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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No tenéis escapatoria

La muerte del primer ministro Khalifa no genera muchas expectativas de cambio en el reino Baréin

El primer ministro de Bahréin, el príncipe Khalifa Bin Salman al Khalifa, fallecido esta semana, en una imagen tomada en Ginebra en 2007.
El primer ministro de Bahréin, el príncipe Khalifa Bin Salman al Khalifa, fallecido esta semana, en una imagen tomada en Ginebra en 2007.SALVATORE DI NOLFI (EFE)

Baréin, un pequeño reino insular del Golfo Pérsico del tamaño de Menorca, enclavado entre Irán y Arabia Saudí, ocupa el puesto 169 (sobre un total de 180 países) en la clasificación de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras. La población es mayoritariamente de confesión chií, pero la familia real de los Al Khalifa, suní, domina el país desde finales del siglo XVIII. El recientemente fallecido Khalifa bin Salman Al Khalifa, primer ministro desde 1970, fue el gobernante no electo más longevo del mundo, el hombre más poderoso del país, por encima del propio rey, y la persona más odiada y temida por la oposición.

A falta de prensa independiente (el diario Al-Wasat, creado en 2002, fue clausurado en 2017), una legislación que castiga con dureza cualquier crítica y un relato histórico concebido como una hagiografía de la familia real, la sistemáticamente discriminada comunidad chií se refugia y cohesiona en torno a una memoria oral de agravios a base de historias de martirio y sacrificio, que abarca desde campesinos piadosos asesinados a puñaladas hace más de cien años a los últimos tres jóvenes ejecutados en 2019. En esta trama no siempre es fácil distinguir los episodios reales de las leyendas y rumores. Entre la comunidad chií circula esta frase atribuida a Khalifa: “Los chiíes son como una alfombra persa: cuanto más las pisas, mejor”. Myriam al-Khawaja, hija del histórico opositor y defensor de los derechos humanos Abdulhadi al-Khawaja —el mayor crítico de Khalifa y condenado a cadena perpetua — la recordaba esta semana en su cuenta de Twitter. Otras personas consultadas dudan de la veracidad de esta frase: “Era un hombre malvado, pero no era estúpido”. El académico especializado en Baréin, Marc Owen Jones, resume: “No conozco esa cita, pero la abierta animosidad de Khalifa hacia los chiíes está muy documentada”.

De todas las historias fabulosas que me contaron en Baréin sobre Khalifa (incluida la de que se sometía a transfusiones de sangre en una isla de Indonesia) la más extraordinaria de todas resultó ser cierta: compró por un dinar, apenas dos euros, los terrenos sobre los que luego se construirían los rascacielos del puerto financiero de Bahréin. En las manifestaciones prodemocráticas de 2011 los bareinís de distinta confesión (suníes, chiíes, religiosos y ateos, conservadores e izquierdistas) agitaban al aire, con un teatral sentido de la ironía, billetes de un dinar. También portaban pancartas en donde aparecían todos los distintos presidentes de Estados Unidos desde 1970 acompañados todos ellos por el infinito cromo repetido del primer ministro bareiní, con su característico bigote.

Su dominio del aparato burocrático y de los órganos de seguridad le convirtió en el verdadero gobernante del reino, por encima de su diletante hermano, el emir Isa bin Salman al Khalifa, que quedó relegado a tareas ceremoniales. La recién estrenada independencia del imperio británico, obtenida en 1971, frustró pronto las aspiraciones políticas de la oposición y conservó, en cambio, algunas de las facetas más inquietantes de época colonial: Ian Henderson, asesor de seguridad bajo el mandato británico, siguió cumpliendo el mismo papel bajo la estrecha colaboración y connivencia del primer ministro Khalifa. A Henderson, curtido en la salvaje represión de los Mau Mau en Kenya y apodado “el carnicero de Baréin”, se le asocia al régimen de terror y violación sistemática de derechos humanos instaurado en la isla.

A pesar de frustrar la apertura democrática, en los 70 Salman fue capaz de atraer a su gabinete a algunos políticos de diferentes facciones y prohombres de familias chiíes. Con inteligencia y determinación que le reconocen hasta sus enemigos, Salman jugó un papel clave en la modernización del país y en su diversificación económica. Logró convertir Baréin en el centro financiero más importante de la región en sustitución de la destruida Beirut de la guerra civil (posteriormente, en la década de los 90, sería desplazada por Dubai y Abu Dhabi). Mientras el país fortalecía su economía, el primer ministro engordaba su patrimonio sin disimulo. Su riqueza, imposible de fiscalizar y de investigar, es también terreno abonado a la leyenda. En palabras exquisitamente cínicas del embajador de Estados Unidos en Baréin en 2004, Ronald E Neumann (filtradas por WikiLeaks) “Creo que Sheikh Khalifa no es del todo una influencia negativa. Aunque ciertamente corrupto, ha ayudado a construir gran parte del Baréin moderno”.

En la década de los 80, tras el triunfo de la revolución iraní y el estallido de la guerra Irak-Irán, Khalifa adoptó una posición abiertamente hostil contra la población chií. Se sucedieron las deportaciones indiscriminadas de ciudadanos bareinís a Irán y las detenciones masivas. Esta ola represora fue decisión personal del primer ministro, que actuó en contra de la opinión de su asesor de seguridad, el severo Ian Henderson, como recoge Marc Owen Jones en su libro Political Repression in Bahrain. El investigador británico sostiene que, en contra de la narrativa gubernamental, la revolución iraní no originó en Baréin ningún levantamiento ni movilización armada por parte de la población chií que justificara la violenta reacción del gobierno.

El malestar social originado por la ola represora de los 80 explotaría en forma de levantamiento en la década de los 90, en el que confluyeron fuerzas en teoría antagónicas: partidos seculares izquierdistas, liberales y partidos religiosos chiíes, unidos contra el mismo enemigo.

Tras la muerte del emir en 1999, ascendió al trono su hijo Hamad bin Isa al Khalifa (a partir de 2001 adoptaría el título de rey, cambiando la forma de Estado de Emirato a Reino). El nuevo monarca no parecía dispuesto a asumir rol secundario que había ejercido su padre. Fuera por distanciarse de las políticas de su tío, el primer ministro, o por convencimiento, Hamad ensayó una reforma democrática aprobada mayoritariamente por sufragio universal. El espejismo duró poco, el nuevo rey incumplió su palabra y el gobierno volvió a replegarse en la autocracia. De esa frustración, alimentada por los aires de la primavera árabe, nacen las revueltas prodemocráticas de 2011.

La represión de las protestas

Frente a las multitudinarias manifestaciones que hicieron tambalearse al régimen se ensayaron tres posturas por parte del tridente de la familia real: el primer ministro jugó la baza de poli malo, acusando a los manifestantes de ser terroristas y quintacolumnistas iraníes; el príncipe heredero, Salman bin Hamad al Khalifa, fue el poli bueno que intento negociar un acuerdo con los partidos de la oposición y llegó incluso a mostrar en la televisión estatal sus condolencias por los primeros manifestantes asesinados. Y el rey, como espectador privilegiado, parecía mirar la partida de ajedrez desde lejos.

Las tanquetas saudíes, apoyadas por la policía, el ejército y bandas paramilitares alentadas por el primer ministro, ejecutaron la contrarrevolución con la misma mentalidad feudal de los conquistadores del siglo XVIII. El hospital de Salmaniya fue convertido en objetivo militar. Más de 40 médicos y demás personal sanitario fueron detenidos, torturados y encarcelados, algunos bajo la acusación de formar parte de grupos terroristas.

El episodio fue tan grotescamente sórdido que los tradicionales países aliados y socios preferentes como Estados Unidos (que posee en Baréin la sede de su V Flota) y Reino Unido se vieron obligados a reclamar la apertura de una comisión independiente de investigación. El coronel Mubarak bin Huwail fue imputado por torturar a varios médicos de Salmaniya. Tras su absolución, el primer ministro le fue a visitar a su casa y, delante de las cámaras, le dio las gracias por los servicios prestados a Baréin y bendijo la impunidad judicial: “No permitiremos que nadie te haga daño. Estas leyes no se te pueden aplicar. Nadie puede tocar este vínculo. Quien aplique estas leyes en su contra, las está aplicando contra nosotros. Somos un solo cuerpo”.

Escepticismo de la oposición

¿Qué pasará en Baréin cuando el príncipe heredero, Salman, aquel “poli bueno” de 2011, sea nombrado nuevo primer ministro? La oposición se muestra cauta y escéptica ante el devenir político de la isla. Al Khawaja, en conversación telefónica desde su exilio en Dinamarca, señala que, a diferencia de Khalifa, que creía en “la mano de hierro” como máxima arma política, el príncipe heredero es más “pragmático y partidario de dar migas a la población para que se sienta cómoda, pero sin libertad”. Advierte contra espejismos: “Salman cumple el perfil de niño bonito de las democracias occidentales, el joven criado en Occidente, aparentemente más abierto y tolerante, como dijeron en su momento de Bachar al Asad”.

Marc Owen Jones duda de que el nuevo nombramiento tenga efectos significativos en la política interna del país, cuyo gran actor seguirá siendo el vecino Arabia Saudí, de quién Baréin depende económica, política y militarmente.

“Tal vez lo peor esté aún por llegar”, resume otra activista bareiní que no puede dar su nombre por motivos de seguridad. Y, en la misma línea, Khawaja apunta a una posibilidad aterradora: que el nuevo cambio de sillas de más protagonismo al más joven de los príncipes, Nasser bin Hamad al-Khalifa, el deportista, presidente del Comité Olímpico de Baréin, el promotor del equipo de ciclismo Bahrain McLaren y del equipo de triatlón Bahrain Endurance13, y que hace poco lucía orgulloso la camiseta del Córdoba CF tras la adquisición del equipo por parte de un fondo de inversiones bareiní. El que, en los días siguientes al aplastamiento de las revueltas de 2011, pronunció en la televisión estatal esa frase que resume la situación política de Baréin mejor que todo el artículo que acabas de leer: “Que un muro caiga sobre las cabezas de aquellos que pidieron la caída del régimen. Ya sea un atleta, un activista o un político. Baréin es una isla y no tenéis escapatoria”.

Emilio Sánchez Mediavilla es editor cofundador de Libros del K.O. y autor del libro sobre Bahréin Una dacha en el Golfo (Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez).

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