaría unos años después a dos inspectores de la PIDE, la represora policía portuguesa de la dictadura. Salgueiro Maia, que murió de cáncer en 1992 sin luto oficial ni funeral de Estado, fue el militar que arengó a sus hombres la noche del 24 de Abril de 1974 con el discurso menos militar de la historia: “Señores míos, como todos saben, hay varias formas de Estado: el Estado social, el Estado corporativo, y el estado al que hemos llegado. Ahora, en esta noche solemne, vamos a acabar con el estado al que hemos llegado. Así que el que quiera venir conmigo, que sepa que nos vamos para Lisboa y terminamos con esto. Quien quiera venir, que salga fuera y forme. Y el que no, que se quede”.

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Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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