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Sarkozy: “Jamás he cometido el mínimo acto de corrupción”

El expresidente francés se defiende con dramatismo ante el tribunal que le juzga por un supuesto intento de sobornar a un fiscal

El expresidente francés Nicolas Sarkozy llega el lunes al tribunal que le juzga por supuesta corrupción y tráfico de influencias, en París.
El expresidente francés Nicolas Sarkozy llega el lunes al tribunal que le juzga por supuesta corrupción y tráfico de influencias, en París.Blondet Eliot/ABACA (GTRES)
Marc Bassets

Nicolas Sarkozy hizo de Nicolas Sarkozy. Gesticuló y se indignó. Se declaró “en cólera” e “indignado” por lo que considera un encarnizamiento judicial con él desde que abandonó el poder. Y prometió llegar “hasta el final por la verdad”. Después de años de espera, el expresidente francés dio explicaciones el lunes ante el tribunal que le juzga por el llamado caso de las escuchas o caso Paul Bismuth en el que está acusado de corrupción y tráfico de influencias.

“Jamás he cometido el mínimo acto de corrupción. ¡Jamás!”, proclamó Sarkozy, presidente de la República entre 2007 y 2012, en el discurso con el que abrió la audición de más de tres horas ante el Tribunal Correccional de París. “Es el asunto del siglo”, ironizó. “¿Y por qué es el asunto del siglo? Porque soy yo. Es mi única presencia lo que lo desencadena todo”.

Sarkozy y su abogado y amigo íntimo Thierry Herzog están acusados de intentar comprar al fiscal jubilado Gilbert Azibert, también en el banquillo. Los hechos ocurrieron a principios de 2014. Según la acusación, Sarkozy y Herzog pidieron información a Azibert —entonces abogado general en la Corte de Casación— sobre un caso que afectaba al expresidente. A cambio, prometieron influir ante Alberto de Mónaco para que Azibert obtuviese un cargo en el Consejo de Estado del Principado.

Los acusados se exponen a penas de 10 años de prisión y un millón de euros de multa. El juicio, que empezó el 23 de noviembre, debe concluir al final de esta semana.

“Lo que quiero es salir limpio de esta infamia. Y voy a salir limpio porque quiero la verdad de los hechos”, dijo Sarkozy, de 65 años. “¿Acaso es esto un Estado de derecho?”, se preguntó después de lamentar que “desde hace seis años [se le] arrastra por el barro”. “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”

Era como un actor el día del gran estreno, como un futbolista que lleva años en el banquillo y que vuelve a pisar el césped con hambre de gol. Sarkozy desplegó su talento de político mitinero y de abogado experimentado, su primera profesión.

A veces parecía a punto de llorar, cultivando un papel de víctima de una maldición que, por alguna razón, le había caído encima y amargado la última década. En otros, arrancaba las risas del público.

“Soy un angustiado”, confesó en pie ante la juez, los brazos en movimiento, la cabeza girándose constantemente hacia sus abogados, la dicción nerviosa, con un histrionismo que recuerda al actor cómico Louis de Funès.

La acusación se basa en las escuchas judiciales a una línea de teléfono que Sarkozy y Herzog contrataron tras deducir que la oficial del expresidente estaba pinchada. Pusieron la conexión secreta a nombre de Paul Bismuth, pseudónimo que da nombre al caso.

“¡Bismuth era en 2014 lo que ahora es WhatsApp!”, dijo Sarkozy. Es decir, un modo de comunicarse entre amigos y eludir escuchas potenciales.

El expresidente denunció que le había pinchado “más de 3.700 conversaciones telefónicas”. “¿El resultado? Cinco o seis conversaciones con mi viejo amigo, mi abogado Thierry Herzog”, continuó. “¿Quién no ha dicho jamás tonterías por teléfono?”

En las conversaciones en cuestión, Sarkozy y Herzog hablan de la posibilidad de obtener información sobre otro caso que estaba en manos de la Corte de Casación. Se trataba de las agendas privadas y profesionales del expresidente, que este quería recuperar después de ser incautadas por la justicia.

Azibert, abogado general en dicho tribunal, podía darles la información que buscaban, quizá influir en la decisión. Y Sarkozy podía pagarle moviendo hilos para que el abogado general accediese al cargo que anhelaba en Mónaco.

“Yo le haré subir… le ayudaré”, le decía Sarkozy a Herzog en alusión a Azibert. En otra conversación Sarkozy se desentendía del supuesto pacto corrupto. Después de una reunión con un alto cargo monegasco, le dice a Herzog que “habría parecido ridículo” aprovechar la ocasión para solicitar un cargo para Azibert.

La paradoja de lo que se juzga en París es que, si en efecto hubo una trama corrupta, fue un fracaso absoluto: Azibert se quedó sin el cargo en Mónaco. Y la Corte de Casación negó a Sarkozy el recurso que había planteado para recuperar las agendas.

La justificación de Sarkozy es que no existió tal trama. Todo se reduce, según él, a conversaciones sacadas de contexto entre un hombre inquieto por el destino de sus agendas y un abogado un poco ingenuo que quería tranquilizarlo hablándole del ambiente en la Corte de Casación respecto a su caso.

El expresidente confía en salir absuelto. Le queda pendiente, como mínimo, otro juicio en marzo por la financiación de la campaña para la reelección de 2012. Y está imputado en otro caso —el más grave— por la supuesta financiación de la campaña de 2007 con dinero de la Libia de Muamar el Gadafi.

Para Sarkozy, primer expresidente juzgado por corrupción, está en juego su futuro judicial. Y político. Nunca ha dejado de soñar en regresar. El mitin del lunes, en este contexto, era un paso necesario. “Yo hago las cosas a fondo”, declaró. “Si no, no las hago”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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