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El final de la escapada de Orbán

El primer ministro húngaro, apoyado solo por Polonia, fracasa en su último desafío a la UE y afronta ahora la posible expulsión de su partido del Grupo Popular Europeo

Ultraderecha
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, durante la cumbre europea del pasado viernes en Bruselas en la que el líder de Fidesz decidió levantar el veto a los presupuestos europeos.Francisco Seco (AP)

Viktor Orbán, el primer ministro húngaro que durante años ha desafiado el modelo de la Unión Europea con una deriva autoritaria aparentemente imparable, avanza ahora hacia el callejón sin salida que él mismo se ha construido. El líder de Fidesz termina 2020 acorralado por sus socios comunitarios, que han aprobado muy a su pesar un nuevo reglamento sobre el control del Estado de derecho; amenazado por el zarpazo de la pandemia y la crisis económica; enfrentado a una oposición interna cada vez más organizada, y sin aliados claros a nivel internacional (tras la derrota de DonaldTrump) ni en su entorno más cercano más allá del apoyo titubeante de Polonia. Su exitoso partido, Fidesz, se expone ahora además a ser expulsado del grupo Popular en el Parlamento Europeo, la familia política que le daba a Orbán un cierto barniz de respetabilidad.

El Grupo Popular Europeo (PPE) analizará esta semana la posible exclusión de los 12 eurodiputados de Fidesz, una decisión que marcaría el inicio del ostracismo político para una formación que ahora se codea con la CDU de Angela Merkel o el PP de Pablo Casado. El partido de Orbán ha intentado evitar la ruptura mediante la creación de un grupo paralelo propio que seguiría adosado a las siglas del PPE. Pero la propuesta ha sido rechazada por el grupo conservador, liderado por el eurodiputado alemán, Manfred Weber.

Fuentes populares indican que la ruptura parlamentaria con Orbán podría aplazarse a principios de 2021 si esta semana que viene no se adopta la decisión. Pero apuntan que la cuenta atrás hacia el aislamiento de Orbán ha comenzado y solo falta que la principal referencia del PPE, la canciller alemana Angela Merkel, gire el pulgar hacia abajo para que la expulsión se ejecute.

La canciller alemana Angela Merkel y el primer ministro húngaro, Viktor  Orbán, ambos pertenecientes al Partido Popular Europeo, en Bruselas el pasado octubre.
La canciller alemana Angela Merkel y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ambos pertenecientes al Partido Popular Europeo, en Bruselas el pasado octubre. POOL (Reuters)

El líder húngaro parece haber agotado la paciencia de propios y extraños con su estrategia de vilipendiar a la UE para alentar el voto nacionalista mientras se beneficia de las multimillonarias ayudas comunitarias (más de 35.000 millones de euros asignados entre 2014 y 2020). Al mismo tiempo, ha buscado acuerdos ventajosos con la Rusia de Vladímir Putin. Orbán ha manejado con gran habilidad su triple baraja. Fuentes comunitarias reconocen que Budapest ha sabido explotar los márgenes de la normativa europea y dar un paso atrás cuando el choque con Bruselas era demasiado peligroso. “La consecuencia es que la erosión del Estado de derecho ha sido progresiva y poco perceptible en los primeros años, pero muy peligrosa después de una década”, apunta una fuente diplomática.

Orbán llegó al poder en 2010, en una Hungría golpeada duramente por la crisis económica y una élite política enfangada en la corrupción. El líder ultraconservador apeló a los sentimientos nacionalistas de un pueblo traumatizado desde el final de la Primera Guerra Mundial, cuando perdió dos tercios de su territorio. “Él saneó la banca, liberalizó la economía, dio seguridad a los ciudadanos”, explica Igor Janke, autor de la biografía La historia del primer ministro húngaro, Viktor Orbán. “A los países de Europa occidental todavía les cuesta entender a sus vecinos del centro y oriente del Viejo Continente. Orbán ha aprovechado esas diferencias para hacerse fuerte. Guste o no, es uno de los grandes políticos de la UE”, añade.

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Las victorias electorales y la tolerancia del PPE, en particular de las delegaciones alemana y española, le daban además la coartada ideal para erigirse en la voz de una Europa Central y del Este que, por razones históricas y sociales, a veces se siente poco escuchada en Bruselas. Pero los recientes patinazos de Orbán marcan un punto de inflexión en su deslumbrante carrera de éxitos en las urnas.

En la cumbre europea de los pasados jueves y viernes tuvo que retirar el veto a los presupuestos comunitarios que había planteado, con el renqueante apoyo de Polonia, para intentar frustrar, sin éxito, el reglamento de vigilancia sobre la calidad del Estado de derecho y su impacto en los recursos financieros de la UE. El líder de su partido en el Parlamento Europeo afronta la expulsión del Grupo Popular Europeo tras haber comparado al alemán Manfred Weber con la Gestapo. Y hasta el fiasco de una orgía que se saltó las normas de aislamiento y confinamiento en Bruselas le ha salpicado porque uno de los participantes era el eurodiputado húngaro Josef Szájer, fundador de Fidesz junto a Orbán y uno de los ideólogos de cabecera del líder húngaro.

Cambios en Budapest

Durante los dos días que ha durado el Consejo Europeo en Bruselas, la estatua de la libertad de Budapest, uno de los símbolos de la ciudad, se iluminó con el color azul Europa, el mismo que tiñe la bandera de la UE. Con este gesto, el alcalde de la capital húngara, Gergely Karácsony, quería demostrar al mundo que hay otra Hungría cosmopolita, solidaria, contraria a la doctrina ultraconservadora del Gobierno central.

Karácsony, un ecologista de izquierdas, arrebató en 2019 la alcaldía de Budapest al candidato del partido en el poder, lo que supuso la primera derrota del todopoderoso Fidesz. La frágil oposición se unió contra Orbán y consiguió hacerse con el control de las principales ciudades del país centroeuropeo. Al más puro estilo autócrata, el líder de Fidesz ha presentado una modificación de la ley electoral que impide la cooperación entre diferentes partidos políticos para atrincherarse así en el poder.

Esta última reforma se aprobará sin problemas gracias a los dos tercios que ocupa su partido en el Congreso y que le han permitido moldear este país de apenas 10 millones de habitantes hasta convertirlo en una democracia debilitada y alejada de los valores de la UE.

Orbán, la principal voz de Visegrado

En la última década, el primer ministro húngaro se ha convertido, además, en la voz indiscutible del club de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia). “Estas democracias son inmaduras aún, a los ciudadanos les cuesta confiar en las instituciones. Aunque hay una mayoría europeísta, ha calado el discurso populista”, sostiene el analista italo-húngaro Stefano Bottoni. La alianza regional, con Orbán al frente, abortó el plan migratorio de la UE en la crisis de refugiados de 2015, para dolor de cabeza de la UE.

De izquierda a derecha los primeros ministros de Eslovaquia, Igor Matovic, de Polonia, Mateusz Morawiecki, de Hungría, Viktor Orbán, y de República Checa, Andrej Babis, en una cumbre de Visegrado en la ciudad polaca de Lublín el pasado septiembre.
De izquierda a derecha los primeros ministros de Eslovaquia, Igor Matovic, de Polonia, Mateusz Morawiecki, de Hungría, Viktor Orbán, y de República Checa, Andrej Babis, en una cumbre de Visegrado en la ciudad polaca de Lublín el pasado septiembre.JACEK SZYDLOWSKI (EFE)

Pero el húngaro también está perdiendo predicamento en Visegrado. Ni República Checa ni Eslovaquia se sumaron al veto de los presupuestos de la UE. Entre otras cosas, tal vez, porque había mucho dinero en juego. La segunda ola de coronavirus se ha cebado con la región y se necesita un impulso económico. Solo Polonia se alistó en la cruzada. “Pero la posición de Morawiecki [primer ministro polaco] es mucho más delicada que la de Orbán. En Varsovia hay un gobierno de coalición que lleva varios meses en crisis, y se necesita el dinero”, explica el periodista polaco Lukasz Warzecha.

Este otoño, el partido Ley y Justicia (PiS) ha caído por primera vez en las encuestas tras conocerse el fallo del Tribunal Constitucional que ilegaliza casi completamente el aborto en el país. Cientos de miles polacos se han manifestado como nunca contra el Gobierno por lo que consideran un continuo desgaste de sus derechos y libertades.

La sola idea de condicionar los fondos comunitarios al cumplimiento del Estado de Derecho produce urticaria en estos gobernantes. “A Orbán le preocupa la condicionalidad de los fondos por el uso fraudulento que durante años ha hecho de ellos en Hungría. A Polonia esa condicionalidad le impide completar su reforma judicial, moldeada para beneficiar al partido en el poder”, dice la analista húngara Edit Zgut.

Al final, ambos Gobiernos han aceptado esa condicionalidad, con algún matiz que han vendido como una gran victoria. Aun así, la deriva autoritaria sigue adelante. En Varsovia, la petrolera estatal PKN Orlen ha anunciado esta semana la compra del grupo mediático Polska-Press, que aglutina una veintena de cabeceras regionales polacas, un centenar de revistas locales y más de 500 sitios web, a una empresa alemana. Esta adquisición afianza el control gubernamental de los medios de comunicación en Polonia, tal y como hizo Orbán en Hungría. Continúa así el desafío a Bruselas.

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