Isabel II se queda sola al frente de una familia real que atraviesa su peor crisis desde la muerte de Diana
La reina británica, de 94 años, sigue siendo una figura muy respetada en un país cada vez más polarizado
El líder del Partido Laborista, Keir Starmer, dijo este viernes, al rendir homenaje al duque Felipe de Edimburgo, que “sobre todo será recordado por su extraordinario compromiso y devoción hacia la reina”. Isabel II es hoy la única institución sobre cuya valía están de acuerdo todos los británicos, en un tiempo en que el Brexit, la pandemia y la controvertida figura de Boris Johnson han polarizado el país. La reina afrontará ahora sola, a sus 94 años, la tarea de recomponer una familia real en su peor crisis desde la muerte de la princesa Diana, en 1997. El Palacio de Buckingham informó ayer de que el funeral del príncipe Felipe tendrá lugar el próximo sábado, día 17, en la capilla de San Jorge, adyacente al castillo de Windsor.
Fue toda una sorpresa para los que pretenden conocer los arcanos de la Casa de los Windsor que, el día en que el príncipe Enrique fue convocado a sumario en el palacio de Sandringham para negociar su espantada a América, Felipe de Edimburgo no estuviera presente. Optó por retirarse unos minutos antes a la pequeña granja donde pasaba sus días en esas mismas instalaciones. Había decidido en agosto de 2017 que ya no tendría una agenda pública, y dejó todo en manos de las tres figuras que representaban la continuidad monárquica: Isabel II, Carlos de Inglaterra y el príncipe Guillermo.
A diferencia de lo que fue la crisis con Lady Di, cuando en todo momento se vio la mano del duque de Edimburgo en la respuesta de la Casa Real, el enfrentamiento con el matrimonio del príncipe Enrique y Meghan Markle lo ha manejado la reina con la ayuda de su hijo y su nieto. Los británicos se han quedado sin saber lo que pensaba Felipe de Edimburgo de las acusaciones de racismo que la pareja lanzó contra la familia real. El año de pandemia, sin embargo, juntó de nuevo a Isabel II y el príncipe consorte en el castillo de Windsor, y la monarca convivió de nuevo durante largas horas con quien ella misma definió como “su fortaleza y su guía” durante casi 70 años de reinado.
El fallecimiento de Felipe de Edimburgo ha puesto a los británicos frente a una realidad ineludible, y no es otra que la de que asisten a los minutos finales de un longevo periodo de estabilidad institucional. Hasta la ministra principal de Escocia, la nacionalista Nicola Sturgeon, embarcada en su aventura de alcanzar con un nuevo referéndum la independencia del Reino Unido, dejaba traslucir en su mensaje de condolencia la añoranza de décadas de permanencia inmutable: “El duque de Edimburgo tuvo vínculos con Escocia profundos y duraderos. Aquí residió en el colegio de Gordonstoun, y aquí veraneaba habitualmente en el castillo de Balmoral”, dice el texto. “Su contribución a la vida pública de Escocia dejará una profunda marca en los ciudadanos”.
Al recordarle como uno de los pocos veteranos aún vivos de la Segunda Guerra Mundial, Boris Johnson definió las cualidades que una mayoría de británicos, según revelan las encuestas, atribuyen al reinado de Isabel II: “De aquel conflicto adquirió una ética de servicio público que aplicó a todos los cambios sin precedentes que trajo consigo la posguerra”, dijo el primer ministro británico. A pesar de la insistencia de Downing Street en pedir a los ciudadanos que respetaran las normas frente a la covid-19 y se abstuvieran de realizar concentraciones públicas de homenaje, durante todo el día no cesó el goteo de personas que acudieron a la verja del palacio de Buckingham para depositar flores o mensajes de condolencia y respeto.
La muerte de Felipe de Edimburgo llega cuando el Reino Unido comienza a comprobar las amargas consecuencias del Brexit, Escocia aparece más decidida que nunca a emprender un camino en solitario, las calles de Irlanda del Norte vuelven a ser testigo de una violencia sectaria como no se había visto en años y los británicos sueñan con comenzar a dejar atrás la pesadilla de una pandemia que ha golpeado al país con mayor fuerza que a otras naciones europeas.
La reina y su esposo recibieron a principios de enero la primera dosis de la vacuna. El duque ya no tuvo tiempo de completar su tratamiento. Si la costumbre británica establece que el fallecimiento de un miembro de la familia real es una ocasión para resaltar la unidad del país, en este caso lo será más bien para reavivar su nostalgia. No es lo mismo desfilar por Windsor para prestar un último respeto al príncipe consorte que hacerlo a través del libro virtual de condolencias que la casa real ha puesto en marcha en internet.
La ausencia de su esposo, aseguran expertos en la familia real como el periodista de The Times Valentine Low, llevará a Isabel II a delegar aún más sus tareas en el príncipe heredero, Carlos de Inglaterra, como ya había comenzado a hacer en los últimos años. “Pero desde el punto de vista de la reina, todo seguirá igual de claro: ella es la soberana, él es el heredero. El trono lo ocupa ella. Ella lee los informes [del Gobierno] que le llegan en el maletín de piel roja, preside la apertura de las sesiones parlamentarias y tiene audiencias semanales con el primer ministro”, escribió Low. Los políticos británicos entendieron todos este viernes que, en su homenaje al duque de Edimburgo, su principal tarea era respaldar sin fisuras a Isabel II.
Ni funeral de Estado ni capilla ardiente
Fue el propio Felipe de Edimburgo, según contó uno de sus ayudantes, quien dijo que “no se veía a sí mismo lo suficientemente importante” como para tener un funeral de Estado. Si en 2002 la Reina Madre, Isabel, esposa de Jorge VI, provocó una fila de 200.000 ciudadanos en Westminster Hall, donde se instaló su capilla ardiente, el príncipe consorte será velado en privado en el Castillo de Windsor, y su funeral, con carácter militar, tendrá lugar el sábado 17 en la capilla de San Jorge del castillo.
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