El descontento en Irán amenaza con llevar a una abstención histórica en las elecciones presidenciales
Los reformistas se dividen entre boicotear las urnas o apoyar al moderado Hemmatí frente al ultra Raisí que tiene la mayoría de las papeletas a su favor
Apenas hay signos en Teherán de que este viernes se celebran elecciones presidenciales. Escasean las pancartas y el entusiasmo. Lo limitado de las opciones en liza y las medidas sanitarias por la covid apuntan a una abstención histórica. La extendida convicción de que el régimen apuesta por el ultraconservador Ebrahim Raisí, actual jefe del Poder Judicial, ha desanimado a muchos iraníes y dividido a la familia reformista. Mientras parte de ella llama a boicotear las urnas, el sector más posibilista respalda a Abdolnaser Hemmatí, el único candidato no conservador en liza, en la improbable esperanza de un vuelco de última hora.
Las campañas electorales solían ser una fiesta. Buscando legitimar el sistema islámico con la participación, los gobernantes abrían la mano cada cuatro años y relajaban por unos días su estricto control social. En 2009, el Movimiento Verde de los reformistas transformó las calles de Teherán en una verbena durante las noches previas al disputado escrutinio. En la anterior convocatoria, en 2017, incluso los aledaños de la sede de campaña de Raisí (conocido por su oposición a la música moderna) parecían una discoteca al aire libre. Nada de eso ha sido posible este año. No está claro qué parte es atribuible a la pandemia y qué parte a la falta de competencia de las candidaturas.
Parisa tiene claro que no va a votar. “No hace falta. En Estados Unidos tardan un mes en conocer el resultado de sus elecciones, pero aquí lo sabemos desde un mes antes”, asegura irónica esta secretaria de 32 años, en referencia a la fecha en que el Consejo de Guardianes anunció los siete candidatos aprobados. Todos menos dos eran ultraconservadores (ellos se denominan principalistas), que comparten el recelo hacia Occidente, y en particular hacia EE UU, del líder supremo, Ali Jamenei. Ninguno de los aspirantes reformistas pasó el escrutinio ideológico de ese órgano no electo.
La decisión confirmó las sospechas, largamente rumoreadas, de que el régimen quería a Raisí en la presidencia. El resto de los candidatos ultras eran meros comparsas que se retirarían en la recta final para despejarle la elección. La renuncia el pasado miércoles del ex negociador nuclear Said Yalili y de Alireza Zakani reforzó esa idea. Ambos han pedido el voto para Raisí.
A decir por el entusiasmo con el que los miembros de varios gremios organizan actos electorales en su apoyo, tampoco es que le haga falta. “Es un hombre sincero y que cumple su palabra”, afirma Mohsen Nuri, presidente de la asociación de artesanos y pequeños industriales, durante un mitin en la mezquita Nur, en el centro de Teherán. “Gracias a su apoyo, 2.000 fábricas han vuelto a funcionar. Eso es motivo suficiente”, añade. La idea de que cumple lo que promete y que combate la corrupción se repite entre sus simpatizantes. Las encuestas de la televisión estatal le atribuyen una intención de voto del 57%.
A Hosein Abdolahi, director del periódico Arman-e Melli, no le sorprende. “Hay un grupo que siempre participa: las personas de tendencia religiosa, muy ideologizadas, que creen en el velayat-e faqih [la supremacía del líder religioso sobre el presidente electo]. Para ellos la elección está clara”, explica en la pequeña redacción del diario. En su opinión, “con una participación inferior al 50%, gana quien se enfrenta a los reformistas”. Según los sondeos de varios medios locales, apenas un 40% de los 59 millones electores tiene intención de votar. La participación más baja en unas presidenciales fue del 50,7% en 1993, pero en este siglo no ha bajado del 60%.
Aun así, el campo reformista ha respondido dividido a su expulsión del marco institucional. La fractura se ha reflejado en las distintas opciones defendidas por los dirigentes reformistas. Mir Hosein Musaví, emblema del Movimiento Verde bajo detención domiciliaria desde hace una década a raíz de las protestas que siguieron a la contestada reelección de Mahmud Ahmadineyad, secunda el boicot promovido por los disidentes tanto dentro como fuera del país. “Apoyaré a quienes están cansados de elecciones manipuladas y humillantes, y que no van a rendirse a las decisiones secretas adoptadas entre bambalinas”, asegura en un comunicado difundido por la web opositora Kalameh.
Los más posibilistas han querido ver una alternativa en Hemmatí, gobernador del Banco Central hasta su aprobación como candidato. A él va a darle su voto el clérigo moderado Mehdi Karrubí, también bajo arresto domiciliario desde 2011, según uno de sus hijos citado por las agencias de noticias iraníes. Este sector también interpreta como un endoso a Hemmatí las palabras del expresidente Mohammad Jatamí quien ha agradecido al otro candidato moderado, Mohsen Mehralizadeh, que se retirara en favor de aquel. Pero quien inspirara la ilusión de la reforma de la generación nacida después de la revolución de 1979 ha evitado un apoyo directo.
Abdolahi constata que “los reformistas cargan también con el legado del Gobierno de [Hasan] Rohaní”, durante el que la economía ha quedado destruida por las sanciones de Estados Unidos. Señala, no obstante, que los votantes iraníes son imprevisibles. “Jatamí también ganó a Nateq-Nuri contra todo pronóstico”, recuerda en referencia a las presidenciales de 1997. Pero no sólo Hemmatí carece del carisma de Jatamí, sino que en el tiempo transcurrido desde entonces un número creciente de iraníes ha llegado a la conclusión de que el sistema islámico no funciona y que la alternancia en el Gobierno es una mera fachada.
En la calle, predomina el desencanto. “En mi entorno, la mayoría no va a votar. Están hartos. Antes confiaban en los reformistas, pero ahora se han dado cuenta de que todos son lo mismo”, afirma Ali Akbar. Este emprendedor de 42 años varado por la grave crisis económica considera que “la abstención es el resultado de un mayor conocimiento político”.
No todo el mundo tiene elección. La ausencia del sello que indica se ha votado en el shenasnameh (una especie de libro de familia) puede plantear un problema a los funcionarios (cuatro millones de personas) o a la hora de inscribirse en la universidad. Según Daud, un taxista, también a los de su gremio. “Nos han hecho saber que, si no votamos, nos van a retirar la licencia”, asegura. A la pregunta de quién se lo ha dicho responde con un “ellos” que es como coloquialmente se refieren a las autoridades. Es muy posible que no exista tal instrucción: basta con que corra la voz para que muchos no se arriesguen.
“Siempre pueden votar en blanco”, sugiere Parisa. Significativamente, esta vez el líder supremo no sólo ha recordado que votar es “un deber religioso”, sino que ha tachado de pecado el voto en blanco.
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