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Víctimas del virus en Asia Central

Kazajistán abre la frontera con Rusia para el retorno de los emigrantes uzbekos

Pilar Bonet
El primer presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, y el segundo, Kasim-Zhomart Tokáyev
El primer presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, y el segundo, Kasim-Zhomart Tokáyevpágina oficial de Nazarbáyev

Entre China y Rusia, en el territorio centroasiático que formó parte de la Unión Soviética, millones de personas sufren la amenaza del corona virus en precarias condiciones sanitarias. Lejos de la atención occidental, la pandemia castiga esta región continental de más de 4 millones de kilómetros cuadrados donde viven cerca de 72,5 millones de personas. De los cinco Estados que allí se ubican (Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán), uno (Turkmenistán) no admite siquiera la existencia de la plaga, pero sus dirigentes han recomendado recientemente a la ciudadanía que se proteja con mascarillas de las partículas tóxicas supuestamente arrastradas por el aire desde el Aral, el mar en vías de desertización compartido por Uzbekistán y Kazajistán.

“Al analizar la pandemia en Asia Central, la situación varía de un país a otro y hay más diferencias que similitudes, pero el denominador común es el deterioro y hundimiento post colonial del sistema sanitario que funcionó de forma eficaz en la Unión Soviética” dice Daniil Kislov, fundador de la agencia de noticias Ferganá, especializada en temas centroasiáticos.

Las diversas medidas de cierre de fronteras y comunicaciones adoptadas (y no coordinadas) por estos países durante la pandemia han dividido el espacio común, además de afectar al comercio y la economía. También han obstaculizado al retorno a sus países de los emigrantes (la mayoría desde Rusia), que perdieron el empleo debido a la pandemia.

Las estadísticas oficiales sobre el COVID-19 deben tratarse con prevención, pero, cotejadas con los datos demográficos, dan una idea de la problemática afrontada por cada país. La peor situación se da en Kirguizistán, que tiene los peores índices de mortandad y de recuperación (1,3% y 29,9% respectivamente), le sigue Kazajistán, que abrió sus fronteras demasiado pronto y tuvo que dar marcha atrás.

“Constantemente nos llegan noticias de fallecimientos de conocidos y amigos y también entre los políticos y las personas sobre las que informamos”, dice Kislov. En los últimos días, en Kazajistán murieron de corona virus un viceministro de defensa en activo y otro jubilado, una conocida activista de derechos humanos, el ex director de la biblioteca nacional y un popular diseñador. Hasta el mismo Nursultán Nazarbáev, el primer presidente de Kazajistán, ha sufrido y superado la enfermedad. Con una población de más de 18 millones, Kazajistán, el mayor país de la zona, informaba de 65188 casos acumulados a 16 de julio y de 375 muertos hasta el 13 de julio.

Para el 16 de julio, en Kirguizistán (6,3 millones de habitantes) se habían acumulado 12.498 casos y 167 muertos. De los 521 casos registrados en esa jornada y de los 439 de la víspera, 96 y 105, respectivamente, afectaban a personal sanitario. Según el ministro de sanidad, Madamín Karatáev, más del 30% del personal sanitario está infectado con el COVID-19 en Bishkek, la capital de Kirguizistán, donde “los servicios médicos están desbordados”, no hay camas y falta personal médico, según la página de la embajada de EEUU en aquella ciudad. Las redes sociales de los voluntarios publican fotos de médicos exhaustos durmiendo hacinados en una minúscula habitación a razón de dos por cama individual. Las autoridades locales han hecho un llamamiento a sus médicos en el extranjero para que vuelvan y, gracias a benefactores particulares, dos aviones cargados de médicos kirguizos voluntarios han llegado desde Rusia para trabajar temporalmente en su país. Por temor al contagio desde Kirguizistán, Tayikistán (9 millones de habitantes, 6695 casos y 56 muertos acumulados a 16 de julio) ha reforzado su frontera con fosos, según informaba el servicio Asia Plus. Uzbekistán (casi 33 millones de personas), por su parte, sumaba 14.787 casos y 73 muertos.

Tras largos prolegómenos, una misión de la OMS ha visitado recientemente Turkmenistán, el país más cerrado. Aunque oficialmente no hay ningún caso declarado, fuentes locales afirmaban en la publicación “Insider” que los médicos hablan de clínicas llenas por encima de su capacidad y de muertes “por neumonía” porque “cualquier otro diagnóstico está severamente prohibido”. La misión de la OMS que visitó Turkmenistán este mes no rebatió a los dirigentes turcomanos, pero les recomendó que “hicieran como si” hubiera corona virus y tomaran medidas preventivas. Tras estas conclusiones, que evitaron herir el orgullo del presidente, las mezquitas e iglesias se han cerrado temporalmente y las máscaras que antes eran rechazadas han pasado a ser parte del atuendo de la ciudadanía. Mientras tanto, el presidente, Gurbangulí Berdimujammédov, que es médico de formación, se exhibe sin máscara tras una jornada de pesca en el lago junto al que pasa sus vacaciones.

A diferencia de la publicidad que rodeó la ayuda prestada a Italia, Rusia no ha anunciado ninguna operación de asistencia a los países de Asia Central, que son sus socios en distintas organizaciones postsoviéticas. No obstante la “cooperación en la lucha contra la difusión del corona virus” fue tratada el 2 de julio entre el presidente ruso Vladímir Putin y los líderes de Kazajistán, Tadzhikistán, Uzbekistán y Azerbayán, y también surgió en el Kremlin el 23 de junio en una reunión con el presidente de Uzbekistán, país cuyos ambiciosos proyectos turísticos se han estrellado contra la pandemia. Nazarbáyev agradeció a Putin la ayuda rusa en la lucha contra la pandemia y el líder de Kirguistán, Sooronbáev Zheenbékov, abordó con él “la ayuda prestada por Rusia en la lucha contra la difusión del coronavirus”.

Un problema en la lucha contra el corona virus en Asia Central son las arraigadas costumbres de celebrar acontecimientos multitudinarios (bodas y funerales en general pero también cumpleaños como el del Nazárbáyev a principios de julio y fiestas como las dedicadas a la alfombra, el caballo y la bicicleta en Turkmenistán). La poco convincente separación de los enfermos de neumonía y de corona virus dificulta la estadística.

En todos los países de la región, excepto en Turkmenistán y Uzbekistán, se prevén contracciones del PIB, debido a la disminución del comercio y de las remesas de los emigrantes, que en Tajikistán y Kirguizistán suponen cerca del 30% del PIB según un informe de la OECD del pasado junio. La caída de los precios del petróleo y la reducción de las importaciones de crudo por parte de China, obligó a Kazajistán a revisar su presupuesto para 2020.

Al comienzo de la pandemia, entre 2,7 millones y 4,2 millones de emigrantes de Asia Central se encontraban en Rusia, señala el informe y. desde el mes de mayo, en la provincia rusa de Samara, fronteriza con Kazajistán, ha ido creciendo un improvisado campamento que ha concentrado a miles de emigrantes centroasiáticos, sobre todo uzbekos, imposibilitados de regresar a sus países por vía terrestre debido al cierre de fronteras de Kazajistán. “Aquí han venido de todas las ciudades rusas, de San Petersburgo, de Moscú, y las autoridades y organizaciones locales les han ayudado en lo que han podido e incluso les propusieron quedarse con un permiso de trabajo gratuito, pero Samara no ofrece las oportunidades de otras grandes ciudades rusas”, dice por teléfono desde aquella ciudad del Volga Tatiana Sabínina, jurista de las organizaciones no gubernamentales “Ayuda Cívica” y “Memorial”, que ha asesorado a los acampados. Tras llegar a un acuerdo temporal con Kazajistán para que permitiera el paso por su territorio, Uzbekistán ha enviado esta semana dos trenes a recoger a sus ciudadanos varados en Samara y en ellos salieron respectivamente dos grupos de 700 personas cada uno. Pero “los emigrantes de Asia Central siguen llegando al campamento en esta frontera sin saber si podrán regresar a sus países”, afirma la jurista.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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