Los paraísos fiscales son un infierno
El peligro de una presión fiscal bajista es el cogollo de la esencia de la negociación que reinician ahora la UE y el Reino Unido
Los paraísos fiscales son un purgatorio. Provocan una carrera defensiva de los competidores para desfiscalizar: bajar sus impuestos y poder competir.
Resultado. Aumenta su déficit presupuestario por falta de recaudación, no quedan recursos para gastos imprescindibles. Y se dispara la competencia desleal a cargo del competidor, lo que carcome el edificio impositivo propio; y debilita la capacidad de reacción empresarial, más gravada.
Si el rival, además de vecino, ha sido un socio clave durante cuatro decenios largos y se conoce al dedillo los rincones de la casa que ahora abandona, entonces el purgatorio amenaza con trocarse en infierno.
Esta cuestión, el peligro de una presión fiscal bajista, es la madre del cordero. Es el cogollo de la batalla sobre el nivel del terreno de juego (“level playing field”) que a su vez constituye la esencia de la negociación. La que reinician ahora la Unión Europea y el Reino Unido, en aras de configurar una relación constructiva a partir de 2021, tras la corta transición del, muy corto, 2020.
Esto será Troya. Vean los documentos respectivos para esta discusión. Porque, palabra por palabra, mejor la impresa.Londres “no aceptará ninguna obligación de que sus propias leyes se alineen con las de la UE”, reza su misal negociador, emitido este jueves (The future relationship with the EU, HM Government).
Más contundente: el acuerdo no debe “constreñir de ninguna manera la soberanía impositiva” y ni siquiera “negociará ningún pacto” que le reste control de sus “leyes”, lo contrario de compartir competencias, propio de la UE. Y de ciertos acuerdos comerciales de última generación.
Mientras, Europa apoya que la “prevista asociación de ambas partes las comprometa a continuar incrementando sus respectivos niveles de protección con el objetivo de asegurar los correspondientes altos niveles de protección a lo largo del tiempo” en áreas como las ayudas de Estado, la competencia y cuestiones impositivas “relevantes” (Consejo de la UE, documento 5870/20, de 25/2/2020).
Esto es, la UE propone el alineamiento progresivo —y permanente en el futuro— de la normativa británica, para evitar que evolucione en sentido inverso.
Vean, pues, que agua y aceite.
Londres apela al ejemplo del acuerdo de la UE con Canadá. Bruselas responde que no cubre todo el comercio, ni supone una estrecha asociación en seguridad, defensa y decenas de programas comunes.
Concurre otro jugador, el Parlamento Europeo, que también deberá aprobar el futuro acuerdo. Y la Cámara “recuerda su determinación de impedir cualquier tipo de dumping [competencia desleal]...” para lo que “es esencial la armonización de las políticas medioambientales, laborales y sociales, de las cuestiones fiscales” y de las “ayudas públicas”.
Razón por la que “Reino Unido debe participar en la evolución normativa” sobre “imposición fiscal y lucha contra el blanqueo de capitales” (Resolución PROV (2020)0033, de 12/2/2020).
Agárrense. Esto será Troya.
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