Los ultras alemanes de AfD se desgarran en luchas internas durante un congreso con medio millar de asistentes
La corriente radical y la supuestamente moderada libran un pulso por el control de la ultraderecha en Alemania
Un partido de ultraderecha en horas muy bajas. Alternativa para Alemania (AfD) ha celebrado este fin de semana un congreso dirigido a pactar un programa socioeconómico capaz de capitalizar la frustración pospandémica. Pero el congreso de AfD acabó convirtiéndose en un conato de implosión retransmitido en directo. La división de un partido en el que conviven dos almas y que se desgarra fruto de una cruenta lucha por el poder, quedó al descubierto en Kalkar, en el oeste de Alemania.
Jörg Meuthen, colíder de la formación y representante de la corriente supuestamente moderada, pronunció un discurso el sábado de claro desafío al sector rebelde, más ultra, desatando una marea de protestas al día siguiente, domingo. El congreso ha reunido físicamente a unos 500 delegados y militantes en plena segunda ola de la covid-19, mientras el resto de partidos alemanes ha optado por el formato telemático o por aplazar sus citas.
Y como telón de fondo, encuestas poco prometedoras para la formación ultra. “[Meuthen] Sabe que si el partido no es más disciplinado, fracasaremos. Empezando por ver junto a quién nos manifestamos; cómo nos comportamos en el Parlamento y qué palabras empleamos. No podemos ser un partido anárquico”, sostienen fuentes del partido presentes en el congreso, quienes añaden que el objetivo de Meuthen es “hacer de AfD un partido conservador serio para llegar al máximo número de votantes. Y está dispuesto a sacrificar a una parte del partido si hace falta. El riesgo de escisión es real”. Para ello, Meuthen deberá primero conseguir mantenerse a flote y sobrevivir a las embestidas de un ala rebelde que acostumbra a no darse por vencida.
AfD entró por primera vez en el Parlamento alemán en 2017 con un 12,6% de los votos, convirtiéndose en el primer partido de la oposición. Con la llegada de la pandemia, sin embargo, los ultras no han dejado de perder fuelle, mientras tratan de sacar rédito político a un covidescepticismo muy militante y ruidoso, pero minoritario. La última encuesta de Forsa le otorga un 7% de intención de voto, frente al 15% que llegó a tener en el pasado. Alemania celebra elecciones generales el próximo otoño, las primeras después de 15 años de cancillería de Angela Merkel.
La idea en Kalkar era consensuar un programa socioeconómico con un concepto de pensiones y de política sanitaria que les acercara a las preocupaciones de los ciudadanos. Pero al final, el contenido fue lo de menos. El discurso de Meuthen ejerció de espita en un encuentro en el que hubo gritos, enfados y una enmienda al discurso del propio líder. “No vamos a triunfar más por ser más agresivos, más rudos y más desinhibidos”, dijo Meuthen, pidiendo disciplina y distancia con “los provocadores”. Condenó la utilización de términos como “la dictadura del corona”, en alusión a las palabras elegidas por Alexander Gauland, exlíder de la formación, pronunciadas recientemente en el Bundestag; o que la ultraderecha deje de comparar la nueva reforma sanitaria con la ley que cedió todos los poderes a Adolf Hitler en 1933. “No estamos en una dictadura. Si fuera así, no podríamos celebrar este congreso”, argumentó Meuthen. Como era de esperar, destapó la caja de los truenos.
Gauland, una figura todavía muy escuchada en el partido, le respondió en declaraciones a la televisión, rechazando un discurso que consideró divisivo y que se doblega a los servicios secretos internos alemanes, que amenazan con someter a toda la formación a observación. Este domingo por la mañana, en pleno congreso, Gauland, de 79 años, abandonó la cita en ambulancia tras sentirse indispuesto, sin que haya trascendido que se encuentre grave.
La semilla de la discordia estaba plantada y la revuelta fue cobrando mayor entidad en la sala la mañana del domingo, donde el malestar era patente y donde se sucedieron las intervenciones en contra de Meuthen. “Creo que ese discurso nos divide aún más”, dijo un delegado. Otro le acusó de hacerse eco de la “narrativa de los medios”. “Esto es una orgía para la prensa que lo está viendo en directo”, advirtió un tercero. Uno más clamó por la unidad recordando que “la disciplina es la virtud alemana”. El espectáculo estaba servido.
Meuthen aludía en su polémico discurso a las protestas contra las restricciones del coronavirus, crecientemente radicalizadas, en las que participan también grupos neonazis y que en Berlín acabaron convertidas en batalla campal con la policía hace 10 días. La difícil misión de capitalizar la frustración que despierta la pandemia, en un país en el que las medidas del Gobierno cuentan con el apoyo mayoritario de la población, se ha convertido en una nueva fuente de discordia en el partido.
Al margen de la coyuntura pandémica, el enfrentamiento no es nuevo en AfD. Durante los últimos meses, la batalla interna ha resultado en la disolución formal de Der Flügel, el ala más radical, capitaneado por el carismático Björn Höcke y que sigue librando un pulso soterrado por la identidad, pero sobre todo por el poder en AfD. La coexistencia de un discurso radical, xenófobo y que a menudo bordea el antisemitismo con una actitud supuestamente más moderada ha permitido al partido hasta ahora apelar a amplios sectores del electorado. Pero esa coexistencia peligra debido a la intensidad de las luchas intestinas, que se libran también en los tribunales, donde se dirime la expulsión de un miembro del ala radical y de pasado neonazi, que además saldó sus diferencias con un compañero a puñetazo limpio.
A las rivalidades personales y estratégicas, se le añaden las diferencias socioeconómicas. “AfD está dividido entre su ala nacionalista y más estatalista, encabezada por Höcke y el ala de Meuthen, neoliberal en política económica”, interpreta Christoph Butterwegge, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Colonia. Los primeros, cuya fortaleza radica sobre todo en el este del país, la antigua RDA, “defienden un mayor papel del Estado en política económica, mientras que los otros abogan por la privatización de ciertas prestaciones”, indica Butterwegge.
Mascarillas a la fuerza
La celebración del congreso de Kalkar ha estado rodeada de polémica desde el primer momento. Mientras el centro derecha ha decidido incluso posponer al año que viene su cita en la que se debe elegir al sucesor de la canciller Merkel y los Verdes optaron por la opción telemática, la ultraderecha se decantó por una cita presencial.
El tribunal Administrativo de Münster obligó a respetar las reglas sanitarias, contra las que la formación había protestado ante la justicia, exigiendo la exención del uso de la mascarilla en la sala. Quien no estuviera interviniendo con el micrófono, debía llevar puesto el tapabocas, ordenaron las autoridades. La decisión no permitió apelación y quien no la cumpliera no podría participar en el congreso.
En la sala, sin embargo, se podían ver mascarillas que dejaban la nariz al descubierto. Alguno incluso no llevaba, a pesar de que los organizadores insistían por el micrófono en que estaban recibiendo llamadas de atención de las autoridades. Muchos, además, se saludaban con vigorosos apretones de manos.
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