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“Temí un ‘Italexit’ cuando Salvini gobernaba”

Enrico Letta, ex primer ministro italiano, apuesta por la renovada relación entre su país y España para fundar algunas de las bases de la Unión Europea pospandemia

Enrico Letta, durante su intervención en un programa televisivo, el 27 de enero.
Enrico Letta, durante su intervención en un programa televisivo, el 27 de enero.Stefania D'Alessandro (Getty Images)
Daniel Verdú

Italia es un país que devora primeros ministros a velocidad de vértigo. Enrico Letta (Pisa, 54 años), un hombre refinado, culto y con una profunda visión política rara en la generación actual de líderes, duró 10 escasos meses (la media son 14). Una treta de salón de Matteo Renzi, de su mismo partido (Partido Democrático, PD), lo descabalgó del Palacio Chigi en febrero de 2014 y lo devolvió a la Universidad. Visto con la perspectiva actual, quizá estuviera sobrecualificado para un cargo por el que han pasado tres políticos más desde entonces. Hoy es decano de Asuntos Internacionales en la prestigiosa Science Po de París y presidente del Instituto Jacques Delors. Pero también dirige el foro Italia-España que lleva dos décadas celebrándose y al que ambos países llegan el martes (se celebra en Roma con la presencia del primer ministro Giuseppe Conte y el presidente Pedro Sánchez) con una sintonía nunca vista. En un mundo en crisis, castigado por la pandemia, Italia y España viven una intensa luna de miel. Letta, promotor de este renacido amor mediterráneo, lo celebra y apunta hacia una alianza de la que pueda salir la Europa del futuro.

Pregunta. ¿Cree que hemos aprendido la lección de los meses de marzo y abril?

Respuesta. Sí, todos los países europeos están buscando una coordinación y tomar medidas adecuadas para proteger la parte débil de la sociedad, pero que eviten un nuevo confinamiento total. El coste económico ha sido inmenso, para Italia son 30 puntos de deuda pública. Algo que pagaremos durante muchos años. Por eso hay que buscar equilibrio entre la exigencia sanitaria y evitar el confinamiento.

P. ¿Entonces no aplicaría medidas más restrictivas que las anunciadas por Italia el domingo?

R. La prioridad debe darse a las escuelas y al trabajo. Hay que explotar al máximo el teletrabajo, pero eso solo es posible si las escuelas están abiertas y permiten a la gente trabajar desde casa. Tengo confianza en quien toma las decisiones y maneja los datos. Ahora todo el mundo critica o sugiere cambios, todos son entrenadores de la Selección.

P. ¿Temió que la UE quedase tocada?

R. Europa estuvo a punto de morir en marzo. Fue un riesgo verdadero y mortal. La imagen más evidente fue la declaración de Jacques Delors advirtiendo de ello: tiene 95 años y no hablaba desde hacía cinco. Pero luego nació la Europa de la solidaridad, que se expresa en el Next Generation EU. Soy muy optimista con la Europa del futuro, y nace de un liderazgo de Italia y España. Junto a Francia, alumbraron una línea que luego aceptó Alemania y siguió toda Europa.

P. Algunos recursos que se pusieron sobre la mesa, especialmente los créditos y el Mede (Mecanismo Europeo de Estabilidad), se ven todavía con inmenso recelo. Parece que nadie quiere tocarlos.

R. Europa gestionó muy mal el episodio de Grecia y provocó en la opinión pública española e italiana un gran problema de confianza. La imagen fue la de un país que en los momentos de dificultad sufrió unas imposiciones demasiado duras y fue abandonado. Eso deterioró la imagen de las ayudas europeas.

P. Entonces, ¿no se usarán esas ayudas?

R. Hay que dar un paso hacia adelante y reformar el Mede. Cambiarlo completamente, también el nombre y las reglas. Hacer que sea comunitario y no solo para los países del euro, además de entregárselo a la Comisión Europea. De otro modo, nadie lo cogerá.

P. Ahora se ve como un caramelo envenenado. Y en Italia tendría un precio político muy alto cogerlo.

R. El Mede es una caja fuerte repleta de dinero, pero por motivos políticos no lo están usando. Italia y España juntas deberían hacer una propuesta para reformarlo. Así se evitará esta paradoja en la que nadie quiere usar los 400.000 millones por la mala fama que tiene a causa del caso griego. Habrá que llamarlo de otro modo, algo como Fondo de Solidaridad Europeo, y entregárselo a la Comisión: de Luxemburgo a Bruselas.

P. Italia y España se han mirado siempre con recelo pese a compartir una agenda e intereses estratégicos. ¿Qué ha sucedido para que eso ya no sea así?

R. No recuerdo unas relaciones mejores que las de ahora, son óptimas. Cuando yo fui primer ministro había una buena relación con [Mariano] Rajoy, pero hoy son más profundas. Creo que se debe principalmente a la crisis de la pandemia y a la respuesta europea que Italia y España han dado juntos. Al hecho de entender que ante los nórdicos solo podemos estar unidos. Además, Conte y Sánchez han trabajado muy bien para crear ese entendimiento que se extiende a otros ministros. Creo que es una situación idílica.

P. ¿Por qué no sucedía antes?

R. Durante 20 años España tuvo la tentación de imaginarse como socio mediterráneo principal del eje Franco-Alemán. Es decir, quería sustituir a una Italia siempre en crisis ofreciendo mayor fiabilidad y una economía que funcionaba mejor con una política ajustable. Por otro lado, Italia siempre ha considerado que tenía un status superior porque pertenecía al G7. Pero el único camino es colaborar para crear un acuerdo que pueda condicionar el resto de decisiones. La agenda italiana y española en inmigración, África o Mediterráneo es muy similar.

P. La salida de Matteo Salvini y la Liga también ayudó a mejorar las relaciones. Y no solo con España. ¿Temió por el papel de Italia en el mundo en aquel periodo?

R. Sí, tuve miedo de un Italexit. Temí que sucediese un incidente como el del Reino Unido. La línea de Salvini estos años ha sido antieuropea y de flirteo con el Italexit. Espero que cambie, pero en ese año de Gobierno tuve mucho miedo.

P. Le he escuchado decir que la salida del Reino Unido de la Unión Europea tiene ventajas.

R. Sí, por supuesto. Y lo digo con toda la fuerza: hay que dejar de llorar por el Brexit. Se ha demostrado que es positivo para Europa. Ahora podemos construir proyectos, como la Europa social, que antes no lográbamos hacer con ellos.

P. ¿Cree que ha pasado la ola soberanista populista?

R. Europa tiene el riesgo interno de que no llegue rápidamente el dinero prometido contra la recesión. Se han creado muchas expectativas y si los ciudadanos italianos y españoles no ven rápidamente ese dinero, se facilitará el mensaje de Salvini o Vox. El segundo condicionante para ese final son las elecciones estadounidenses. Pienso que el populismo en Europa ha crecido gracias a la legitimación que le ha dado [Donald] Trump. Si pierde, como yo espero, será un golpe duro al populismo soberanista europeo.

P. En España últimamente se dice que la política se está italianizando. Sucede también en otros países: parlamentos más fragmentados, múltiples repeticiones electorales, un cierto caos. ¿Qué ha sucedido?

R. Es un problema de agotamiento de las democracias occidentales. Y está ligado a la innovación tecnológica. Gracias a Internet, cada ciudadano está conectado con todas las decisiones y puede expresarse en un minuto. La democracia representativa, basada en delegar ese poder, tiene problemas para avanzar en ese terreno. Es muy importante que se reflexione sobre cómo modernizarla, e Italia y España tienen mucho que hacer juntas. No es solo una italianización de la política europea, es un problema general más importante.

P. En España circula un mito sobre una visita de Giulio Andreotti en plena Transición democrática. Le preguntaron su opinión sobre los trazos de la nueva política. Respondió que faltaba "finezza”. ¿Cómo cree que ha madurado en estos años?

R. Ha vivido el impacto de la crisis económica, como la italiana. Los tonos se han endurecido mucho porque la pobreza ha entrado con fuerza en las familias, en la calle. La política es el espejo del país, y en eso también nos parecemos, porque se ha transformado como consecuencia de este malestar social. Junto a la crisis de la democracia parlamentaria, es un problema que requiere de políticos con una mirada larga.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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