El movimiento de resistencia birmano empieza a militarizarse
Mientras civiles entrenan en campamentos militares en zonas controladas por guerrillas étnicas, el Gobierno clandestino anuncia una “fuerza de defensa”
La imagen habla por sí sola. Htar Htet Htet (Miss Myanmar 2013), en la treintena, aparece fotografiada con un rifle colgado al hombro, gorro de camuflaje y ropa negra en la jungla. “No me meto en política. Yo participo en la revolución (…). Primero protestamos en paz, después fuimos brutalmente asesinados. Es la hora de luchar. De prepararse, tener paciencia y empuñar las armas”, escribe sobre la imagen en su cuenta de Facebook la que fuera reina de belleza birmana. Un texto e ilustración que sugieren que se ha sumado a los cientos o miles de birmanos, según las fuentes, que han pasado a la acción y se entrenan con las guerrillas de minorías étnicas para hacer frente al Tatmadaw —Ejército birmano—, que ha matado a 788 civiles —según la Asociación para la Protección de Presos Políticos— desde el golpe de Estado del pasado 1 de febrero.
Como expone Htar Htet Htet, la asonada ha desatado la ira en gran parte de la población birmana, que empezó tomando las calles de forma pacífica en protesta por el asalto a la transición democrática (2011-2021) y, tras la violenta represión de las fuerzas de seguridad, ha optado en algunos casos por vías más contundentes. En las últimas semanas, se han multiplicado las explosiones de baja intensidad en ciudades y localidades del país, algunas ocurridas en instalaciones militares y oficinas gubernamentales. La junta militar golpista acusa a los “manifestantes rebeldes” de estar detrás de las detonaciones, mientras el Gobierno de Unidad Nacional –formado en la clandestinidad inicialmente por miembros del depuesto Ejecutivo de Aung San Suu Kyi- señala al Tatmadaw y asegura que son ataques planificados para justificar la represión. Este Ejecutivo en la sombra, que pide la liberación de Suu Kyi y ser reconocido por la comunidad internacional como la voz legítima de Myanmar, anunció a su vez recientemente la creación de una “fuerza de defensa”, precursora de un futuro Ejército federal que reemplace al Tatmadaw.
Son muchos los jóvenes que han declarado en las redes sociales su intención de unirse a esta “fuerza de defensa”, tachada de “grupo terrorista” por la junta militar. Aunque es un proyecto muy en ciernes, con más de ideal que de realidad, un grupo indeterminado de civiles participa desde hace semanas en campamentos militares en regiones fronterizas del país, donde son entrenados por guerrillas formadas por minorías étnicas. Muchas de estas han incrementado a su vez los ataques al Tatmadaw, con el que arrastran décadas de conflicto.
Una de ellas es la fuerza rebelde Unión Nacional Karen (KNU, por sus siglas en inglés), grupo que ha declarado su apoyo al Gobierno de Unidad Nacional y que, según su centro de información, ha matado a 194 militares birmanos desde finales de marzo. Jon (un pseudónimo), ayudante en el Estado de Karen (sureste del país) de una ONG internacional en la zona, asegura en una videoconferencia organizada por este grupo que “más de 9.000 civiles han recibido ya entrenamiento por parte de la KNU”.
Este trabajador narra en qué consiste la formación: “Las primeras tres semanas son un entrenamiento físico para actuar como un soldado. Luego hay clases teóricas para aprender a utilizar armas, y después tienen que poner lo aprendido en práctica. En total, puede durar hasta seis meses”. Desde Kachin, en la otra punta del país (en el noreste), HM (las siglas con la que se identifica otro colaborador de la ONG) corrobora lo que dice su compañero y asegura que las viejas guerrillas de este Estado también entrenan a grupos de civiles desde hace tiempo. “Aprenden a disparar y practican, a veces pueden estar solo unos 15 días. Tengo amigos que han asistido a estos entrenamientos”, añade.
Anthony Davis, analista de Myanmar para Janes Defence Publications residente en Bangkok, considera que con estos entrenamientos los jóvenes “probablemente logran un cierto endurecimiento psicológico, un sentido de misión, la habilidad de manejar un rifle y de fabricar explosivos. De todo, lo último es lo más importante”. Según Davis, lo que puede marcar la diferencia es que los jóvenes pasen a detonar bombas de más potencia y contra objetivos específicos. Esa posibilidad, sumada a la batalla que el Ejército ya mantiene con varias guerrillas étnicas, podría poner a las Fuerzas Armadas en apuros. “Si libra [el Tatmadaw] una guerra al norte, otra al este, quizás otra al oeste (donde el Ejército declaró esta semana la ley marcial por el aumento de ataques a sus instalaciones) y se le presenta una seria amenaza de agitación civil en el centro del país, entonces tiene un problema”, considera.
De momento, la escalada de la tensión entre los militares, las organizaciones étnicas armadas (más de 20 en todo el país) y la población civil es más que palpable. El Ejército de Independencia Kachin aseguró hace unos días haber derribado un helicóptero militar en respuesta a bombardeos aéreos por parte de los militares; la agencia de noticias local Khit Thit afirmó el pasado miércoles que al menos 15 soldados del Tatmadaw murieron tras dos días de enfrentamientos con las fuerzas rebeldes de Sagaing (noroeste), uno de los grandes bastiones del movimiento de resistencia civil. Por su parte, el Tatmadaw ha anunciado la detención de 39 personas que supuestamente iban a unirse a uno de estos entrenamientos militares, y les acusa de planear ataques con bombas en Yangón, la mayor ciudad del país.
Aunque no se trata de un movimiento de defensa estrechamente coordinado, que sería la última pretensión del Gobierno de Unidad Civil, las posibilidades de que vaya a más y el conflicto se extienda por todo el país son posibles a ojos de muchos analistas. “Las tácticas son diversas, y muchos en Myanmar querrían que la comunidad internacional interviniera para poner fin a la violencia. Pero si nadie les ayuda, entonces no tienen otra opción que defenderse”, argumenta Khin Ohmar, activista de derechos humanos, en una charla organizada por el Instituto Lowy.
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